✦VII✦

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En el interior de la casa todo sigue casi igual

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En el interior de la casa todo sigue casi igual. Busco a Sebas en las habitaciones, pero no lo encuentro.

Un chico pasa y le detengo con algo de brusquedad, creo que le he asustado.

—Eh —Le llamo—. ¿Sabes dónde esta Sebas Garrido?

—Mmm, ¿el tipo que se estampó con la moto el año pasado?

—Sí, ese.

Parece intentar recordar, esta demasiado borracho y se apoya en la pared.

—Ah, está fuera, discutiendo con una chava.

Vuelvo a salir, de reojo me percato de Yannick, está tumbado en el césped hablando con su hermana. No me reconozco, esta persona no soy yo, tengo la cabeza llena de nudos.

Justo cuando pienso que no lo encontraré, escucho voces elevadas cerca de la zona de aparcamiento. Me acerco con paso firme, tratando de despejar mi mente de las emociones revueltas.

—¡No niegues lo evidente, Martina, te he visto con mis propios ojos!

—¡Lo siento, vale! —responde ella, su tono desafiante—. Pero no es para que montes todo este drama aquí.

Avanzo un poco más, poniendo la oreja casi en el muro que nos separa.

—Te lías con otro en cuanto me doy la vuelta. —Se ríe con lastima—. Que te chinguen.

El motor de la furgoneta ruge mientras me deslizo fuera de la casa con la mayor discreción posible. La fiesta sigue a lo lejos, pero el tumulto se convierte en un eco lejano.

Al salir, encuentro a Martina llorando con desconsuelo. Sus sollozos apenas son audibles entre el ruido de la fiesta, pero su tristeza es palpable. Se cubre el rostro con las manos, incapaz de enfrentar la situación.

Sebas aparece a mi lado, abriendo la puerta del copiloto con una mezcla de desesperación y enojo en su rostro. Sin decir una palabra, subo al asiento, y él arranca con un bramido que resuena en la noche. La furgoneta se desliza fuera del lugar, alejándose con rapidez.

—Lo he oído todo, Sebastián —digo finalmente, rompiendo el incómodo silencio.

Sebas no responde de inmediato; su mano aprieta el volante con fuerza. El tráfico es escaso a esta hora, y el sonido del motor es lo único que rompe la calma nocturna. De repente, un golpe seco resuena en el interior de la furgoneta cuando él golpea el volante con frustración.

—Conocerás a otra chica, o quizás podáis arreglarlo, no te hundas en el suceso.

—Y encima ha sido en mitad de la porquería de fiesta —dice ignorándome—. ¿Tú has visto algo?

Me remuevo en el asiento, aferrándome al cinturón de seguridad.

—No, nada.

—¿Dónde has estado? —susurra encogiendo las cejas—. Te noto inquieto, si no fueras mi amigo diría que eres con él que me acaba de engañar Martina.

—Si te lo digo tendré que matarte.

Consigo que se ría un poco, aparca un poco más atrás de mi casa, y se gira para esperar a que confiese.

—Estaba en mitad de una mamada.

Sebas traga saliva, me mira con asombro, se quita el cinturón y centra todas sus emociones en mí.

—¿Con Valentina?

—Frío, muy frío.

—Déjate de adivinanzas habla ya, puto.

Resoplo con fuerza, me sudan las manos, me estrujo los dedos con fuerza.

—Pues con el nuevo, el hermano de tu novia o ex novia —Doy un cabezazo en el asiento—. No entiendo que me esta pasando, nunca me he sentido atraído por alguien de mí mismo sexo.

Sebastián se pasa el dorso de la mano por la frente, dejando la mano apoyada sobre sus cabellos.

—Bueno, no es algo fuera de lo normal —dice con suavidad—. ¿Y habéis continuado?

Niego con la cabeza, saco el móvil del bolsillo. Tengo algunos mensajes de Skarlett, y dos llamadas de mi padre.

—Me he sentido como un bicho raro, no estaba cómodo y le he gritado, como si él tuviese la culpa. He sido un auténtico imbécil.

Mi amigo se muerde el labio inferior mientras rebusca en el asiento.

—¿Quieres su número? —pregunta enseñándome su celular—. Lo tengo, tuve que recogerlo en el aeropuerto, así que...

—Vale, al menos tengo que disculparme con él.

Me bajo de la furgoneta, doy un grito para que algún guardia de seguridad me abra la puerta. Es increíble que mi padre no nos deje tener una llave.

—Buenas noches, señorito —dice uno de ellos.

Subo a mi habitación, me quito la ropa y me dirijo al baño para lavarme la cara. Me apoyo en el lavabo, el espejo refleja mi rostro, pero no encuentro ninguna señal que indique un cambio tras el incidente. Sigo siendo el mismo Lorenzo Rey.

Mientras enjuago mi cara, escucho un par de golpecitos suaves en la puerta. Sé que es mi madre; es la única que respeta mi espacio.

—Pasa, mamá —le digo sin apartar la vista del espejo.

Ella entra, sus manos frías me sorprenden cuando me tocan el costado. Se nota su preocupación en cada gesto.

—Lorenzo, tu padre te está buscando. Quiere que le entregues tu celular —dice, apartándose un mechón de cabello de la cara, con las manos temblorosas—. Está muy enfadado. Por favor, no os peleéis de nuevo.

Aparto sus manos de mi cuerpo.

—Te recuerdo que él me pegó primero —digo mirándola con incredulidad—. No sabe ser un padre, solo un puto narco.

Mi madre se estremece al escuchar los pasos de mi padre acercándose. Sus ojos se agrandan, y se mueve rápidamente para intentar salir de mi habitación. Tropieza con casi todo en el camino y cae al suelo. Quiero ir a ayudarla, pero mi padre me da un empellón, impidiéndome moverse.

—¿Dónde estabas, Lorenzo?

—¡En una fiesta!

Me escabullo por su izquierda, busco una camiseta en el cajón y con disimulo me guardo el teléfono en la gomilla de los calzoncillos.

—Tienes varias opciones —dice, levantando tres dedos—. Primero, me das el aparato. Segundo, lo tiro al lago y desaparece para siempre.

—¿Y la tercera?

Su mirada se torna más fría, y da unos pasos hacia mí, quedamos cara a cara. La tensión en el aire es palpable.

—Dime para qué lo necesitas. Me estás ocultando algo. Te conozco —digo, cruzándome de brazos y mirándolo desafiante.

—Necesito eliminar toda la evidencia sobre la visita de los rusos, y tú estas de enamorado con la hija.

Intenta atraparme, pero soy más rápido que él. Mi agilidad le frustra, y lo noto en su expresión.

—¿Pero que te pasa con ellos? —exclamo, esquivando sus manos.—. Hace dos días estabas encantado de que estuvieran aquí.

Resopla y cierra los ojos con fuerza, guardándose las manos en los bolsillos de su bata.

—Pasa que acaban de coserlos a tiros en la puerta de su casa, a plena luz del día  —Se acerca con lentitud—. Ella está gravemente herida, puede que sobreviva, por eso debemos fingir que nunca los conocimos.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora