✦XXIX✦

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Antes de entrar al enorme edificio médico, me detengo para abrir la cajetilla de cigarrillos y sacar uno

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Antes de entrar al enorme edificio médico, me detengo para abrir la cajetilla de cigarrillos y sacar uno.

No soy fanática de los hospitales; el olor característico de estos lugares me repugna, me transporta al sótano donde fui operada. Las gasas esterilizadas, el suero, mi sangre goteando por toda la camilla... Mis padres muertos a escasos centímetros de mi cuerpo casi inerte.

Busco el mechero dentro del bolso cuando me parece reconocer a un chico entre la multitud.

—¿Dónde vas, Yannick? —pregunto encendiendo el cigarrillo.

—Me han avisado de que Gabriela Rey está aquí. —Parece que tiene una vara atravesándole la espalda—. Solo quería saber su estado.

Asiento con la cabeza mientras expulso el humo del cigarro.

—¿Quién te ha avisado?

—Estás preguntona, niña.

Apago el cigarro bajo su atenta mirada. Sus ojos están enrojecidos, y parece que aún está afectado por el alcohol.

—Vamos, no te quedes ahí —digo mientras piso la colilla.

En la sala de espera apenas hay gente, pero no logro encontrar a Lorenzo. Suspiro pesadamente y me dirijo a la recepción.

—Perdón. —Una mujer se acerca—. ¿Sabe dónde está Gabriela Rey o su hermano?

La escasez de personas en la sala me hace sospechar que han aislado una parte del hospital para ella. Los cinco hombres en la puerta son otra pista significativa.

—La chica sigue en la sala de emergencias, están realizando un examen—explica la recepcionista, apoyando las manos en el escritorio—. El joven que la acompañaba está en el baño, lo vi entrar hace unos segundos.

Yannick se sienta después de haber puesto la oreja en la conversación.

—Bueno, está en el baño de hombres, entra y dile que estoy fuera, por favor —le comunico cuando llego hasta él.

—No, es mejor que vayas tú. Dudo que te importe entrar en el baño del otro sexo. —Se ríe—. Hace unas horas querías clavarle a un tío una botella rota, Skarlett.

Antes de irme, le sujeto la cara con la mano derecha. Yannick permanece inmóvil, casi de piedra.

—Ya hablaremos de ese acto de celos.

Sin darle más vueltas, entro, y encuentro a Lorenzo inclinado sobre el lavabo, el agua fría corriendo mientras intenta despejarse la cara.

—Lorenzo, ya estoy aquí —anuncio suavemente, cerrando el grifo con un giro firme.

Él se vuelve lentamente, sus ojos aún llenos de preocupación. La tensión en sus hombros parece relajarse un poco al verme.

—Una maldita zorra le hizo esto, tenemos que acabar con ella —dice Lorenzo con los dientes apretados, la tensión en su voz casi palpable. —¿Sabes algo de Gabi?

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora