Capítulo 26. Miedo a las alturas

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Se levantó con pesadumbre. Abrió poco a poco los ojos y lo vio junto a ella, profundamente dormido. Sonrió. Dormía como piedra, pero si querían llevar a cabo el plan lo tendría que despertar, incluso cuando conociera por experiencia propia sus típicas reacciones de aventarle la almohada a cualquiera que osara a interrumpir su sueño. Aunque probablemente lo hacía porque ella o los niños solían despertarlo con gritos y cazuelas... No, no era algo malo. Además, eso se lo ganaba él por no levantarse temprano. De todas maneras, no quería recibir reclamos, así que se le ocurrió algo para evitar el peligro.

Decidió despertarlo de una manera dulce. Le regaló varias caricias en el rostro y el cabello, recargándose en su pecho.

-Fernandou... Mi vida, levántate, anda -susurró tiernamente. Empezó a darle pequeños y delicados besos en la mejilla y en el cuello. Él comenzó a moverse, y justo antes de que terminara de abrir los ojos, Ana le dio un gran beso en los labios, provocando que Fernando se agitara súbitamente; respondió por instinto y saboreó sus tiernos labios como si fuera la cosa más natural del mundo, aún sin saber qué hacía exactamente. Después de varios segundos, al ver lo que pasaba, se relajó y le pasó una mano por la espalda. Ella se separó unos centímetros, aunque seguían rozando narices.

-Buenos días, mi amor -le dijo en voz baja.

-Buenos días, hermosa -Fernando sonrió.

-¿Cómo amaneció el hombre al que más amo en el mundo?

-¿Al que más amas? ¿Cómo es eso? ¿Hay más?

-Sí. Fíjate que hay otros cinco hombres que me vuelven loca.

-¿Ah sí? Son muchos.

-Sí, de hecho sí.

-¿Y se puede saber quiénes son, o cómo son? Me gustaría conocer a la competencia.

-Uy mira, todos son extremadamente guapos. Sonríen como ángeles y cada uno tiene una cualidad especial. El más grande es bien abusado en la astrofísica y me enseña inglés; otro de ellos tiene un mega corazón y baila padrísimo, los otros dos, que son gemelos, son súper engreídos e inteligentísimos para las travesuras. Y el más pequeñito acaba de aprender a caminar, pero es el bebé más lindo del mundo. Todos iguales de maravillosos como su papá -. Sonrió al oírla hablar tan enamorada de sus hijos, y sobre todo, de él. Siguió con el juego.

-Me parecen familiares. ¿Los conozco?

-De hecho, allí tienes una foto de ellos.

Fernando volteó y contempló una de las tantas fotografías de la boda, donde estaba él con los cinco chicos. Detrás de la suya, ella tenía una con las princesas de la familia. Se incorporó, tomando a Ana por la cintura delicadamente y sentándola en su regazo, alzando los dos marcos. Ella los vio junto a él y acarició sus hombros, viendo cómo sonreía al recordar ese día. Ambos soltaron un suspiro.

Ana le recogió un mechón de cabello por detrás de la oreja para sacarlo a la realidad, acompañado de una caricia. Al levantar la vista, sintió cómo el aire lo traicionaba, justo como la primera vez que la vio. Maldición, era tan hermosa. Se quedó mirando unos segundos, pensando en que podría pasar la vida entera contemplándola. Dejó las fotografías a un lado, la tomó por el rostro y admirando sus facciones a contra luz, junto con su preciosa sonrisa, la besó tiernamente. Gran manera de iniciar el día.

Disfrutaba demasiado sentir el contacto de sus labios contra los suyos. Si alguien le preguntara cómo era besarla, no sabría como contestar. Sólo existía una palabra: perfección. La atrajo más hacia sí, inclinándola sobre su pecho. Ella le acarició la mejilla y profundizó el beso. Guiando sus manos hacia abajo, encontró el borde de la pijama y comenzó a abarcar terreno por debajo de su blusa, trazando delicados círculos sobre su espalda. Notó como la respiración de ella se agitaba, perdiéndose en los ligeros suspiros que daba. De pronto, sus manos lo separaron del beso con esfuerzo.

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