111. Una chica dormida

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MUCHO TIEMPO DESPUÉS


—Hola, perdona que te moleste. ¿Estás durmiendo?

Me alarmó escuchar la voz de una desconocida despertándome del sueño porque me encontraba en mi habitación, pero al abrir los ojos me llevé una buena sorpresa al descubrir que no era cierto. No estaba en mi dormitorio, sino en medio de un bosque.

Árboles de corteza clara que se elevaban a un cielo cubierto por ramas, hojas y copas. Los reconocí como pinos y entre los rectos troncos podía ver espesa niebla que se deslizaba con suavidad, de una manera que parecía que estaba viva.

—¿Qué está pasando aquí? —pregunté adormilada, frotándome los ojos.

Al lado de mi cama había una chica de unos veinte años y ella también me causó sorpresa porque tenía la piel verde. Además de eso, su nariz apenas eran unas líneas entre ojo y ojo y sus ojos no eran los de una persona, sino que se asemejaban a los de un gato. Ella era alta y fuerte, con un cabello rojizo que le caía abundante sobre los hombros. Finalmente, vestía con un uniforme rojo que me recordó al del botones de un hotel.

—¿Esto es un sueño? —le pregunté, para mí eso sería lo más obvio, pero ella negó con la cabeza.

—No creo, me parece a mí que estamos las dos bien despiertas, pero ¿por qué estás durmiendo en medio del bosque? A mí no me parece que eso sea muy normal.

—No lo sé —le dije, aunque tenía que reconocer que sí era bastante peculiar que estuviera metida en una cama en medio de un bosque.

—¿De verdad? Qué raro. Bueno, yo me llamo Sabela —se presentó ella ofreciéndome una mano. Su apretón era fuerte, uno de esos que transmiten seguridad.

—¿Dónde estoy? —le pregunté.

La muchacha verde jugó con un mechón de su rojizo cabello.

—¿Tampoco sabes eso? Es complicado de decir, la situación en general es mejor que te la explique mi hermana, pero para empezar te digo que estamos en el bosque en dónde está la Mansión sin Fin. ¿Te suena?

—¿La Mansión sin Fin? No la conozco... Yo vengo de... de... —comenté y fruncí el ceño: no me acordaba de dónde venía.

En realidad, al intentar navegar en mi memoria lo que me encontraba era con un mar de niebla. Lo único que podía sacar en claro era mi nombre; Alarico. Pero incluso ese dato podía ser que no fuera verdad porque al bajar la mirada me llevé una buena sorpresa. A través del pijama se notaban dos pequeños pechos y eso no debería ser así porque me daba la impresión de que yo era un hombre, pero era evidente que aquel cuerpo era de mujer.

—¿Y cómo te llamas? —me preguntó Sabela.

—Pues...

A pesar de que recordaba el nombre de Alarico no lo sentía como si fuera realmente mío. Era como si hubiera una desconexión entre aquel nombre y la persona que era en esos momentos. ¿De verdad era Alarico? ¿Podía ser que en realidad fuera otra persona? Lo único que tenía en claro es que no tenía nada en claro.

Un aullido me atravesó los oídos con tanta fuerza que incluso me dolió y, al levantar la mirada, descubrí de dónde había salido. Subido a una rama de un pino había un monstruo que parecía estar formado por niebla, por la misma niebla que vagaba entre los troncos de aquellos árboles.

Tenía unos brazos y unas piernas alargas, una cola que se agitaba con nerviosismo y en su rostro brillaban dos peligrosos ojos rojos. La criatura golpeó el tronco del árbol y gritos de furia brotaban incansables de su boca, en la cual tenía una serie de dientes demasiado afilados.

—¿Pero eso qué es...? —pregunté aterrada.

La única respuesta que obtuve fue una fuerte mano en mi cabeza, que me obligó a inclinarme hacia delante. Fue cosa de Sabela y tengo que decir que me molestó que me tratase de aquella manera, pero se me pasó en cuanto comprendí que lo había hecho para salvarme.

El monstruo había lanzado una piña en mi dirección y si no llega a ser por Sabela, esta historia habría acabado conmigo con una incrustada en toda la frente. Al ver cómo su intento de asesinato terminó en fracaso, la criatura de niebla gritó con furia y arrancó más piñas del árbol para lanzarlas hacia nosotras dos.

Sabela se puso delante y con un movimiento del brazo logró hacer que las piñas no impactaran contra mí. No fue tan bruta como para darle con la mano, sino que utilizó un bate beisbol. Era de madera que tenía un color clarito y brillante, se notaba que Sabela cuidaba bastante bien de ella. Aunque tenía algo raro: todo el bate era liso, menos un grabado que tenía con la forma de un ojo cerrado y una boca de labios abultados. No me pegaba eso con la idea que tenía yo de un bate.

El monstruo no se dio por vencido, saltó al suelo y cargó en dirección a Sabela. Si yo no salí corriendo, fue porque estaba congelada del miedo. Pero Sabela permaneció parada al frente de mí y cuando la criatura de niebla saltó sobre ella le atizó con el bate dándole en toda la cabeza, haciendo que cayera en el suelo. De allí ya no se levantó, la niebla con la que estaba formado desapareció dejando en su lugar dos esferas de color rojo, lo que antes habían sido sus ojos.

—Está... ¿Muerto?

—Pues supongo que sí, que le di muy fuerte —contestó Sabela, colocando el bate de beisbol en una funda que le colgaba en la espalda y tenía una tira de tela que le cruzaba la camiseta blanca. Recogió los ojos del monstruo de niebla y se los introdujo en el bolsillo delante de sus pantalones vaqueros —. ¿Y tú cómo te llamas?

—¿Cómo me llamo? Yo... —dije, pero me corté porque estaba a punto de darle el nombre de Alarico, pero a pesar de que refulgía en mi mente yo no estaba segura de que me llamara así —. Zeltia. Mi nombre es Zeltia. 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora