✦LIII✦

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Releo por quinta vez la receta de las malditas galletas de jengibre, no estoy muy segura de si me saldrán bien, regular o temerosamente mal, además, creo que es la primera vez que enciendo un horno de cocina

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Releo por quinta vez la receta de las malditas galletas de jengibre, no estoy muy segura de si me saldrán bien, regular o temerosamente mal, además, creo que es la primera vez que enciendo un horno de cocina.

—¡Esto no me gusta, Yannick! —Me quejo mirando los ingredientes—. No sirvo para cocinar, no tengo paciencia.

Él se ríe mientras comienza a tamizar la harina, el jengibre y la canela, parece que a él si le gusta la idea.

—Podría decírselo al personal de cocina, o simplemente comprarlas en el supermercado, ¿no te parece?

—Entonces, no sería tan divertido como verte refunfuñar por ello.

Con la ayuda de una batidora de varillas mezclo la mantequilla con el azúcar, casi le he pillado el gusto cuando Lorenzo entra en la cocina con una expresión bastante preocupante.

—¿Ocurre algo? —pregunto dejando mi tarea—. Y no me mientas, sé que sí.

Sus ojos oscuros me miran con enfado, aunque no es por mí, algo le acaba de ocurrir, por la forma en la que respira y mueve los dedos alrededor de su anillo, juraría que está relacionado con alguna entrega.

—¿Puedes subir a mi despacho un momento?

Le paso mis utensilios al francés antes de que mi marido entrelace sus dedos con los míos para subir a la planta de arriba, durante el escaso recorrido no dice ni una palabra.

No hace falta abrir la puerta ya que, sentado en uno de los sillones está esperándonos Germán junto con dos hombres.

—Buenos días, señora Rey —dicen en diferentes segundos.

Tomo el asiento de Lorenzo y él permanece de pie a mi lado derecho, con las manos cruzadas por detrás de la espalda y sus labios formando un hilo inexpresivo.

—¿Alguien me puede decir que está pasando?

Germán tose dos veces y le da un trago al whisky que tiene en su vaso, las canas de su cabello se aplastan al pasarse la mano antes de hablar.

—Esta mañana fui al almacén para asegurar la entrega de esta noche, pero nada más llegar vi a los cinco guardias asesinados, ni siquiera los han escondido —rodea el borde del vaso con la yema del dedo—. Y la carga no estaba, nos han robado, han matado a nuestros hombres y se han reído en nuestra pinche cara de pendejos.

Había vivido esto antes con mi padre, un narco no siempre gana, a veces pierde y cuando lo hace no solo le desparece el dinero, también el orgullo y eso le esta pasando ahora mismo a Lorenzo.

Aunque ahora la pregunta no es dónde está la mercancía, si no saber quién está detrás y cuántas personas eran, más de dos está claro.

—¿Y las cámaras? —pregunto dándole vueltas a un bolígrafo.

—Las taparon quince minutos antes, no hay ni una sola imagen —dice Lorenzo dejando su mano en el respaldo de mi sillón —. ¿Qué opinas de esto, Skarlett?

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora