Desde que el sol había salido hace unas horas mi cuerpo nota que algo está mal, un mal augurio revolotea mi cabeza.
Busco el celular para llamarla de nuevo y por séptima vez escucho el maldito buzón de voz. Sé que me fui de mala forma, pero no tanto como para que quiera desaparecer así y me ignore con todas las letras de la palabra.
Su guardaespaldas aparece en la cocina con los dientes apretados y las manos cruzadas en la espalda.
—Patrón, sé que no me lo pidió, pero he revisado las cámaras y su esposa no pasó la noche aquí —dice levantando la barbilla, aunque sin mirarme.
—¿Qué? ¿Y dónde estuvo?
—En la casa de la vecina, señor.
Asiento con afirmación, eso tiene sentido, es su amiga y quizás quiso hablar con ella para decirle que soy un pendejo.
Le doy el último trago al café, dejo la cafetera a vista de todos para que puedan beberlo y así no desperdiciarlo.
Me peino con los dedos el cabello hacía atrás por el corto trayecto, debería cortarlo, pero me siento bien llevándolo largo, ya puedo hacerme un moño pequeño.
Es difícil no percatarse de unas marcas de neumático que han dejado el asfalto marcado, son de un grosor considerable, quizás de un auto adaptado para conducirse por caminos angostos y su dueño debió marcharse a toda prisa.
Cierro el puño para llamar a la puerta, me recargo sobre la pared para esperar, aunque nadie contesta.
Le doy la vuelta a la casa, miro ventana por ventana y todo me empieza a cabrear cuando no veo ninguna señal de habitabilidad.
Desde la verja uno de los guardias me pregunta con lenguaje no verbal y le indico que venga hasta aquí.
Tiene las piernas más largas que yo y está a mi lado en menos de siete segundos.
—¿Qué ocurre señor?
—Vamos a tirar la puerta abajo, pero es demasiado pesada, necesito tu ayuda, Santiago.
Él asiente y rodeamos de nuevo para llegar a la entrada. Toquetea la puerta y ambos apoyamos el hombro en ella, retrocedemos unos centímetros para poder hacer fuerza al estrellarnos contra la madera.
—Creo que está reforzada con aluminio, señor —comenta poniendo su oreja en ella y dándole toques—. Será más rápido romper una ventana.
La ansiedad se me acumula en la garganta, noto ligeras gotas de sudor frío recorrerme la columna hasta calarme la ropa.
El estruendo de los cristales se oye en toda la zona, pero dudo que alguien se asombre, de todas formas me es indiferente.
Dentro de la casa todo está a oscuras, decidimos no encender la luz y Santiago me pasa una de sus linternas. Las motas de polvo vuelan por todas partes. En la cocina hay unas pequeñas cápsulas y en una especie de botes de cristal descansa un líquido parecido a la resina de un tono marrón oscuro.
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La droga más pura
ChickLitA Lorenzo le fascina el dinero fácil. Skarlett tan solo desea sentirse libre sexualmente. Mientras ella ha pasado años enamorada, él cree haberla olvidado. ✦ • ✦ Después de la trágica m...