✦LXIV✦

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No puedo especificar qué me duele más, si la fina arena blanca arañándome las plantas de los pies a través de las sandalias o la mirada de fascinación de todos los presentes

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No puedo especificar qué me duele más, si la fina arena blanca arañándome las plantas de los pies a través de las sandalias o la mirada de fascinación de todos los presentes.

—¡Por fin tenemos el placer de conocerte, Skarlett! —dice una señora de unos cuarenta años con los labios mal inyectados de botox.

Me ofrece su mano, pero no la acepto y es cuando noto un pellizco en el tríceps.

—Encantada.

Boyko pide disculpas y me retira hasta dejar a los demás a más de un palmo de distancia, caminamos hasta unas rocas grisáceas algo desgastadas por la sal marina y el sol.

—Deja de comportarte como una cría, por el amor de Dios, pareces estúpida —me zarandea del brazo sin parar.

—¿Por qué haces esto? ¿Quién es toda esta gente?

—¡Eres mi esposa y te estoy cuidando! ¿Acaso es difícil de entender, Skar?

—No me llames "Skar", no eres nadie para hacerlo y mucho menos seré algo tuyo, acéptalo y mátame de una vez —digo sonando más a una suplicante que a una víctima.

Él parece encrespado, incluso podría tener el vello erizado como un perro rabioso que no puede morder a su presa. Se rebusca en el bolsillo de sus pantalones blancos y extrae algo que no logro ver hasta que lo agarra con los dedos y la cadena se suelta por su peso.

Un rayo de sol casi desvaneciéndose en el horizonte hace que la bala de Lorenzo brille de una forma casi angelical.

Intento hacerme con el colgante, pero él sube el brazo para evitarlo.

—Será tuyo si te comportas como mi mujer esta noche, de lo contrario será presa del mar, una verdadera lástima y puede que tu cuerpo vaya detrás, por aquí suele haber bastantes tiburones por esta época del año.

Desde abajo puedo leer la inscripción que me sé de memoria, pero no es suficiente. Al menos, si lo tuviera en mis manos podría notar que Lorenzo está conmigo.

—Lo haré —sentencio apoyándome en la roca.

—Eso es lo que quería oír, Skar.

Abarca mi mano para dejarlo sobre ella y el metal me roza la piel, es justo lo que necesitaba.

Volvemos al mismo lugar de antes, las mesas están repletas de bebidas y me pregunto de dónde vendrá tantísimo suministro.

Nuevas personas totalmente extrañas se acercan para realizarme miles de preguntas, a algunas les hablo con medias verdades y a otras les miento descaradamente, aunque Boyko sabe perfectamente cuando falto a la verdad.

—¡Me encanta tu acento! —un hombre con un sombrero de copa redonda me invita a una copa de vino—. ¿De qué parte de Rusia eres, preciosa?

—Moscú, señor. ¿Y usted?

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora