✦XXXVI✦

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Me clavo los dientes en el labio inferior para ahogar los gritos de dolor

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Me clavo los dientes en el labio inferior para ahogar los gritos de dolor. La herida de bala en mi muslo me palpita con cada latido, el metal del proyectil parece arder en la carne.

Nunca antes me habían disparado, y creí que sería más fuerte, pero la realidad es que el dolor es casi insoportable.

—¿Tú has prendido el fuego? —pregunta Skarlett, su voz está cargada de preocupación mientras intenta ayudarme a salir del lugar.

Skarlett está haciendo todo lo posible por mantenerme en pie, pero sus respiraciones se vuelven más entrecortadas mientras el monóxido de carbono envenena sus pulmones. Necesito mantenerme consciente y darme cuenta de lo que está en juego, así que trato de enfoc

—Sí —respondo con dificultad, apoyándome en su hombro para tratar de estabilizarme—. Logré soltarme cuando me movieron de lugar. Corrí hasta la cocina, y lo único que encontré fue un bote de aceite y unas cerillas. Se lo arrojé al ayudante y, bueno, lo que ves es el resultado.

Ver a Germán aparecer es como deslumbrar el cielo en medio de la tormenta. Permito que ella salga primero y, con la ayuda de dos hombres, logro finalmente salir al exterior, respirando aire fresco después de la opresiva atmósfera del incendio.

—No es una herida grave, estarás bien, hijo —dice Germán, dándome un firme apretón de manos que me brinda algo de consuelo.

—Confío en tu buen ojo —respondo, tratando de mantener la calma a pesar del dolor.

Aunque Skarlett está de espaldas, puedo intuir lo que está pasando por su mente. Su agarre en el arma es tenso, y el sudor le corre por la nuca mientras su respiración se acelera, evidenciando su preocupación.

—Quizás ya está muerta, cariño —le digo, acercándome para tomarla por los hombros—. Será mejor que nos vayamos. Ellos se quedarán aquí para buscarla.

Su rostro, con la piel aún marcada por el estrés, se vuelve para clavarme esos inmensos ojos verdosos que provocan un cosquilleo en mi estómago.

—¡No!

—¡Sí!

Guarda la pistola en el cinturón, pero no aparta la mano de ella,

—¿Y si no está muerta? No me iré de Tepic sin acabar con ella —dice con una determinación que no puedo ignorar.

—Olvida eso ahora. Estoy herido y necesito que mi mujer esté a mi lado —respondo, mi voz se vuelve cada vez más débil—. Me estoy durmiendo. Eso no es bueno, ¿verdad?

Su perfume me envuelve, una fragancia que me mantiene consciente unos segundos más de lo que debería. Pero a pesar de sus esfuerzos, la cabeza me cae hacia los lados, pesada como una losa.

Finalmente, la oscuridad me envuelve, sumiéndome en un insólito sueño del que apenas soy consciente.

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La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora