✦XLIX✦

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—¿Qué? —dice Sebastián por teléfono—

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—¿Qué? —dice Sebastián por teléfono—. No, no estoy ahí, tranquila mamá, a la noche nos vemos. Adiós.

Lorenzo deja la enorme tarta de chocolate que habíamos encargado justo en el centro de la mesa.

—¿Ocurre algo? —pregunto al verle enviar mensajes frenéticamente.

—Sí, hay una pelea en una discoteca de un amigo que Lorenzo y yo tenemos en común. Parece que le han dado una buena golpiza.

Sebas no parece al tanto de todo, ya que le manda señales con la mirada a su amigo, creyendo que no tengo ni idea de la existencia de Yannick.

De hecho, habíamos perdido el contacto con él, de una forma egoísta por nuestra parte, pero no quiero que unos tipos le partan la cara. Le tengo un cariño especial, como a un amigo, aunque es más que eso.

—Enviaré a unos guardias para que lo pongan a salvo. Les diré que lo traigan hasta la hacienda para averiguar en qué lío está metido —explica mi marido antes de salir del salón.

Gabriela comienza a hablar sobre su posibilidad de cursar un máster relacionado con el marketing. Realmente no entiendo bien de qué está hablando, pero asiento con una sonrisa amable en todo momento.

—¿Y cuál es el trabajo de tus sueños, Skarlett? —pregunta inocentemente Sebastián.

—Honestamente, de pequeña quería ser bailarina de ballet, pero actualmente solo soy yo, ya sabes, es difícil salir adelante cuando eres huérfana.

Esa respuesta siempre hace que las personas dejen de insistir. No es que Sebastián sea especialmente pesado, pero me duele en el pecho saber que nunca seré bailarina, médica, profesora o cualquier otra profesión común. Siempre seré la narcotraficante rusa.

—Ya estoy con vosotros —dice Lorenzo, colocando sus manos sobre mis hombros—. ¿Pasaréis la noche aquí?

Sebastián niega con la cabeza, mientras su novia le mira con una expresión confundida, como si acabaran de cambiar sus planes.

—Mañana tengo varios compromisos y no puedo levantarme tarde. De hecho —se mira el reloj—. Deberíamos irnos ya, Gabi.

Lorenzo y yo sabemos que miente; quiere irse antes de que lleguen los guardias con Yannick.

Nos despedimos de ellos en la entrada y vemos cómo se alejan en una furgoneta bastante oxidada. Me sorprende que ese viejo trasto aún funcione.

—Oye, Lorenzo, ¿crees que es buena idea que venga? —pregunto mientras corto una porción de tarta.

Mi esposo se sienta en la silla a mi lado, ajusta el colgante que llevo hasta que queda recto sobre mi piel.

—No estoy seguro, pero tampoco puedo dejarlo por ahí, solo y con una banda de idiotas intentando darle una paliza —explica, cruzándose de brazos—. Yannick no suele buscar problemas; es un tipo tranquilo.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora