✦XXXIV✦

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Mientras bajo hasta el sótano, la adrenalina comienza a recorrer mi cuerpo

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Mientras bajo hasta el sótano, la adrenalina comienza a recorrer mi cuerpo. Sé que no tenemos las armas más letales aquí, esas están guardadas en un almacén a las afueras de la ciudad. Pero no las necesitamos. Somos quince contra una, y aunque sé que ella probablemente tenga algún aliado, estamos preparados.

Germán, el soldado más antiguo y de mayor confianza de Lorenzo, se acerca mientras termino de cerrar una bolsa negra repleta de armas.

—Su amigo está muy nervioso, señorita. ¿Podría subir y tranquilizarle? —me pregunta.

—Está bien, veré qué excusa puedo inventar para que no sospeche de lo que está pasando —respondo, intentando mantener la calma en mi voz—. Después, será mejor que lo llevéis a su casa con un coche discreto. No quiero que esté involucrado en lo que va a suceder.

Germán asiente con firmeza.

 —Alto y claro

Dejo la bolsa de armas en manos de uno de los guardias y me preparo mentalmente para lo que sigue. Tengo que mantener a Yannick alejado de todo esto. Aunque su presencia aquí era inevitable por lo que ocurrió, no quiero que termine atrapado en el fuego cruzado.

Subo las escaleras, ya pensando en la mentira que le diré a Yannick para calmarlo y mantenerlo fuera de peligro. Pero mi mente está dividida, una parte está con Lorenzo, imaginando todo lo que puede estar pasando en Tepic. Sé que, pase lo que pase, esta noche esa zorra acabará muerta.

Empujo la puerta con las manos para poder subir. Desde la escalera escucho el acento francés de Yannick replicarles a todos los muchachos que se encuentra. 

Veo cómo camina de un lado a otro, inquieto, su desconfianza es palpable. Su acento francés se hace más fuerte cuando está nervioso, y ahora mismo, es evidente que está a punto de perder la paciencia.

—Escucha, Yannick —digo, tratando de suavizar mi tono—, sé que todo esto es extraño, y créeme, no es fácil para mí tampoco. Pero la situación es complicada, y necesitamos manejarla con cuidado. Lorenzo sabe cómo funcionan estas cosas, y estoy segura de que preferiría que lo resolvamos así, sin demasiadas interferencias.

Me acerco a él, colocando una mano en su brazo consumido por la tinta, tratando de transmitirle una sensación de calma.

—La policía está haciendo su trabajo, pero nosotros también debemos hacer el nuestro. Nadie conoce a Lorenzo como nosotros, y nuestros guardaespaldas están mejor preparados para estas situaciones que cualquier otro.

Yannick se detiene y me mira, todavía con una expresión de escepticismo. Puedo ver que quiere creerme, pero la situación lo supera.

—¿Por qué necesita tanta protección un entrenador de hípica?

—Son cosas de su familia, su padre es muy sobreprotector, ya sabes...

—¿Por qué necesita tanta protección un entrenador de hípica?

—Son cosas de su familia, su padre es muy sobreprotector, ya sabes...

Siento que mi habilidad para mentir sin dejar rastro está empezando a fallar, o tal vez simplemente me pesa engañarlo.

—Deja de sobrepensar tanto —le digo mientras coloco mis manos en sus mejillas, intentando tranquilizarlo—. Uno de mis hombres te llevará a casa, pero necesito pedirte algo muy importante. Prométeme que no dirás nada de lo que pasó aquí el día de la boda, es crucial.

Sus ojos celestes reflejan mi imagen, pero más allá de eso, veo su alma, la sinceridad en su mirada.

—Tranquila, no quiero que me abran la cabeza como a una sandía, otra vez. —Se toca la herida con una mueca—. Lo prometo, palabra de caballero francés.

 ✦ • ✦

Tras acortar el camino hacia Tepic por carreteras poco transitadas, finalmente logramos entrar. Sé que no será fácil; encontrar a Lorenzo en esta ciudad es como buscar una aguja en un pajar.

—¿Sabe cuál es la superficie total de esta ciudad? —pregunta Germán antes de estacionar en un descampado.

—Sí, tiene una extensión territorial de 1983,3 kilómetros cuadrados, lo cual lo convierte en el sexto municipio más extenso del estado —respondo mientras guardo un revólver en el cinturón, asegurándome de que esté bien escondido pero fácil de alcanzar.

Como expertos en este tipo de situaciones, decidimos empezar en un lugar apartado, quizás algún edificio abandonado donde habiten personas con pocas posibilidades, aquellas que con un poco de dinero estarán dispuestas a proporcionarnos la información que necesitamos.

Nos acercamos a un grupo de adolescentes. Ninguno parece tener más de dieciocho años, pero todos llevan la apariencia de auténticos delincuentes. Son la clase de chicos que saben lo que ocurre en las sombras de la ciudad, aquellos que podrían vender secretos por el precio adecuado.

Germán les muestra un fajo de billetes, y los chicos responden con la arrogancia típica de quienes creen que lo saben todo.

—Muchachos, ¿quieren ganar algo de plata? —les cuestiona, dejando que vean el dinero.

El más tatuado de todos lanza su botella de cerveza contra el muro de piedra a su izquierda.

—Si es por acostarme con esta morra, lo hago gratis, mamón.

Mi paciencia tiene un límite. Clavo el tacón de mis botas en la tierra, fijando mi mirada en el chico.

—La cosa no va así. Tú hablas y, según lo que esa lengua sucia diga, te pago. ¿Entiendes? —digo, mostrando la fotografía de Lorenzo en mi teléfono.

Los cinco pasan la imagen entre ellos, pero solo dos reaccionan, sus miradas se encuentran con la mía, y sé que saben algo. Permanecen callados, pero sus ojos los delatan.

—Vosotros dos —les señalo con el dedo—. ¿Cuáles son vuestros nombres?

—Yo soy Berni y mi compa es Héctor, morra —responde uno, con un tono desafiante, pero la chispa de nerviosismo en su voz no pasa desapercibida.

Saco un billete del fajo y prácticamente se lo paso por la cara a Berni y Héctor, asegurándome de que el dinero sea lo único en lo que puedan concentrarse.

—Es obvio que sabéis algo de mi esposo. Un billete por cada frase que digáis, así de simple.

El chico tatuado, el que parece ser el líder del grupo, se interpone de nuevo entre nosotros. Germán, siempre alerta, hace un amago de sacar su arma, lo que obliga al tatuado a retroceder unos pasos, pero no cede en su actitud desafiante.

—Pero es que, nosotros no somos sapos, nos vale verga su dinero —replica, volviendo a sentarse con desdén.

Respiro hondo y decido aumentar la apuesta. Extraigo cuatro billetes más y un reloj de oro que llevaba guardado en caso de necesitar algo extra para quebrar su resistencia. El brillo del metal llama su atención, y por primera vez, noto un destello de interés en sus ojos.

Berni traga saliva, nervioso, mientras sus compañeros observan con ojos llenos de incertidumbre.

—Hemos oído algo —dice finalmente—. Una mujer estaba escondiendo a un mexicano guaperas en la otra parte de la ciudad, donde están las casas ricas. Pero no sabemos si sigue allí, nadie quiere acercarse por si acaso... tiene mala fama. —Se rasca la nuca, claramente incómodo—. Si se entera de que he hablado con usted, me cortará la lengua y se la dejará a mi madre sobre el felpudo.

Germán asiente, captando la importancia de la información. Le doy los billetes y el reloj al muchacho, asegurándome de que vea que cumpliré mi parte del trato.

Lo miro fijamente, dejando que mis palabras caigan como una sentencia.

—No te hará nada. Antes de que llegue la noche, ya la habré matado.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora