✦LXV✦

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Introduzco las manos en agua fría para aliviar el daño de los nudillos y limpiarme la sangre que hay sobre estos

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Introduzco las manos en agua fría para aliviar el daño de los nudillos y limpiarme la sangre que hay sobre estos. Germán me extiende un paño limpio y lo anudo alrededor de la mano.

—La pregunta es fácil, sé que la policía ya no trabaja para los Rey, pero tú eres el chivo expiatorio del Comisario Jefe —digo clavándole la culata de la pistola en la frente—. ¿Vas a morir por ese tipo?

No importa matarle, ni tampoco me afectó dormir dos días en el calabozo hasta que Gabriela pagó mi fianza. Si tengo que arrancar cabezas, disparar miles de balas o quemar ciudades enteras lo haré si con ello consigo encontrarla.

—Si hablo me matará él y si no lo hago lo harás tú. ¿Qué gano yo, Rey?

El tipo se retuerce en la silla como un piojo sin cabeza. Germán le agarra los hombros para inmovilizarlo y aprovecho para darle otro puñetazo con la mano menos herida.

—Ganas una muerte menos dolorosa.

Mi celular vibra en el bolsillo, lo agarro manchando de sangre la pantalla y leo el mensaje de uno de mis guardias.

Sin paradero de la señora en todo México.

—¿Estás casado, Damián?

—Sí, sí.

—¿Qué harías si un día tu mujer desaparece sin dejar rastro y no es por voluntad propia?

No contesta, aunque su mirada se fija más en mi arma que en mi cara.

—Yo... no lo sé, supongo que... la buscaría.

—Claro —suspiro intentando inhalar aire con tranquilidad—. Entonces, entenderás porqué hago esto. Tienes cinco segundos para hablar o mis hombres entrarán y serás degollado lentamente.

Germán aparta la vista meneando la cabeza con enfado, sé que no le gusta que actúe así, exactamente como lo haría mi padre.

—Solo sé que es ruso y tiene muchísimo dinero de una especie de secta religiosa que viven en una aldea, creo que se hacen llamar Croí Bán.

¿Ruso? No, Boyko es irlandés, pero en los informes de la Secuestradora hablaba de un segundo hombre que era la mano derecha de él.

—Perfecto, vas aprendiendo. Ahora dime el lugar exacto de esa aldea y puede que te deje vivir.

—No lo sé, de verdad —baja la cabeza para que no le vea llorar—. Tan solo he escuchado eso, ni siquiera lo he visto.

El garaje en el que le tengo enclaustrado huele cada vez más a sudor y miedo, un pájaro revolotea por el techo posándose sobre un hierro que sobresale de la pared.

—¡Tú! —grito al guardia de Skarlett—. Mátalo.

Desde hace semanas, exactamente, desde su desaparición he arrastrado a todos en mi ola de ira y desprecio. Salgo de la nave industrial para encenderme un cigarrillo y me dejo caer sobre el capó del carro.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora