Capítulo 87. Dado por hecho

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Fernando no esperó ni un segundo más. Soltó el teléfono y salió corriendo hasta la entrada de la empresa, donde Ana lo esperaba con los brazos abiertos. Cuando la tuvo frente a sí, la cogió de la cintura y la alzó por los aires, enterrando la cara en su cuello mientras reía.

-¡Un bebé, mi amor! De los dos, de nosotros -dijo, dando vueltas con ella. Sin embargo, lo que era un gesto de película para él, le estaba trayendo represalias a Ana.

-Sí, comprendo tu alegría, Fernando. Pero me estoy mareando un poquito, mi amor. ¿Me puedes bajar? -le pidió la castaña. Su esposo se dio cuenta por su expresión y la bajó, dándole un minuto para estabilizarse. Cuando volvió a mirarlo, parecía que se le había pasado.

-¿Y estás cien por ciento segura? -le preguntó él, sin poder evitar enseriar su gesto. Ana, negando con la cabeza, le pasó los brazos por detrás del cuello con discreción y apretó los labios, como si lo pensara.

-Mmm... ¡Claro que sí, tonto! No te lo hubiera dicho sin antes tener la certeza de que lo estoy -respondió ella, con una sonrisa de obviedad. Él se la devolvió, en parte, aliviado; no hubiera querido llevarse un desaire, y mucho menos para ella. Pero si estaba segura, todo marcharía perfectamente bien, eso corría por su cuenta. Sus ojos se centraron en los de ella, sintiendo que se le adormecían los sentidos al perderse en el color verde de estos, y aprovechando su cercanía, soltó una de sus manos para acariciar su mejilla. Se veía mucho más bonita que de costumbre.

-Fernando...

-¿Sí?

-¿Esto va a terminar en beso? Porque no sé si tomar la iniciativa yo o seguir esperando. Parece que estás muy ocupado viéndome.

El pelinegro rió, aún embotado en sus ojos.

-Si pudieras ver lo bella que estás hoy, sabrías por qué me quedo mirándote como un idiota todo el rato.

-Bueno, sabes que me encanta que me mires y todo, pero tengo tantas ganas de besarte que no puedo ni admirar tu romanticismo en este momento. Así que, ¿te importaría cumplir mi antojo y después halagarme? -preguntó ella con un tono aparentemente severo, haciéndolo carcajear. Ana negó con la cabeza y por fin llegó a su boca, comenzando a juguetear con sus labios apenas estos entraron en contacto. Fernando la acercó más a su cuerpo, abrazándola aún por la cintura; a pesar de la corriente de pensamientos que navegaban por su cabeza, procuró concentrarse sólo en el beso, que era el gesto perfecto para sellar el cuadro. Sentir el amor de ella tan latente, en la que en realidad, era una de las muestras de cariño más simple, le despertaba un sinfín de emociones que le recorrían el cuerpo. No se explicaba como algo tan sencillo como un beso de ella, le podía hacer tanto a la vez.

-¿Satisfecha?

Ana se mordió el labio con picardía.

-Sí.

Él volvió a reír.

-No tienes idea de cuánto te amo -exclamó, de repente. Ella lo miró, esbozando otra sonrisa bobalicona; Fernando notó que los ojos le brillaban a sobremanera. Seguramente, estaría él igual.

-Y yo a ti, mi vida. Te amamos.

Al pelinegro se le formó un nudo en la garganta. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento se le cristalizaron los ojos, pero no pudo evitar derramar una pequeña lágrima, enternecido. Bajó la cabeza, tratando de sonreír. Sabía que aún tenían seis meses de espera; sin embargo, estaba seguro de que ese tiempo sería una de las mejores etapas que tendrían como pareja, y al final, el resultado sería lo mejor.

Sintió que las manos de Ana lo tomaban por el rostro, devolviendo su mirada hacia ella. La castaña le secó la lágrima con el pulgar, a la par que la suplantaba por un tierno beso en la mejilla.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora