✦XXXIX✦

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Estoy en el top uno en la escala de los pendejos

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Estoy en el top uno en la escala de los pendejos. Tan solo un imbécil como yo podría haber roto tanto su matrimonio.

Skarlett es mi musa, mi templo sagrado al que nadie debería tener acceso. Pero, de manera absurda, había dejado una puerta abierta para que otro hombre entrara.

¿En qué demonios estaba pensando?

—¿Dónde está? —pregunta Yannick al entrar en la cocina—. Fui un momento al baño y ha desaparecido.

—Se ha ido con uno de mis guardias a la ciudad —respondo, tratando de mantener la calma—. No sé si lo recuerdas, pero no usamos protección, y ahora tiene que meterse un chute de hormonas encapsulado en una pastilla por nuestra culpa.

Yannick se sienta en el taburete y empieza a servir ginebra en dos copas.

—Espero que no confundas lo que acaba de pasar, Skarlett es mi esposa, no la tuya.

Él asiente con la cabeza, bebiendo de la copa en pequeños sorbos, como si quisiera que el líquido nunca se acabara.

—Los tres formamos un buen equipo, no te cierres a la realidad, Lorenzo. Además, ya no es tan raro que más de dos personas formen una pareja.

Bebo un trago largo de la ginebra, la quemazón me rasga la garganta, pero es soportable.

—A ver, no me estás entendiendo —digo, golpeando la mesa con la mano—. Guarda en esa maldita cabeza el recuerdo de mi mujer desnuda, porque nunca más la tendrás así en tus brazos.

Parece que mis palabras han surtido efecto, ya que Yannick se marcha de mi casa sin mediar más palabras, dejándome con una mirada cargada de odio.

Subo rápidamente hasta nuestra habitación, necesito una ducha urgente. Me siento sucio, como si acabara de cometer el acto más horrible del mundo, un pecado que no puedo sacudirme.

El jabón de glicerina me deja un aroma agradable y una sensación de limpieza que necesito desesperadamente. Me ato una toalla a la cintura y salgo al pasillo, dispuesto a preguntar por Skarlett. Sin embargo, la encuentro subiendo las escaleras con una expresión sombría.

—Hola —digo, al llegar a su altura—. ¿Has encontrado la píldora anticonceptiva?

Reprimo las ganas de decirle que debería haberme dejado acompañarla.

—Sí, tengo que tomarla veinticuatro horas después de la relación sexual.

Pasa por mi lado sin siquiera rozarme, girando el hombro para evitar el contacto. Me dejo caer contra la pared mientras ella se deshace de la ropa y se viste con uno de sus pijamas de satén.

—¿Quieres decirme algo? —cuestiona al notar mi falta de movimiento.

Con una sensación de angustia, doy unos pasos y me siento a su lado en el borde de la cama, justo delante de la ventana.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora