Capítulo 33. Algo se quebró

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Salió corriendo lo más rápido que pudo de allí. Mientras recorría de manera desesperada esos pasillos, pugnando por irse de la academia, repetía la escena en su cabeza una y otra vez, de manera fresca y clara frente a sus ojos. No lo podía evitar. Primero, sus cuerpos extremadamente juntos, acurrucados contra la pared. Ana, su Ana, arqueando su cuello y ofreciéndoselo a otro, por la sensación de placer. Incluso, pudo percibir que se había estremecido más de una vez. Después, como el muy maldito de César la atraía hacia él, tomándola de las mejillas, juntando sus respiraciones. Los labios de Ana contra los de ese depravado malnacido. Cómo él metió su lengua con todo el descaro del mundo a esa boca, que según Fernando, sólo era de su propiedad, y que tantas veces lo había llevado hasta el cielo. Las manos de ella en sus hombros, acariciándolos suavemente. El idiota, que la tomaba de la cintura al tiempo que tocaba la piel desnuda que había debajo de su blusa. Recorriendo los mismos caminos por su esbelta figura, como solía hacerlo él. Sonriendo horriblemente al disfrutar el tener a Ana entre sus brazos. Pero lo que más le daba coraje, era cómo ella pronunció su nombre, jadeante y excitada. Así la había oído muchas veces decir el suyo, al momento de entregarse a él. Esa súplica para que aumentara la intensidad le volteó el mundo totalmente, ya que después de que Ana dijera aquel "por favor", observó cómo César besaba apasionadamente su cuello, provocándole a ella tal satisfacción que se le cortó la respiración.

Para ese momento, ya había visto suficiente. A Fernando también se le cortó la respiración, y tuvo que irse tan pronto como un rayo, o sino, no habría podría evitar interrumpir la escena y matar a golpes al irritable castaño, ese, quien le había robado a su mujer. Además, con todo el enojo acumulado, también habría podido hacerle daño a Ana y llevar a cabo algo de lo que se pudiera arrepentir después.

Entró al coche, con el vértigo asentándose en su cabeza y nublándosele la vista por la ira. Una vez sentado, se dio la oportunidad de liberar sus emociones. Golpeó con el puño al volante del coche miles de veces, tratando de sacar esa impotencia enorme que traía dentro, sumada con el inmenso dolor que le recorría cada centímetro de su cuerpo. Era como si le hubieran clavado miles y miles de cuchillos; como si hubiera pasado por todas las torturas imaginables e inimaginables por el hombre, y aun así sin tener la gracia de morir. Las lágrimas se acumularon en sus párpados sin poder frenarlas. Cerró los ojos con fuerza y deseó, desde lo más profundo de su ser, que aquello no estuviera pasando, que todo fuera una terrible pesadilla de la cual podía despertar. Que al hacerlo, encontraría a Ana a su lado, viéndolo con esos inmensos ojos verdes y sonriéndole con ternura, con amor. Fernando anheló que esos labios a los que amaba tanto, que ese cuerpo que tenía la capacidad de darle la más grande satisfacción, la de amar y entregarse a alguien completa y totalmente, estuviera aún puro e intacto para él. Que no los hubiera recorrido las manos de otro, que él fuera el único en su vida. Pero su subconsciente le decía que no, que todo aquello estaba en su mente. Ana le había fallado.

Se empezó a preguntar el por qué. Por qué decidió hacerlo así, lastimarlo así. Ella, que le había jurado que nunca se iría de su lado, que lo amaría hasta el último momento, sin importar lo que pasara. Empezaba a contar, a recordar, y lo mataba pensar en cuántas promesas se habían hecho, en cada arranque de amor que vivieron durante su historia y cada momento de pasión en el que se perdieron el uno en el otro. Ahora, después de haber visto todo eso, dudaba si de verdad Ana lo había amado. Era peor que cuando descubrió su mentira, que se sentía traicionado, enojado, pero Ana le había implorado una y otra vez por su perdón, y ella tomó toda la responsabilidad de sus actos. Tuvo un consuelo con ello. En ese momento, donde parecía que el mundo se le caía a pedazos, ya no sabía en que pensar, qué creer. Cuestionó las veces que la veía a los ojos, y reflejaba el brillo del amor en ese lindo color verde; cuando disfrutaba de sus labios, de su cuerpo cálido que él creía que le entregaba todo. Era tanto su dolor, que fluía por sus venas, le calaba en los huesos, en cada célula y fibra que existía en él, hasta lo más hondo de su ser. Ana lo había engañado con otro y lo había reemplazado, de manera que pudiera recuperar lo que él no le había dado por tantos meses.

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