Capítulo 22. El riesgo vale la pena

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Era muy tarde. Estaba decidido a ir, obviamente sin que ella se diera cuenta. Hacía tres días que Doroteo le mandaba mensajes de amenaza, más fuertes que el primero. Y sí, era cierto, tenía vigilados a los niños.

Si lo descubría traería muchos problemas. Ya podía oír la discusión: Ana le reprocharía el haber ido solo y con el objetivo de librarla de todo ese fastidio; pero con tal de mantenerla a salvo, soportaría mil y una peleas. La soltó de entre sus brazos, con el cuidado de no despertarla. Incluso así sentía que podía perderla, aquellas amenazas irían en serio y esta era la única salida.

Él sabía que bailaría para protegerlos, porque amaba a toda la familia, pero no permitiría que pasaran lo mismo de antes. Fernando la dejó envuelta en las sábanas. Se veía tan frágil y dulce cuando dormía. Ahora era Ana quien le quitaba el sueño o se lo otorgaba. Siempre ella, siempre sus besos, siempre sus brazos.

-Lo hago por su bien -pensó él. Se dirigió al clóset y tomó la ropa dispuesta, en silencio se vistió y con la misma discreción salió del cuarto. Suspiró. De su cuenta corría que Ana no volviera a sufrir nunca más, de eso se encargaría. Tomó el coche y arrancó. Mientras manejaba por las oscuras calles de la ciudad, el odio y la repulsión crecieron en su interior, lo embargaban profundamente.

Sí, es cierto, conocía muy bien el lugar, el que marcó el inicio de su historia. Pero también por culpa de aquel mal nacido había estado a punto de perderla. Tomó aire antes de salir del coche, y con resolución entró al Chicago. Mientras caminaba hacia su oficina, le ofrecieron tragos, un baile privado, una mesa para el show. Él ignoró toda invitación; venía a librar a su esposa de ese maldito de una vez por todas.

Entró sin tocar. Doroteo se levantó e hizo una mueca al verlo. Rápidamente la cambió por una desagradable sonrisa. Fernando se contuvo para no darle un golpe.

-¡Señor Lascurain! Qué bueno que viene por aquí, supe que Ana y usted se casaron -. Doroteo le ofreció la mano para felicitarlo. Fernando la despreció con desdén. Él continuó, hacinedo como si no se sintiera ofendido -¿Lo puedo ayudar en algo?

-Sólo en una cosa. Deje en paz a Ana -respondió Fernando lleno de furia. Sólo de verlo le daba repulsión.

-Me temo que no puedo hacer mucho. Lamento decirle que Ana y yo no hemos tenido contacto desde que volvió a su casa -mencionó Doroteo con una desagradable sonrisa. Fernando no se contuvo más.

-No mientas, imbécil -dijo él con más enojo que antes. Se acercó peligrosamente, con los puños cerrados -Yo sé qué es lo que intentaste hacer; sé que has amenazado con matarla o hacerle daño a alguno de mis hijos, incluso a mí. Sé que quieres vengarte. Quiero que sepas que aún tenemos aquél video, y en cualquier momento se le entregará a las autoridades. Un solo movimiento en falso, oprimiré la marcación rápida; estás a nada de perder todo lo que posees. Déjala en paz o atente a lo que implica.

-Usted no tiene idea de con quién trata. Tengo muy buenos contactos que impedirán mi ruina. Sí, tiene razón, Ana tiene que venir si no quiere que algo le pase a su querida familia nueva. Tengo vigilado a cada uno de sus ocho hijos y a usted -. Doroteo sacó una pistola del saco, sus guardias le apuntaron a Fernando -podría matarlo en este instante. Yo se los advertí, recuperaría a mi estrella.

-Mire, no me interesa si Ana es la estrella de este lugar o no. Ahora es mi esposa y no voy a permitir que siga en este lugar -Fernando le devolvió la sonrisa, burlándose de él. Se esperaba algo así, en este caso, era más astuto que Doroteo.

- Ay señor Lascurain, qué ingenuo es. Ana es la bailarina de un antro cualquiera, una ofrecida que cada noche se entregaba a varios hombres. Seguro no se lo ha dicho, es obvio que no sabe nada de ella. Es una gata y nada lo va a poder cambiar; claro, si me denuncia lo sacaré a la luz. Otro escándalo para usted no sería bueno, ¿o sí?

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