Capítulo 76. ¿Me acompañas a cenar?

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Ana se quedó observando su mano extendida unos segundos, antes de aceptar el gesto. Sus ojos se perdieron en esa sonrisa tan encantadora.

Michel soltó su mano al cabo de un rato, tiempo que la castaña no pudo medir, y miró hacia el fondo del pasillo, como buscando ubicarse.

-Disculpe que la moleste, Ana, pero ¿me puede decir en dónde está la sala C?

-Ah, sí... Este... Mire. Se va por este pasillo, dobla a la izquierda y luego a la derecha. El marco de la puerta es dorado, y el nombre de la sala está en grande.

Él volvió a sonreírle, haciendo que se sonrojara sin razón aparente.

-Muchas gracias -El francés cogió su muñeca nuevamente y le besó la mano -Un gusto conocerla, Ana.

-I-I-Igualmente -tartamudeó ella, sin atreverse a verlo a los ojos. Estaba demasiado apenada y nerviosa.

Él se retiró y Ana se quedó viendo como desaparecía por el pasillo, ya casi oscuras, siguiendo el camino que ella le había indicado.

Sintió que las manos le hormigueaban y negó con la cabeza, tratando de hallarle una explicación a sus nervios. Tal vez era porque la última vez que se había encontrado con un hombre así, terminó cargando con un loco que la acosó durante meses y que terminó suicidándose.

Suspirando, decidió no tocar más el tema e irse a su departamento, sintiendo como el cansancio de ese día comenzaba a invadirla.

Tomó un taxi y llegó pasadas de las ocho. Mientras se hacía de cenar y buscaba alguna buena película o alguna serie que le llamara la atención, Ana se olvidó de su encuentro de ese día. O mínimo, hasta la hora de dormir, donde los ojos azules de ese hombre invadieron su mente hasta tal punto que le quitaron el sueño.

A la mañana siguiente, fue donde comenzó a hacerse preguntas. ¿Qué haría un extranjero como Michel, en el teatro, y a esas horas? ¿Qué objetivo tendría su visita?

Salió de la casa para desayunar con su mamá, que estaba en la ciudad, y trató de sacarse al francés de la cabeza, pero la incógnita era demasiado grande. El miedo la tenía mal, temerosa de que le tocara otro caso similar al de César. No podía evitarlo; el trauma había sido tal, que a la primera le había dado desconfianza. Pero por otra parte, no negaba que Michel le había causado una impresión diferente a la que había experimentado con el castaño; tenía un aire más agradable, menos... peligroso. No sabía por qué, pero a pesar de su miedo, el hecho de que el francés estuviera en su cabeza, tenía otro motivo además del terror de los meses anteriores.

Al mediodía, regresó al departamento a cambiarse y al poco rato se dirigió al teatro. Como ella entraba una hora antes, su salón estaba casi vacío. Dejó sus cosas en una esquina del escenario y comenzó a estirar y a hacer los ejercicios pertinentes para que no hubiera alguna lesión. Al cabo de un rato, sintió como que alguien la observaba, poniéndose nerviosa.

Sin embargo, aunque estuvo mirando cada uno de los palcos y de las butacas vacías, no encontró a nadie. Pensó que se estaba predisponiendo a un evento que ni siquiera estaba cera de pasar, y todo por andar pensando en cosas que ya tenían mucho tiempo de haber sucedido. Michel no tenía por qué ser igual a César, y todo lo que pasó con el castaño había sido un infortunio que gracias al cielo no había logrado causarle un daño permanente, por lo que no tenía que atraer de nuevo una suerte así.

Hizo caso omiso a esa sensación que tenía y terminó de calentar, dirigiéndose al baño por un momento antes de comenzar con los ensayos.

En su camino de regreso, recordó que ese día les presentarían a sus nuevos instructores y comenzó a imaginarse qué tan estrictos serían a comparación del maestro anterior, del suplente, etc, etc. Era un tema que le daba mucha curiosidad y trató de apresurar el paso de camino a la sala, donde encontró una gran conmoción. Iba a entrar por bambalinas hacia el escenario, cuando vio a todas sus compañeras de elenco reunidas en montón detrás de un cortinaje, cuchicheando y riendo.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora