✦XXXIII✦

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—No aguanto un minuto más aquí, necesito seguir con mi vida —se queja Yannick, bebiendo a morro de la botella de agua

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—No aguanto un minuto más aquí, necesito seguir con mi vida —se queja Yannick, bebiendo a morro de la botella de agua.

—Ya sabes que no puedes, es por tu seguridad —respondo con la voz cansada.

Ambos hemos estado bastante decaídos. Además de los problemas de salud derivados de ser el saco de golpes de esa mujer desquiciada, no tener noticias de Lorenzo está haciendo estragos en todos nosotros.

—¿Pero yo qué tengo que ver en esta historia? Soy una víctima más, no un refugiado de la guerra que os traéis entre las manos, coño.

Lleva casi cuarenta y ocho horas con la misma cantinela. Le dejo que cambie la canción de nuevo; ahora suena Clocks de Coldplay. Parece que la música le relaja un poco, aunque no ayuda mucho a calmar la tensión en el ambiente.

—Nuestros guardaespaldas ya te lo han explicado unas treinta veces. Es por tu seguridad, no le des más vueltas —digo levantándome del sofá con un suspiro—. Bastante tengo ya con no saber nada de Lorenzo. No me hagas la convivencia más difícil, te lo ruego.

Yannick tuerce los labios, otorgándome su silencio. Al menos sus quejas permanecerán bajo llave unas horas.

—Esperaba hacerte rogar algún día, pero no de esta forma —murmura.

Me giro hacia él. Lleva puesta una camisa de Lorenzo que le queda bastante grande, desajustada por todos lados.

—¿Aprovechas que mi marido está desaparecido para intentar seducirme?

—Lo haría incluso si me quedasen cinco minutos de vida —responde, su voz cargada de un tono intenso que me desarma.

De reojo, veo cómo su brazo izquierdo me rodea la cintura. No es intencionado, pero la tela de mi vestido de satén negro se sube unos centímetros, revelando más de lo que me gustaría.

—Lorenzo estará bien, regresará por su dama —asegura, mientras pasa un mechón de mi cabello por detrás de mi oreja con un gesto tierno—. Yo lo haría, los dos lo haríamos sin pestañear.

Su respiración es profunda y regular, su pecho se infla como si tuviera un huracán dentro, una tensión palpable entre nosotros.

—¿Los dos? —pregunto, frunciendo el ceño, intentando entender su declaración.

Yannick desciende su mano desde mi oreja hasta que su dedo pulgar se encuentra con mi labio inferior, empujando suavemente hasta abrir mi boca. Su toque es inesperado, casi íntimo, y me resulta difícil no sentir la presión de su presencia.

—No eres tonta, sabes de sobra que nos tienes a tus pies —susurra, su voz grave acariciando mis sentidos—. Estoy seguro de que sueñas con tenernos, a la vez, por separado, como sea.

La melodía de Crush de Jennifer Paige empieza a sonar en el fondo, una canción que parece estar jugando con la tensión que nos envuelve.

—No, ni siquiera lo he pensado —respondo, tratando de mantener mi mirada fija en el suelo.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora