✦XXVIII✦

8.3K 611 15
                                    

Inocente de mí, pensaba que mi mente había logrado olvidar y anular todos los sentimientos que alguna vez tuve por él

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Inocente de mí, pensaba que mi mente había logrado olvidar y anular todos los sentimientos que alguna vez tuve por él. Sin embargo, cada beso, cada abrazo y esos momentos íntimos y salvajes que nos dejaron exhaustos durante días resurgen con una intensidad desconcertante.

Yannick, con su estructura física imponente, siempre tuvo el control en muchas situaciones, pero yo sé cómo jugar sucio y dónde golpear para mantenerlo a raya. Con una determinación renovada, cierro la mano en un puño y le propino un golpe en el plexo solar.

El impacto hace que se doble, la respiración entrecortada por el dolor inesperado. Su cuerpo se encoge mientras cae de rodillas, tratando de recuperar el aliento. Sus ojos, llenos de sorpresa y dolor, se encuentran con los míos, buscando alguna explicación en medio del caos.

—¡Joder! ¿Cómo eres capaz de hacerme eso? —grita, frustrado, mientras trata de recomponerse.

—Eso es un poco de lo que te mereces. Y cierra la boca, Skarlett está durmiendo y lo último que quiero es que te vea aquí —le respondo con firmeza.

Yannick me lanza una mirada de asesina, sus ojos atigrados reflejan todo tipo de emociones. Está claramente afectado, no solo por el golpe, sino también por la frialdad de mi rechazo.

¿Le he hecho demasiado daño?

—¿Estás bien, Yann? —pregunto, sintiendo un atisbo de preocupación en mi voz a pesar de la ira que siento.

—No me llames así después de dejarme sin respiración.

annick tarda unos segundos en recomponerse, recuperando esa sonrisa despectiva que solía llevar cuando no le importaba nada.

—Dime qué quieres, no tengo tiempo y no son horas para estar de cháchara —digo, buscando un cigarro en mis bolsillos con impaciencia.

—Estoy confundido desde hace unos días —dice, acercándose de nuevo—. Me sigue encantando tu cara de chico malo, pero Skarlett es la mujer más impresionante que he visto nunca.

Arrugo las cejas y coloco mis manos sobre sus hombros con firmeza. Él se cubre el tórax, anticipando un posible golpe.

—Por tu bien, espero que no estés diciendo que te gusta mi mujer —amenazo, apretando los labios—. Piensa bien la respuesta que vas a darme.

—Me gusta, y no poco.

Lo agarro por la camisa y lo arrincono contra la pared, mi ira brota sin control, haciendo que las venas de mis manos y cuello se marquen visiblemente. Cada palabra que dice, cada insinuación, solo alimenta mi rabia.

—¿Tú quieres morir, verdad? —gruño, mi respiración es rápida y entrecortada. La idea de que haya tenido pensamientos sobre ella, me resulta repugnante.

—Deja de ser un celoso patológico, por favor —se ríe con un tono desafiante—. No te sienta bien, Lorenzo —susurra, aferrándose a mis antebrazos—. Por cierto, fíjate en cómo me mira tu esposa. Solo obsérvala cuando entro en cualquier sitio donde está ella.

Mis manos se tensan aún más en su camisa, y un nudo se forma en mi garganta al escuchar su desafío. La idea de que Skarlett pueda haber mostrado alguna forma de interés, incluso si solo es superficial, me consume. 

—Si alguna vez vuelves a decir algo así o vuelves a acercarte a ella —digo, con los dientes apretados—, no solo te sacaré de mi vida, sino que te haré desear nunca haber nacido.

Ojalá llevase mi pistola encima; juro por la memoria de todos mis antepasados que, en este momento, acabaría con la estirpe de Yannick des Roses.

—¡Guardias! —grito cuando ellos llegan—. Llevároslo de aquí, dejadlo en su casa y aseguraos de que no vuelva más.

Me quedo solo en el silencio de la noche, sintiendo la soledad y el peso de la situación. De manera casi inconsciente, llevo la mano a mis labios, rozándolos.

Siento una punzada en el estómago, como si estuviera conteniendo unos sentimientos reprimidos que no me permito expresar.

—Es un imbécil que solo quiere tirarse a mi mujer, un capullo.

Aviso a todos que deseo dar un paseo en carro, completamente solo. Mi única petición es que cuiden de Skarlett mientras estoy fuera.

No enciendo la radio; el sonido de cualquier objeto me resulta molesto. Yannick siempre consigue sacar a flote mi lado más vulnerable. Durante casi un año, me hizo feliz, pero todo se rompió aquel día.

—Si no me hubiera engañado con ese tío... estaríamos juntos, juntos de verdad —me susurro a mí mismo mientras acelero.

Pierdo el tiempo dando volantazos por la calle hasta que diviso algo extraño. Tres personas están medio amontonadas en un banco de piedra. Una de ellas es una chica, y su forma de vestir, además del color de su cabello, me hace entrar en pánico.

—¡Gabriela! —grito bajándome del auto—. ¿Qué demonios haces aquí? ¿Quiénes son estos dos pendejos?

Ella ni siquiera puede abrir los ojos por completo. Su cara está rasguñada y su cabello revuelto en lo que parece ser vómito.

—Gabi, contéstame, Gabriela, por favor, mi niña, dime algo —la acuno por las mejillas, pero no responde.

Los chicos que estaban con ella parecen estar en el mismo estado o incluso peor. No sé quiénes son ni qué les pasa.

—Una mujer nos obligó a tomar drogas, nosotros no queríamos... —balbucea cabizbaja—. Dijo que era por su marido, por Alexey.

Bajo los brazos por su abdomen para cargarla y meterla en el coche. La tapo con la chaqueta de Skarlett que olvidó en el maletero. Está tiritando. Le aparto el cabello sucio del rostro y limpio su cara con el dorso de la mano.

—Hola, necesito una ambulancia, dos chicos han sido drogados en la calle Alberto Galván, rápido —aviso y cuelgo.

Conduzco a toda velocidad hacia el hospital más cercano, mis manos tiemblan sobre el volante de cuero. Cada giro y frenada son imprecisos; el límite de velocidad es solo una sugerencia en este momento de desesperación.

—¡Ayuda, por favor! —grito al llegar, con el corazón desbocado y el aliento entrecortado.

El personal del hospital, al reconocer mi apellido, actúa con una velocidad que supera lo habitual. La enfermera que se me acerca no pierde tiempo en explicarme que mi hermana está al borde de una sobredosis y que harán todo lo posible para estabilizarla.

—Espere aquí —me dice, y antes de que pueda protestar, se lleva a Gabriela en una camilla.

Me quedo solo en el pasillo, el eco de las ruedas de la camilla se pierde en la distancia. Con el pulso aún acelerado, saco mi teléfono y, aunque mi primer impulso es llamar a Skarlett, me doy cuenta de que necesito más apoyo. La llamo y le informo que estoy en el hospital, y ella promete llegar en cuanto pueda. Pero algo me empuja a hacer otra llamada, necesito hablar con alguien más, alguien que pueda ayudarme a mantener la calma en este caos.

No me digas que te sientes mal por haberme pegado.

Me aferro a la silla incómoda en la que estoy sentado. Debería colgar, pero no puedo.

—Yannick algo le pasó a mi hermana, estoy en el hospital...

Silencio.

—¿Yann?

—Estoy buscando algo de dinero, pido un taxi y voy para allá. —se oye su respiración acelerada—. Todo saldrá bien, Lorenzo.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora