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Lorenzo me sonríe, su entusiasmo por el plan es evidente en su expresión

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Lorenzo me sonríe, su entusiasmo por el plan es evidente en su expresión. Deslizo la mirada hacia su pecho, parcialmente cubierto por una camisa de flores grandes, abierta en el pecho de manera que me permite apreciar una vez más su musculatura bien definida. Un fino collar dorado descansa sobre su cuello, añadiendo un toque de rebeldía a su apariencia.

—Si te hace ilusión... —murmuro, llevándome el tenedor a la boca—. ¿O simplemente quieres escaparte con una chica mayor que tú?

Lorenzo toma un sorbo de agua de una copa azulada, su mirada se cruza con la mía de reojo, mostrando una leve inquietud.

—Solo te llevo dos años. Y antes de que lo preguntes, ya he averiguado tu edad.

—¿Puedo saber que edad tienes? —pregunto, intrigada.

Puedo suponer que es mayor de edad, pero la ausencia de barba me hace pensar que no es mucho mayor que yo.

—Acabo de cumplir dieciocho —responde con una sonrisa que denota orgullo y desafío a la vez.

La puerta de la cocina se abre con suavidad y aparece la hija de la cocinera, acercándose a Lorenzo con una botella de licor y un paquete de cigarrillos.

—Si te descubren, ni se te ocurra decir que te lo he dado yo, chavito —le advierte con un tono que mezcla sensualidad y reproche.

Lorenzo esboza una sonrisa de complicidad, se limpia la grasa de pollo de los dedos y toma la mano de la chica, besándole los nudillos con un gesto galante.

—Tranquila, Sol, tú sabes que nunca te pondría en peligro —Le asegura guiñándole un ojo.

No puedo evitar reírme ante la escena, algo que claramente desagrada a Sol. Sin decir una palabra, se marcha de puntillas, con las manos metidas en los bolsillos.

—Así que, eres el niño rico que se acuesta con las empleadas de papá, ¿no?—pregunto, dejando el tenedor sobre el plato.

Claro que lo es, se le nota en la cara. Ese rostro atractivo con la mandíbula marcada, refleja que es el típico tío por el cual tendrías que ir a terapia durante años.

—Venga, Skarlett, ¿ahora me dirás que tú nunca te has chingado a ninguno de tus guardaespaldas?

—Todavía no —respondo, mintiendo con una media sonrisa—. ¿Quieres ir al lago o qué?

Lorenzo se levanta, señalándome para que no haga el mismo ruido con la silla que antes. Coge la botella y el paquete de cigarrillos, guardando la cajetilla en el bolsillo de sus pantalones. Caminamos con cautela por el salón, dirigiéndonos al exterior, donde he pasado casi todo el día.

—El lago está a unos diez minutos andando. Tenemos que saltar la valla; la puerta está custodiada por Águila y Peña —explica mientras toma mi mano—. Solo sígueme.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora