Capítulo 84. Revelaciones

1.7K 90 93
                                    

Fernando se quedó de a seis. Parpadeó un par de veces, tratando de asimilar lo que había escuchado.

-¿Qué dijiste? -preguntó, aún incrédulo. Ana escondió una sonrisa.

-Te dije "Feliz aniversario, mi amor".

-Entonces, ¿sabes quién soy? ¿Sabes que...?

-¿Estamos casados? -La castaña asintió -Sí, soy bastante consciente de ello.

-Pero, ¿cómo? ¿Por qué...? -El pelinegro sintió que la cabeza le palpitaba, formulando miles de preguntas en su mente en un periodo de tiempo demasiado corto -¿Todo esto lo hiciste tú?

-Afirmativo, don Fernando -Ella acarició su mejilla, tratando de hacerle levantar el rostro. Su gesto estaba totalmente desencajado -¿Qué te pasa, mi amor?

Al contrario de la reacción que Ana esperaba, su esposo se puso de pie, iracundo, y la miró con severidad.

-¿Que "qué me pasa", preguntas? ¿Tú qué crees que me pasa? -le preguntó, con un tono de reproche -¡Imagínate pasar todo el día completamente confundido, sin saber qué carajos es real y qué no, hasta el punto de pensar que todo lo que viviste los últimos dos años, fue un maldito sueño! ¡Que enloqueciste!

-Guapo, cálmate.

-¡No, Ana! ¡Estas cosas no se hacen! -estalló él, indignado. Se dio la vuelta para no seguirla viendo.

-Fernando... -La castaña se acercó y trató de tomarlo por los hombros, pero él no se dejó, liberándose de su agarre con brusquedad -Fernando, escúchame. Yo no quise...

-¿Qué? ¿Desquiciarme la mente? -cuestionó él, alzando la voz.

-¡Pues no! Realmente ¡esa no fue mi intención! Mira, si tan sólo me dejaras...

-¡No, ni hables, Ana! -le espetó, arrastrando las palabras -Es que... -Fernando se haló el cabello, frustrado -En verdad, me cuesta creer que no te pusieras a pensar cómo yo reaccionaría ante todo esto. Fue muy macabro que jugaras con mi salud mental de esa forma. ¡Creí que mi vida contigo había sido una mentira, que todos mis sentimientos hacia ti eran erróneos!

-Amor...

-Y no sólo fue contigo. ¿Te imaginas el terror que sentí cuando me dijeron que Lucecita, nuestra hija, no podía hablar? ¿Que nunca lo había hecho? O, ¿que me comporté como un ogro con los niños los últimos dos años? ¿Que mi padre y yo ya no teníamos relación?

-Fernando, tranquilízate. Te lo puedo explicar.

-Ay sí, ¿y por qué no también, mientras lo haces, me das otro té? ¿Y jugamos a que no te conozco nuevamente?

-No seas así, por favor.

-¿Cómo, Ana? ¿Como un grosero contigo? Perdóname, pero es que no puedo contestarte de otra manera. Es más, no soy capaz ni de mirarte. Simplemente, el enojo es demasiado grande.

Ella se acercó dos pasos a él, procurando mantener la calma.

-Escúchame, nada más.

-No.

-Fernando... Yo no te preparé esto con el objetivo de perjudicarte -dijo, con voz queda.

-Pero lo hiciste -replicó él al instante, molesto.

Ana se paró en seco. Sintió que un nudo se instalaba en su garganta y tragó, parpadeando para evitar llorar. Definitivamente, no era lo que había esperado al terminar con la sorpresa.

-Está bien -exclamó, sintiendo cómo su capacidad para hablar disminuía enormemente -Qué bueno que me lo digas, en verdad. Así sabré que no lo tengo que volver a hacer. Y lo más que me queda, es pedirte una disculpa por este día; créeme que lo que menos quise, fue que te sintieras mal. No pude evitarlo, pero al menos te puedo pedir perdón por ello.

No Te VayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora