✦ XLII✦

7.2K 514 17
                                    

Cientos de coches nos siguen, todos vestidos en un elegante negro que contrasta con el resplandor pálido de las luces de la luna

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cientos de coches nos siguen, todos vestidos en un elegante negro que contrasta con el resplandor pálido de las luces de la luna.

Lorenzo está a mi lado, sumido en un silencio pesado. Desde que notificó a sus hombres sobre la muerte de Vicente Rey, ha permanecido en un estado de meditación sombría. Me pregunto si la frialdad con la que aborda la noticia es una fachada, una forma de enmascarar el verdadero impacto.

—Puedo conducir yo si lo prefieres, dudo que estés en condiciones de manejar ahora mismo —ofrezco, observando cómo se pasa la mano por los ojos, un gesto que habla de cansancio y estrés acumulado.

Él gira lentamente hacia mí, sus ojos aún cargados de la intensidad del momento.

—Estoy bien, solo un poco sorprendido —responde con una calma que parece frágil—. No me afecta en absoluto, era un bastardo. Está mejor muerto.

La forma en que lo dice, con esa mezcla de determinación y frialdad, hace que me cuestione si realmente está en paz con lo que ha sucedido. Aunque lo disimula, no puedo evitar notar la tensión en sus músculos, el leve temblor en su mano que sostiene el volante.

Los hombres que ocupan la parte trasera de la camioneta no parecen sorprendidos por la actitud de Lorenzo. Yo tampoco lo estoy. La tensa relación entre él y su padre nunca ha sido un secreto; en el mundo en el que se mueven, donde el comercio de drogas define tus relaciones, el poder puede distorsionar más de una conexión familiar.

El poder, sin duda, nubló el juicio y el corazón de Vicente Rey.

—Hemos llegado. Quedaos en la puerta y no dejéis entrar a nadie que no sea de la familia, ¿entendido? —ordena Lorenzo al descender del vehículo.

—A la orden, patrón.

 El jardín está desierto, envuelto en un manto de silencio roto solo por el canto de los grillos. La casa, un imponente y frío recordatorio del pasado, permanece inmutable, tal como la recordaba. 

Lorenzo abre la puerta principal y, al cruzar el umbral, me encuentro con una escena conmovedora. Gabriela está sentada en un sillón, su cabello castaño cae en desorden alrededor de su rostro mientras llora en silencio. Sebastián está a su lado, acariciándole el cabello con una ternura inesperada.

¿Qué?

—Sí, después te pongo al día sobre ese tema —Me explica Lorenzo al hacerle una señal con la mirada.

De repente, Diana aparece en la cima de las escaleras, su rostro enrojecido por las lágrimas. Al ver a su hijo, su dolor se intensifica y corre hacia él, envolviéndolo en un abrazo apretado.

—Ya no está, Lorenzo... No puedo creerlo. Esta misma mañana estaba bien. Al salir de la ducha, se resbaló y murió nada más llegar los médicos —solloza, mientras besa la frente de Lorenzo con labios temblorosos.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora