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Ninguno de los dos parece dispuesto a darme una respuesta

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Ninguno de los dos parece dispuesto a darme una respuesta. Mi hermana sigue en la cama, tapada hasta las mejillas con las sábanas, y estira tanto que sus dedos de los pies asoman por el otro extremo.

Sebastián, aún sin terminar de vestirse, se agacha para recoger su camiseta del suelo. Su rostro muestra una mezcla de incomodidad y desdén.

—No es lo que parece, Lorenzo —dice, con un tono defensivo—. No mames, estás bien loco hoy, hermano.

Me paso la lengua por los labios, intentando invocar algo de paciencia, pero se me está acabando a una velocidad alarmante.

—Mira, Sebastián —digo, señalando el desastre a mi alrededor—. Estás a medio vestir, hay un tanga rosa tirado en el suelo y justo al lazo de tus zapatillas puedo ver el envoltorio de un condón. ¿De verdad crees que soy imbécil? ¡Hijo de tu chingada madre!

Antes de que mis gritos pudieran alertar a nuestra madre, entro en la habitación y cierro la puerta con firmeza, apoyándome en ella para asegurarme de que nadie pueda entrar.

—Gabi, ¿sabes que tiene novia? —miro a mi hermana, intentando mantener la calma a pesar de la furia que siento—. ¿De verdad quieres ser la otra en una relación? 

Parece absurdo que yo esté diciendo esto, pero no puedo soportar ver a mi hermana relegada a un segundo plano.

Gabriela, con la mirada fija en el suelo, murmura con un tono resignado:

—Es difícil, Lorenzo. No todos tenemos un matrimonio ideal, ni encontramos el amor a la primera sin dificultades.

Me paso una mano por el rostro, sintiendo cómo el enfado y la decepción me ahogan.

—¿De qué maldito amor estás hablando, Gabriela? ¿Ahora me vas a decir que están enamorados? ¿Es esta una historia de amor digna de un culebrón?

ebastián me toca el hombro, pero lo aparto con una brusquedad que no deja lugar a dudas. Un amigo no debería meterse en la cama de tu hermana, especialmente no en la de tu melliza.

—Debería darte una paliza, cabrón —le digo, mirándolo con una furia que apenas puedo controlar—. Siempre estuve ahí para ti, te he apoyado en todo, y tú me pagas usando a mi hermana como mero entretenimiento para tu relación de mierda.

Él baja la mirada, visiblemente avergonzado, esa misma sensación de culpa que yo llevo conmigo desde que Skarlett decidió alejarse.

—Tienes dos días para confesarle todo esto a tu novia. Si no lo haces, iré yo mismo a su casa y le contaré la verdad —le explico, mientras abro la puerta con un gesto decidido—. Y ahora, lárgate de aquí antes de que mi madre te convierta en el blanco de su próxima sesión de tiro con arco.

Bajo al salón con la intención de mantener a mi madre distraída, evitando que se dirija a Gabriela con más problemas. La encuentro absorta en otro libro, el rosario entre sus dedos, y sus ojos fijos en las desgastadas páginas de una Biblia.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora