Capítulo 3. La despedida

2.9K 176 24
                                    

Se secó las lágrimas. También se iría esa misma noche; Doroteo la tenía hasta la coronilla con sus amenazas y no podía faltar esta vez. Habló con Soledad y se dispuso a recoger sus cosas. Acordaron llevarse sólo lo indispensable, seguramente Bruno mandaría el resto de las pertenencias. Igualmente, le pidió que pasara las cosas del bebé con Manuela, observando al pequeño mientras daba la instrucción. El mayordomo los dejó solos para que se despidieran. Sólo oyó cuando cerraron la puerta; tomándolo entre sus brazos con los ojos llenos de lágrimas.

-Te amo mi pequeño y siempre voy a estar aquí contigo. Pórtate bien -le susurró al oído con una sonrisa melancólica, meciéndolo con ternura. Tomó aire para evitar que las lágrimas salieran. No, aún no era tiempo de llorar. Lo estrechó y volvió a dejarlo en la cuna. Salió con los ojos fuertemente cerrados, deseando que aquello no estuviera sucediendo.

Ya casi era hora de que los niños se acostaran. Tenía que despedirse de ellos antes de dejar la casa, aunque no estaba segura de soportarlo. Ya había perdido a Fernando, ahora también tendría que alejarse de los que quería como a sus hijos con todo el dolor de su alma. Pero por mucho que sufriera, era ella la que tenía que demostrar fortaleza sólo para no angustiarlos, aunque por dentro estuviera muriendo.

Pronto acabó de hacer la maleta con las pocas cosas que se llevaría. La tomó y salió del cuarto discretamente. Caminó por el pasillo y se paró enfrente de aquella puerta tan especial, que resguardaba una habitación llena de inolvidables recuerdos.

Se cercioró de que Fernando no estuviera en su recámara, entró y dejó la carta sobre la almohada, junto a la caja de regalo. Acarició el edredón de algodón, que al pasar la mano dejaba libre su perfume; aspiró aquel aroma que tanto la enloquecía y salió con la misma discreción, revisando que no hubiera nadie.

De inmediato se dirigió al cuarto de Fanny. Tocó la puerta.

- ¿Se puede? -preguntó mientras abría y asomaba la cabeza.

-Vaya pregunta. ¡Claro! Pasa, Ana -contestó Fanny con la alegría de siempre; estaba sentada leyendo en su cama. Algún libro que le habría regalado Lenin. Ana tomó asiento frente a ella.

-Nena, necesito que me hagas un favor.

-Yo sigo órdenes. ¿En qué te ayudo? Ah, ya sé. Algo de mi papá, de seguro -dijo la chica con cierta picardía. Le dolió en el alma aquel comentario inocente, qué más desearía ella que fuera verdad.

-No, no es nada de eso. Necesito que reúnas a tus hermanos en la sala, yo voy a estar abajo -respondió con pesar, cansada. Quería acabar con esa pesadilla que le desgarraba el alma.

-¿Para qué? -preguntó Fanny con preocupación. Era evidente que se había dado cuenta de que algo no estaba bien. Ana no podía evitar estar seria, melancólica.

-Lo sabrás en su momento. No preguntes todavía, por favor. Entonces, ¿si me ayudarías?

-Sí. Ahorita los bajo. Ana, ¿está todo bien? -Fanny la tomó de la mano y la apretó con fuerza. Eso la reconfortó. No quería dejarlos, pero no permitiría que la vieran destrozada. Lo que estaba pasando era sólo su culpa, y deseaba poder evitarles ese dolor, a ellos y a Fernando. Ana tomó aire y suspiró.

-Se los explicaré después. Gracias princesa, te veo abajo -La soltó y salió por la puerta. Apretaba el puente de la nariz para evitar que salieran las lágrimas.

Recogió su maleta, la había dejado a un lado del marco de la puerta. Se encaminó a las escaleras; a cada paso sentía desfallecer. Pero todo eso se lo había buscado por tonta y cobarde, por no haberles dicho la verdad desde un principio.

Llegó a la sala y contempló el espacio una última vez. Tantos recuerdos iban y venían por su mente. Soltó la maleta y se dejó caer en el sillón con más pesadez que antes; las emociones de ese día la habían dejado agotada, y aún faltaba lo peor.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora