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El chirrido de la puerta me despierta

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El chirrido de la puerta me despierta. Aún con los párpados pesados y el sueño enredado en mi mente, me esfuerzo por abrir los ojos.

—Buenos días, Skarlett —dice Lorenzo con una voz ronca mientras se acerca a mi cama—. Tu padre quiere que asistas a clases de equitación. Deberías desayunar antes.

Siento la sequedad en mi garganta y busco a tientas el vaso de agua que dejé sobre la mesita anoche. Después de beber, palmeo el colchón, invitándolo a que se acueste a mi lado.

—¿Qué hora es? —pregunto, intentando despejarme.

Él consulta su reloj antes de responder.

—Son las nueve y diez.

El ventilador mueve suavemente sus cabellos, y él cierra los ojos un instante, como si disfrutara de un breve respiro.

—¿Te gusta la vida que han escogido nuestros padres? —pregunto, acariciando la cruz que cuelga de su collar—. Vivimos siempre con la posibilidad de que nos den un tiro en cualquier momento.

Remueve la cabeza, gruñendo levemente.

—Lo sé, pero indirectamente nosotros también llevaremos el peso de esto algún día —responde, sus ojos oscuros clavados en los míos—. No voy a dejar a Gabi sola en esto, y siendo hija única, me temo que no te quedará otra opción.

Asiento lentamente. Desde pequeña, mi padre me ha entrenado para sobrevivir en este mundo peligroso.

—¿Has dormido relajada? —bromea hablando en tono bajo—. ¿Puedo besarte?

Con una mano, me agarra por el cuello, acercando sus labios a los míos. Con la otra mano, me atrae hacia él, su cuerpo presionando suavemente contra el mío.

—¿Por qué me lo preguntas siempre?

Parpadea, sonríe e introduce la mano por debajo de mi vestido, palpando con ganas los cachetes de mi culo.

—Me gusta escuchar que lo deseas.

Sus labios acarician los míos, por un momento pienso en apartarme, no entiendo qué me ocurre, ni como me estoy dejando embaucar por un chico que no sabe nada de mí.

Aunque, quizás por eso, me siento tan libre.

—No eres capaz de imaginar las ganas que tengo de follarte, llevo pensándolo desde que te vi en la piscina —confiesa con una sonrisa ladina—. Y de atrapar esa larga trenza en mi mano, mientras te follo.

Me deja sin palabras, sus labios rozan mi mejilla en un beso suave, como si buscara una reacción. Intenta discernir si mi silencio es señal de preocupación o de asombro.

Esta vez soy yo quien le besa. Un beso húmedo y con ímpetu, me aferro a sus hombros desnudos, y él me sienta a horcajadas, sin apartar su boca de la mía.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora