✦ I V✦

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Ni las palabras más bellas pueden detener el flujo implacable de las lágrimas cuando la desesperanza se apodera de ti

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Ni las palabras más bellas pueden detener el flujo implacable de las lágrimas cuando la desesperanza se apodera de ti. Agradeces con una sonrisa que actúa como un escudo frágil, pero dentro de tu mente, los sentimientos desbordan, tomando el control total.

Eso lo hemos aprendido Lorenzo y yo: dos almas moldeadas por las órdenes que recibimos, y por el sufrimiento que los actos ajenos nos han impuesto.

—¿Nos hacemos una foto? —propone, sacando una cámara del bolsillo con una sonrisa que intenta aliviar el ambiente.

Me acerco y lo detengo con un gesto juguetón, atrapándolo por la cadena de su cuello.

—¿Qué, planeas presumir de nuestras fotos a tus amigos cuando me haya ido? —le pregunto, alzando una ceja en un desafío ligero.

Lorenzo se ríe, su sonrisa revelando una chispa de alegría que contrasta con la tristeza del momento. 

Su risa es contagiosa, y el aire se llena de una ligera ligereza mientras ajusta la cámara, preparándose para capturar el instante.

Niega suavemente con la cabeza, su mano reposando cálidamente sobre mis costillas.

—Si quisiera eso, ya habría invitado a esos mandriles a casa —susurra, deslizando su lengua por mis labios—. ¿Sabes por qué?

—¿Para que tus amigos se pongan celosos de mí? —respondo con una sonrisa juguetona.

—Error —dice, y me besa con una dulzura que me sorprende—. Ellos enloquecerían, y eso no puede ser. Solo yo puedo perder la cabeza por ti.

Lorenzo se levanta, ofreciéndome la mano con un gesto decidido. Me guía hasta la yegua y, sin previo aviso, dispara la cámara, capturando el momento en que me inclino para acariciar al animal.

—Estás preciosa, Miss Rusia —exclama con una sonrisa satisfecha—. Ahora, vamos a hacernos una foto juntos.

Camino hacia él, sintiendo el calor de su abrazo al rodearme la cintura. El flash de la cámara me deja temporalmente ciega, y me río al ver la foto que Lorenzo acaba de tomar. Sonrío, satisfecha con el resultado.

—Quiero una copia de esta foto —le digo con una sonrisa.

Lorenzo me pide que me acerque de nuevo a Pimienta, para tranquilizar a ambas. Con un gesto ágil, coloca un bloque al lado del animal para facilitar mi subida.

—¿Y si me caigo? —pregunto, con un toque de nervios.

—La arena te amortiguará —responde con una sonrisa tranquilizadora—. No te preocupes, si ves que pierdes el equilibrio, te bajo de Pimienta en un instante.

Me coloca el bloque y me muestra cómo montar: coloco el pie izquierdo en el estribo, sujeto las riendas con firmeza y, con un empuje decidido, me deslizo sobre la grupa. La sensación de estar en la cima es liberadora y sorprendentemente estable.

La droga más puraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora