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Lorenzo se había marchado al cuarto de baño, y era la ocasión perfecta para ir tras él

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Lorenzo se había marchado al cuarto de baño, y era la ocasión perfecta para ir tras él. Si algo había aprendido es que no debo dejar a los invitados campar a sus anchas por mi casa.

Quizás estaba entrando en un estado de paranoia, pero siempre debo seguir mi instinto.

Camino a paso lento, sin arrastrar los pies, hasta llegar a la puerta del baño. Coloco la oreja en la madera para escuchar lo que sucede al otro lado.

—¿Puedes parar de llamarme una y otra vez? —Se escucha preguntar a Lorenzo con voz rasposa.

—Eres un gilipollas, tú me has dado la patada, después de todo.

Parece que Lorenzo termina la llamada, ya que el silencio llena el ambiente. Regreso a la sala y me pongo a revisar unos papeles que dejé ayer sobre el mármol de la chimenea, disimulando mi presencia.

—¿Ya tienes alojamiento en Rusia? —le pregunto al verle regresar.

—Sí... bueno, no, pero no creo que me pongan muchos impedimentos en cualquier hotel.

Asiento ligeramente, aunque dudo que esté en lo cierto.

—Dudo que te permitan alojarte sin problemas. Aquí, solo los conocidos tienen derecho a cobijo, y no se lo ofrecerán a un extraño —explico, mientras busco una llave en el armario—. Por mucho dinero que ofrezcas.

Lorenzo se acerca, claramente interesado en lo que estoy buscando.

—¿Qué es eso?

—Es la llave de la habitación de invitados. Puedes quedarte aquí esta noche —le digo, poniéndosela en la mano—. Y mañana me acompañarás a un sitio.

Desde la ventana de mi habitación, le observo. Está hablando con uno de sus hombres, y su expresión es grave. Me fijo en cómo se quita el jersey, revelando sus músculos bien definidos. La bala que lleva colgando del collar choca contra su pecho con un movimiento seductor.

Me apoyo en el alfeizar de la ventana, disfrutando del espectáculo. No me arrepiento de nada mientras veo cómo se lleva las manos al cinturón de su pantalón.

Para mi sorpresa, eleva la mirada y, al encontrarme espiando, nuestros ojos se cruzan. Su mirada es intensa y no puedo evitar sentir un estremecimiento.

—Pervertida —susurra sonriéndome.

Una vez se quita el cinturón, deja que la tela de sus pantalones se deslice por las piernas, pero lo más increíble es que no lleva calzoncillos.

Lleva el pubis depilado y su pene se ve mas grande de lo que recordaba, por el amor de Dios.

Algo me está palpitando y  no se trata del corazón.

Lorenzo hace un gesto con la mano, ofreciéndome una invitación que es imposible de ignorar.

Bajo la persiana de la ventana rápidamente, conteniendo la respiración. Un segundo más y habría estado en la puerta de su habitación, dispuesto a derribarla para unirme a él. Pero necesito mantener la calma. No puedo dejar que su presencia me domine y me arrastre a su cama sin control.

En mi escritorio, busco el cuaderno que me dio la psicóloga. Con un lápiz en la mano, escribo la fecha de hoy en la primera página. Luego, bajo la vista, y con un suspiro de resignación, añado una sola palabra:

Cachonda.

El sonido de la puerta abriéndose me despierta, y siento un peso en el otro lado del colchón. El aroma a tabaco mezclado con cuero me llega de inmediato.

—Buenos días, Alexey.

Se quita las botas y se acomoda bajo las sábanas, notando cómo sus pies fríos buscan calor.

—Oye, siento mucho lo de ayer —dice, cruzándose los brazos detrás de la cabeza.

—Por mucha confianza que tengamos, sigo siendo tu jefa —respondo, con un tono que deja claro el límite de nuestra relación.

Nos quedamos en silencio durante unos minutos. Aunque a menudo compartimos silencios, esta vez se siente diferente, cargada de una extraña tensión.

—¿Qué órdenes tienes para hoy, Skar?

—Para ti, ninguna —digo con firmeza—. Es tu día de descanso. Debes ir a casa con tu hija.

Él se coloca de lado, mirándome con un rostro marcado por los golpes de la vida.

—Con el mexicano no quiero irme, necesitas más protección —dice con seriedad.

—No, no es peligroso. Tu hija te necesita más que yo. Mueve el culo ya o te saco a patadas —respondo con determinación.

Después de organizar los guardias que me acompañarán durante el día, bajo a la cocina para desayunar algo.

Lorenzo ya está sentado en uno de los taburetes, hablando animadamente con la cocinera.

—Buenos días, veo que te llevas bien con Paola —comento tras servirme un café.

Paola sonríe con su rostro afable y castigado por la edad y se marcha para dejarnos a solas.

Tomo asiento al lado de él. Tiene el cabello mojado, recordándome a aquel día en la piscina.

—¿Por qué lo hiciste? —inquiere Lorenzo, su tono cargado de curiosidad.

—¿A qué te refieres? —pregunto, alzando una ceja mientras intento entender su pregunta.

Sube la mano hasta mi cabello, y por un segundo me parece que aún lo tengo largo, como antes, pero no es así. La realidad me devuelve a un presente marcado por la tragedia.

—Necesitaba un cambio, dejar de ser Skarlett durante un tiempo —expreso, llevándome la taza a los labios y buscando calor en el café.

—Para mí nunca dejarás de ser Skarlett, ni después de mil cambios.

Dejo la taza sobre la mesa y me giro para poder verle mejor. Su mano descansa ahora sobre mi rodilla, su contacto es cálido y firme. La proximidad de su cuerpo y el roce de su piel me hacen sentir una mezcla de inquietud y confort.

—Lamento decirte que ya no puedes cumplir tu fantasía, pues no puedes tirarme de la trenza mientras me follas —expongo, retándole con la mirada.

Lorenzo se pone en pie y me acoge la cara entre sus manos, las cuales continúan suaves, tal y como recordaba.

—¿Sabes que tenemos una conexión única, Miss Rusia?

Habla pegado a mis labios, sin besarme.

—¿Y cuál es?

Saco la lengua para rozar sus labios, él no se aparta y dice:

—Yo saco lo mejor de ti, y puedo meterte lo mejor de mí.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora