Capítulo 57. ¿Qué hay mejor que el mar?

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Fernando sonrió, recorriendo otra vez la figura de su esposa. El enojo y los nervios fueron cosa del pasado en dos segundos. Nunca imaginó que el traje de nana llegara a excitarlo tanto. Ella se mordió el labio, esperando su respuesta.

-Una segunda ronda va a ser poco, señorita Leal -exclamó él finalmente. Entre más la veía, más crecían sus ganas de volver a hacerla suya, con un hambre que ni él mismo podía reconocer. ¿Qué era lo que hacía para ponerlo así?

Quiso cargarla y llevársela directamente a la recámara, sin embargo, una idea se cruzó por su mente antes de continuar. Sin preguntarle siquiera, la tomó de la mano y corrió a la cocina, esperando que hubiera lo que él necesitaba, o más bien, se le antojaba.

Ana trató de llevarle el paso, caminando casi igual de apresurada que él para no caerse. No sabía qué era lo que pretendía, pero aún así, Fernando se movía con tanta rapidez que no tenía caso tratar de averiguarlo. El pelinegro abrió la nevera, examinando sus opciones velozmente, hasta que vio en la parte de arriba el helado de fresa. Sacó el pote, dos recipientes de nata y el chocolate líquido, junto con una cuchara. Una cena perfecta.

Ana sonrió, comprendiendo por fin su plan. Lo miró con picardía y tomó algunas cosas de los brazos de su marido, saliendo para subir las escaleras con urgencia. Ambos no dejaban de reír. Cerraron la puerta de la recámara y Fernando apagó las luces, dejando encendidas sólo las laterales; depositaron las cosas a cada lado de la cama y volvieron a besarse con pasión, casi de manera desesperada, con el deseo recorriéndoles las venas. El pelinegro se quitó el saco con rapidez y la cogió por las caderas, pegando sus cuerpos con necesidad. Ella comenzó a acariciar sus hombros, pasando sus manos por la extensión de su fuerte espalda. Le encantaba él, le encantaba su cuerpo, le encantaba todo. Sentía que se debilitaba al verse rodeada de sus brazos.

Fernando la tomó por los glúteos y la hizo pararse de puntillas, desviándose a su cuello. Dejaba besos apasionados y ligeros mordiscos por toda su piel, descubierta en gran parte por el escote de la blusa. Él dejó un camino húmedo con su lengua hasta su oído, haciendo que al morder el lóbulo un escalofrío la recorriera. Ella jadeó, e iba a volver a besarlo, cuando se le ocurrió una idea, lo idílico para terminar su velada.

-Fernando... -dijo, con la mente lo suficientemente clara para no balbucear -Te tengo otro juego, mi amor.

Él paró de succionar su cuello y la miró, con los ojos chispeantes.

-Habla -pidió, con una voz ronca e increíblemente sexy. Ana tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no revelar el temblor de sus piernas y continuar con su papel. Escucharlo así era un arma con la que él podía desarmarla totalmente.

-Tenemos todo el tiempo del mundo, y mañana no hay compromisos, entonces... Podemos tardarnos lo que queramos haciendo el amor, ¿no crees? -preguntó, sonriendo ligeramente. Dio un paso hacia adelante y él pudo sentir el calor de su cercanía. Escuchó casi sin atención su pregunta, y necesitó de unos segundos para poder captarla bien. Sin embargo, aún así no comprendió realmente su pregunta.

-Sí, pero, ¿eso qué tiene que ver con el juego? -cuestionó, sin dejar de pasar la mirada entre su labios y el escote tan tentador. De pronto, se preguntó si no estaría entendiendo por lo mucho que Ana lo distraía. Lo único de lo que podía estar seguro eran esas ganas crecientes de arrancarle el traje y el negligeé de encima. Entre más pasaban los segundos, más quería hacerla suya.

-Mi propuesta es que esta vez, hagamos todo más lento, ¿me entiendes? Un rodeito no estaría mal... -dijo ella, sacándole de sus pensamientos. El pelinegro sonrió.

-Aparte de nana, ¿también vaquera?

Ana rió y pasó los brazos alrededor de su cuello, negando. Se colgó de su nuca y depositó pequeños besos sobre el borde de su rostro, hasta llegar a su oído.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora