✦XVIII✦

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El viaje de regreso a México me estaba causando más estrés del esperado

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El viaje de regreso a México me estaba causando más estrés del esperado. El ruido constante del motor del avión había sido un verdadero incordio, pero después de interminables horas, finalmente estábamos en camino a la finca de Lorenzo.

—¿La finca tiene nombre? —le pregunto mientras se recoge el cabello con una bandana de diseño ornamental.

—Sí, como te expliqué, doy clases de hípica. Sería demasiado extraño para los demás ver que obtengo una fortuna simplemente sentado en casa —explica, girándose unos centímetros para mirarme—. Así que, se llama Centro de Hípica El Cancerbero.

Asiento con la cabeza, reconociendo que es un nombre bastante inusual. Sin embargo, considerando que es un excelente profesor y amante de los caballos, dudo que alguien se fije demasiado en el cartel con el nombre.

—¿Está muy lejos de la hacienda de tus padres?

—Afortunadamente, sí —responde, suspirando con alivio.

El chofer nos avisa de que estamos a punto de llegar. Al descender del vehículo, quedo maravillada con la propiedad, que parece sacada de un sueño millonario.

La finca se extiende majestuosamente sobre lo que parece una sierra, cubriendo unas mil doscientas hectáreas. La arquitectura combina un minimalismo elegante con detalles modernos, mientras el jardín, meticulosamente cuidado, y la piscina que brilla bajo el sol, añaden un toque de lujo sereno.

Al bajar del coche, mis ojos se posan en el cartel que proclama el Centro de Hípica de Lorenzo Rey. Es un lugar imponente, y el cartel no hace más que confirmar su grandeza.

—¿Y quién vive en esa casa de al lado? —pregunto, señalando la única vivienda cercana—. Tener vecinos tan próximos podría ser un inconveniente.

Lorenzo baja un par de maletas y se acerca a mí con una sonrisa.

—Vive aquí una chica con bastante dinero. No parece estar muy pendiente de lo que pasa alrededor; creo que vive con su abuelo, pero trabaja por las noches. Supongo que no quiere depender de él—explica mientras me guía por el jardín.

Mientras me muestra las habitaciones, su teléfono no deja de vibrar. Finalmente, le insisto en que conteste antes de abrir otra puerta.

—Ah, es Sebastián—dice, aliviado—. Bueno, es un capullo, pero es mi mejor amigo. Me gustaría que lo conocieras.

—Pídele que venga a cenar—sugiero.

Él frunce el ceño ante mi propuesta.

—Mejor mañana. Estamos cansados del viaje y prefiero disfrutar del silencio esta noche.

Lorenzo abre la siguiente puerta para revelar una habitación sencilla, equipada con un gran espejo que sirve de tocador.

—Esta será tu pieza—dice mientras descorre las cortinas—. No es necesario que duermas aquí si no lo deseas; simplemente, si alguna vez necesitas tu propio espacio, esta es tu opción.

—¿Y si tú necesitas ese espacio?—pregunto, observando su expresión contemplativa.

Él no responde de inmediato, solo se queda apoyado en el marco de la puerta, con una expresión que denota algo que prefiere no revelar.

Caminar descalza por el césped es una experiencia inesperada para mí. La suavidad del suelo contra mis pies y la ausencia de tensión en mi espalda me resultan completamente nuevas. Me acerco a la valla, y a través de dos huecos, veo a la vecina colgando ropa al sol. 

Su vida parece tan tranquila y sencilla que me produce una envidia brutal.

—Hola, soy nueva aquí—digo al ver que se le caen unos pantalones grises.

Ella se gira con una amplia sonrisa y se acerca, moviendo su cabello rubio oscuro. Lleva unas enormes gafas de sol de pasta negra y una gorra azul.

—¡Bienvenida! Me llamo Ámbar Bandera. Es un placer tener a una chica por aquí—dice, sacando un paquete de cigarrillos—. ¿Te has mudado con el chico de la hípica?

Por su acento, parece que es de Argentina, aunque no logro identificarlo con certeza.

—Sí, él logró convencerme para mudarme hasta aquí. Ya sabes, cosas del amor—respondo, esbozando una sonrisa.

Me apetece tener una amiga, y creo que merezco conocer el verdadero significado de la amistad. Sin embargo, antes debo conocerla a fondo, descubrir todos los matices que rodean su vida.

—Si no conoces este lugar, déjame decirte que soy una experta en la zona—afirma Ámbar con entusiasmo—. Trabajo como DJ en una discoteca nueva por aquí. Podemos ir juntas cualquier fin de semana.

Se rebusca en los bolsillos y me pasa un folleto, doblado en un cuadrado, a través de la valla. Al desdoblarlo, veo una imagen de Ámbar en una mesa de mezclas, rodeada de personas bailando. La discoteca se llama "Beso Francés".

—Vale, me lo guardo. Por cierto, ¿por qué ese nombre?

La sombra de Lorenzo se proyecta sobre mí, y Ámbar lo saluda con un sutil movimiento de cabeza.

—Buenas, señoritas —dice, sonriendo con calidez—. Soy Lorenzo Rey, un placer conocerlas.

Ámbar, con una sonrisa amigable, responde:

—Lo sé, llevo unos tres meses viviendo aquí. Te he visto con los caballos desde la ventana de mi despacho —dice mientras apaga el cigarrillo en el suelo.

Me despido de Ámbar, y Lorenzo me guía hacia la sala para almorzar. El aroma del pescado con guarnición de ensalada es irresistible; me inclino hacia el plato antes de siquiera sentarme, deseando probar un bocado.

—¿Crees que es seguro hablar con ella? —pregunta Lorenzo, rodeándome la cintura con un brazo mientras observo el festín.

—Quiero conocerla. No parece peligrosa, pero quiero estar segura —le aseguro antes de inclinarme para darle un beso suave.

Después de la comida, Lorenzo se desploma en el sofá rojo, visiblemente cansado. El aire acondicionado lo envuelve en una brisa fresca, y pronto queda dormido, sumido en un sueño profundo.

Decido ir a nuestra habitación para tomar una ducha y cambiarme. Busco en mi parte del armario una muda limpia, pero algo duro y pesado choca contra mis uñas, haciéndome soltar un expletivo.

—Joder, me cago en la puta —murmuro, mirando la escasa sangre que brota de mi dedo índice.

Con más cuidado, meto la mano en el armario, intentando identificar el objeto que ha causado el accidente. Al sacar el objeto, me sorprende descubrir que se trata de un libro, no un arma ni una herramienta de defensa como había imaginado.

Echo un vistazo al pasillo para asegurarme de que nadie me está observando, cierro la puerta con cuidado y me dejo caer contra ella. En mis manos, el libro parece ocultar más de lo que inicialmente pensaba. La portada muestra a tres hombres besando a una mujer bajo una ducha o quizás en la lluvia, con el agua deslizándose sobre ellos.

—"Diario de un swinger hipócrita" —leo en voz alta, sorprendida por el título—. Escrito por David Valles Castro.

Me sorprende pensar qué hace Lorenzo con un libro así. No puedo ignorar el hecho de que lo ha leído; el marcador indica que al menos ha hojeado las primeras treinta páginas.

¿Qué hace Lorenzo con esto? No puedo obviar la verdad de que lo ha leído, al menos las primeras treinta páginas, eso indica el papel que tiene como marcador.

Con un suspiro, abro la contraportada, guiada por una intuición inexplicable. En la página final, encuentro palabras escritas con rotulador rojo que destacan en contraste con el fondo.

Tan hipócrita como tú, Rey. Disfrutar del sexo es lo lógico, necesitar ser amado no tanto.

—Y.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora