✦XXXV✦

6.2K 528 8
                                    


—No parece el tipo de barrio donde se escondería la esposa de un exasesino a sueldo —comento mientras recorremos con el auto una calle flanqueada por casas de dos plantas, con marcos de plata en las ventanas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—No parece el tipo de barrio donde se escondería la esposa de un exasesino a sueldo —comento mientras recorremos con el auto una calle flanqueada por casas de dos plantas, con marcos de plata en las ventanas.

Germán observa todo con la precisión de un halcón, sus ojos atentos a cada mínimo detalle mientras continúa conduciendo.

—Al contrario, esa es la imagen que quieren proyectar —responde al tiempo que aparca en el lado izquierdo de la calle—. Si te fijas, la mayoría de las casas tienen demasiadas cámaras de seguridad y cerraduras especiales en las puertas. Eso nos da una pista importante.

—Tienen algo que ocultar de los demás.

Mientras él habla por teléfono para coordinar nuestra posición con el resto del equipo, camino con lentitud por la acera.

Una puerta se abre con un chirrido que resuena en los azulejos marrones del suelo. Una mujer de la edad de Germán se acerca con visible molestia, avanzando con la ayuda de un bastón de madera.

—¿Se puede saber quiénes sois? Estáis dando una mala imagen a nuestra zona residencial —exige, su tono cargado de desdén.

—Acabo de llegar al lugar, señora —le respondo mientras saco un cigarro del paquete—. ¿O acaso cree que podemos especificar a qué se dedican en este prestigioso vecindario?

Ella aprieta el puño alrededor del bastón, sus ojos grises, adornados con un maquillaje malva, me miran con evidente desdén.

—No sabes con quién estás hablando, niña —dice, dando un paso más cerca—. Soy la dueña de este lugar, hija y heredera de los Gambeta.

Germán me aparta con suavidad, sin rozarme más de lo necesario. Ahora es él quien se dirige a la señora Gambeta.

—Perdone mi falta de educación, pero es usted, Celina, quien no sabe con quién está tratando —explica, cruzando los brazos sobre su cinturón—. La señorita es hija de Leonid Sazonova, conocido en el sector, y su esposo es Lorenzo Rey.

La expresión de la desconocida cambia, mostrando una mueca de amargura ante las palabras de mi guardaespaldas.

—Está bien, ¿qué necesitan aquí?

Tras explicarle la situación, Celina parece preocupada por Lorenzo, y sus palabras sugieren que conoce a su padre.

—Tengo algo de información, aunque no puedo garantizar su veracidad —dice, mientras se rasca la barbilla—. Detrás de la iglesia, hay un descampado al que nadie se acerca. Allí suelen suceder las cosas más turbias de la ciudad. Hace poco construyeron una pequeña casa de madera. Intenté averiguar el nombre del comprador, pero nadie sabe nada.

Germán frunce el ceño, pero acepta que esta información es más de lo que podemos obtener por ahora.

—Perfecto, suba al coche, señorita Rey —pide Germán mientras se apresura a marcharnos.

Durante la mayor parte del trayecto, el silencio se convierte en una presencia agobiante, hasta que me resulta imposible soportarlo más.

—¿Cómo conocía a esa mujer, Germán? —pregunto finalmente, rompiendo el mutismo.

—He sido joven también, señorita. Y siempre conté con el respaldo de los Rey, algo que me hacía bastante más atractivo —responde, casi sonriendo.

Lorenzo me había contado que él había sido el mejor amigo de su abuelo, un hombre que distaba mucho de ser como su hijo.

—No me perdonaría jamás si algo le sucediera al joven Lorenzo. Le tengo tanta estima como a mis propios hijos —afirma, tragando saliva con evidente preocupación—. Ya ha sufrido demasiado por culpa de su padre.

Antes de llegar al lugar indicado, un olor a humo empieza a invadir el coche. Bajo la ventanilla para identificar el origen. Detrás del torreón de una iglesia semiabandonada, una columna de fuego se eleva, devorando casi todo el terreno.

Germán aprieta el acelerador con determinación, el coche avanza a gran velocidad. Al detenerse, bajo del vehículo con una pistola en cada mano, preparado para lo que pueda venir.

—Ve detrás de mí —ordena, señalándome con un gesto firme.

—Lo siento, pero es mi esposo y no pienso esconderme.

El humo es denso y asfixiante; me tapo la nariz con el dorso de la mano mientras sostengo el arma con la otra. Avanzo con cautela hacia la casa. La puerta está casi caída de su sitio y no me cuesta derribarla con una patada.

—¿Lorenzo? —llamo con la voz llena de desesperación.

El calor es abrumador. Las llamas parecen originarse en la cocina, bloqueando mi camino hacia el interior. Me concentro en el entorno. Una silla en el centro de la habitación, con cuerdas enrolladas alrededor y manchas de sangre en el respaldo, me llama la atención. Gotas de sangre salpican el suelo, aumentando mi ansiedad.

—Skarlett...

El susurro llega desde una dirección incierta. Levanto la pistola, preparada para cualquier eventualidad, pero mi mano tiembla al encontrar a Lorenzo en el suelo. Su cuerpo está inmovilizado, con heridas visibles y signos de haber sido brutalmente torturado.

Mi corazón se acelera, y un torrente de emociones me invade mientras me arrodillo junto a él, intentando evaluar la gravedad de sus heridas.

—Vete, deja ellos entren... no dejes que te dispare... esa pinche zorra.

Sus manos se aferran con desesperación en su muslo derecho, la tela de su pantalón negro esta empapada en sangre.

Me quito el cinturón de los vaqueros, lo mejor es hacer un torniquete antes de que se desmaye.

Sus manos, temblorosas y llenas de sangre, se aferran desesperadamente a su muslo derecho, donde la tela de su pantalón negro está empapada en sangre.

Sin dudarlo, me quito el cinturón de los vaqueros y lo uso para hacer un torniquete improvisado, intentando detener la hemorragia antes de que se desmaye.

—Eres demasiado inteligente para saber que no te dejaré aquí —digo con firmeza mientras me acerco a él—. Aguanta el dolor, sé que puedes.

Sus ojos, llenos de lágrimas, me miran de una manera que nunca había visto antes, borrosos pero cargados de una intensidad que mezcla dolor y algo que parece amor.

—¿Qué te pasa, Lorenzo? —le pregunto, tocándole la cara con ternura—. ¿Tienes más heridas?

Él niega con la cabeza, su respiración se vuelve más agitada.

—No te merezco, Skarlett, pero egoístamente te quiero.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora