FINAL: PARTE I

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No me he rendido, nunca lo he hecho

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No me he rendido, nunca lo he hecho. Siete meses son los que llevo perdido en una isla sin una maldita señal de cobertura, rodeado de personas extrañas con costumbres antiguas y que nos miran con temor, curiosidad y admiración.

Yannick sale del agua con el rostro algo quemado, sobre todo la frente, pero parece no importarle. Le observo desde la ventana de la cabaña mientras Germán me explica que han terminado de estudiar el edificio de siete plantas escondido tras unos olmos que se encuentran rodeados por una verja electrificada.

—¿Cómo podemos anular la electricidad de la verja, Lorenzo?

—Debe tener un generador por alguna parte, tenemos que cortarle el suministro de noche para que nadie lo note. Lo haremos hoy.

—¿Hoy? No sé si los hombres están preparados para ello.

Miré el reloj antes de proporcionar una respuesta.

—Tienen toda la tarde para prepararse tanto mental como físicamente, los quiero aquí a todos al anochecer —dije encendiendo un cigarillo—. Sé que es una misión suicida, así que, entiendo si no quieres acceder, tenemos confianza, no lo discutiré contigo.

Germán tiene hijos, incluso un nieto, no me gustaría tener que darles la noticia de su fallecimiento. Él es más que un camarada, es la figura paterna que nunca he logrado tener. Recuerdo cuándo padre me insultaba o aquella vez que me golpeó, Germán me abrazó a escondidas y me curó las heridas, tanto las físicas como las mentales.

—¿Bromeas? Iré quieras o no, es tu mujer y por lo tanto, mi culo viejo estará allí el primero, chavo.

Continuo observando las fotografías que hemos ido recopilando gracias al dron, aunque todas las hemos hecho de noche se puede ver prácticamente a la perfección la estructura del maldito edificio.

Por la forma debe tener una escalera que conecta la primera planta con la última, también otra de incendios y una azotea redonda donde hay un inhibidor de frecuencia que nos limitará poder hablarnos por los Walkies.

Abro el cajón del decrépito escritorio para mirar de nuevo la ropa de Skarlett. La mujer que me lo dio estaba realmente compungida por la pérdida de su hija y no dudó en hacerme entrega de su ropa.

En estos momentos, es lo único que tengo de ella. Me gustaría que aún conservase su aroma, pero no es así y eso me desespera.

La puerta de madera se abre provocando el sonido de las desgastadas bisagras y la sombra de Yannick se proyecta sobre el suelo, trae los pies mojados y deja la marca de sus huellas por todo el despacho.

—¿Qué ocurre? —Él se vuelve para señalar por la ventana—. He visto a todos tus gorilas preparando armas, autos y llevan la cara más larga que he visto nunca.

Tiro la ceniza del cigarro en el cenicero y le muestro las imágenes del edificio.

—Esta noche iremos allí. Sé que no sabemos con certeza si Skarlett está dentro, pero si no entro nunca lo sabré y no pienso esperar más tiempo sin mi mujer a mi lado.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora