Capítulo 47. Un respiro

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-Bien. Me da gusto que tenga tanto compromiso, señor -mencionó el doctor, mirando el expediente de Ana.

Fernando, mientras tanto, tenía la mirada y la cabeza en otro lado. No dejaba de darle vueltas al hecho de tener que ocultarle algo a Ana; entre más lo pensaba, peor le parecía la idea. No querría quebrar esa confianza que apenas se estaba formando otra vez, ya bastante habían pasado. Porque no era como si alguno hubiera traicionado al otro, pero comprendía que para la castaña sería difícil creer verdaderamente en su arrepentimiento, más que nada, que no él no volvería a dudar de ella, y la ojiverde tampoco de él. Otro punto complicado: para esto, Alex era la persona menos indicada por la cual tendría que guardar un secreto ante su esposa. Después de aquel historial, e incluso por la escena del día anterior, la situación influía demasiado en las heridas de Ana. En cualquier caso, nunca, sí, NUNCA, se vería bien que le ocultara que se estaba viendo con otra mujer,  aunque no fuera por las razones que se esperaran. ¿Y si ella se enteraba? Sólo había una respuesta a eso. La perdería. Eso era seguro.

Además, él más que nadie aborrecía las mentiras. ¿Qué no Ana se fue una vez por la misma razón? ¿Por haberle ocultado que bailaba en el Chicago? Tal vez no contaba tanto como mentira, pero aún así, sería algo incongruente cometer un acto que en el caso de que fuera al revés, si ella hiciera lo que él, se molestaría tanto que tardaría bastante tiempo en poder ejercer un acto de perdón. Sí, porque aunque las cosas no siempre son lo que parecen, el humano es propenso a pensar lo peor. Fernando lo había vivido en carne propia, dos veces, y le había costado muy caro su error.

-Fernando... Fernando... -Los dedos de él comenzaron a tronar frente a su rostro -¿Señor Lascurain?

El pelinegro dio un respingo, volviendo a la realidad y concentrándose en el médico, quien lo observaba de manera inquisitiva.

-Sí, sí, discúlpeme. ¿Me estaba diciendo algo?

-Por profesionalismo, es necesario que me responda algunas preguntas respecto al comportamiento de su esposa en los últimos días. ¿Le molesta? -inquirió el doctor. Fernando negó.

-No, no. Claro, haga las preguntas que desee.

-Muy bien -Daniel tomó una pluma, listo para anotar -Primero, ¿han tenido relaciones sexuales?

El tono del doctor fue tan natural al formular la pregunta que no pudo evitar su reacción. Fernando abrió los ojos de súbito y casi se atragantó con su propia saliva de la sorpresa. Sintió cómo se ruborizaba de inmediato ante esas palabras. ¿QUÉ CLASE DE PREGUNTA ERA AQUELLA?

-¿Perdón? -preguntó con un tono extremadamente incómodo, frunciendo el ceño para completar la evidente falta de conformismo ante ello. El doctor levantó la vista y rio de manera discreta, dándole unas suaves palmadas sobre el hombro, de manera amistosa para que se tranquilizara. El pelinegro soltó un poco de aire; se le había hecho costumbre.

-Sí -afirmó él -Lo que pasa es que en casos como éste, en donde la mujer sufre un trauma como el que vivió su esposa -Fernando no pudo evitar voltear por arriba de su hombro, cambiando su mirada de tensión por una de ternura. Escuchó cómo el tono de Daniel, que estaba a su espalda, se enserió un poco más de lo normal -Es común que sufra de algún trastorno al momento de tener relaciones. Usualmente, el recuerdo suele evocarse cuando se presentan patrones similares a los del agresor, por ejemplo: las caricias, los besos, la exploración de partes más íntimas... Y claro, no sólo abarca este asunto, sino en otros aspectos de su vida cotidiana. Tenemos un registro de la primera semana en la que ella tuvo molestias y pesadillas, pero aparentemente pasaron. Lo que  yo quiero saber, señor, es si Ana ha presentado ese tipo de comportamientos actualmente.

Fernando, mirando al vacío, pareció meditó un momento, pero su respuesta fue un rotundo no. Según él, Ana en ningún momento había recordado lo que ese depravado intento hacer con ella, y tampoco se le negó al momento de hacer el amor. Tal vez, pensó, la clave estaba en el hecho de que en realidad, el acto no se había consumado, aunque era obvio que sí había dejado represalias. La culpabilidad se hizo presente una vez más, y el hecho de reflexionarlo le ayudó a convencerse aún más de que debía hablar con su ojiverde.

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