✦XIII✦

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Le hago una señal con la mano a mis hombres, indicándoles que se mantengan tranquilos y al margen

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Le hago una señal con la mano a mis hombres, indicándoles que se mantengan tranquilos y al margen. No quiero que se salgan de su rol y aumenten la tensión en la situación.

De reojo, observo a Lorenzo, quien parece estar actuando exactamente al contrario de lo que había previsto. Con una calma perturbadora, extrae una Glock 17 dorada de su cinturón. Sus movimientos son precisos y medidos, mientras se pasa la lengua por los labios, una señal de concentración y determinación.

Lorenzo se acerca al hombre que se muestra tan decidido a mantenernos fuera, y coloca la pistola con firmeza en el lateral de su cuello. El brillo dorado del arma resalta en la penumbra del club, y la atmósfera se carga de una tensión inmediata y palpable.

—A ver, pendejo de mierda —le toma la cara con la otra mano—. No sé qué tipo de juego estás jugando, pero no tenemos tiempo para tonterías.

El propietario del club se congela, su rostro palidece visiblemente mientras sus ojos se abren con una mezcla de miedo y sorpresa. Su actitud cambia de inmediato, y el desafío en su expresión se transforma en una súplica silenciosa.

Cierro el paraguas y lo tiro hacia un lado, acercándome con determinación mientras no aparto la vista de su rostro visiblemente atemorizado. La lluvia sigue cayendo.

—Nos has insultado y has dudado de nuestra palabra —digo, cruzándome de brazos con una expresión implacable—. ¿Qué hacemos al respecto?

El hombre, visiblemente angustiado, agita los brazos en un gesto desesperado. La pistola en su carótida parece estar teniendo el efecto deseado: su miedo es palpable, inmovilizando cada uno de sus movimientos.

—¿Cómo te llamas? —pregunto con voz firme, sin dejar de observarlo.

El hombre, con el rostro pálido y sudoroso, traga saliva mientras lucha por controlar su respiración. Finalmente, su voz sale en un susurro tembloroso.

—Vladimir... Vladimir Aleksandrov. —responde, su tono quebrado por el temor.

Lorenzo le quita la pistola y le indica que abra la verja, mientras yo saco otra pistola del maletero y se la entrego a uno de mis hombres. Les ordeno que mantengan vigilancia por delante, asegurándome de que no haya sorpresas mientras avanzamos.

—Camine hombre, camine.

El hombre nos lleva por un pasillo iluminado con luces tenues, el sonido de nuestros pasos en el suelo de moqueta es el único ruido en el ambiente. La tensión se palpa en el aire. Al llegar a la puerta de la habitación 208, él se detiene, claramente nervioso.

—¿Trabaja solo? —Me pregunta Lorenzo cuando la encuentro.

—Eso parece, mientras no nos crucemos con nadie todo está bien.

Nosotros tres entramos en el ascensor, solo podemos oír la respiración agitada del dueño  y cada vez se vuelve más ahogada.

—Este imbécil se morirá de un infarto si continua así —comenta Lorenzo al salir del elevador.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora