1. Las 900 vidas

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1999 años después de la Gran Locura

El 26 de febrero mi vida cambió por completo, porque ese fue el día en que comencé mi propia aventura. Mi nombre es Sabela Forte Godallo, y lo que más me gusta de todo mi cuerpo es mi cabello. Es de un rojo precioso, y eso me viene de familia, porque mamá también era pelirroja. Digo "era" porque murió hace ya mucho tiempo, asesinada por el mayor villano del Reino del Páramo Verde: el Rey de los Monstruos, Maeloc.

 Mamá pertenecía a los Hijos del Sol, el gremio de aventureros del Reino. Ella era la razón por la que yo también deseaba unirme a ellos y convertirme en una aventurera. Además, quería vengar su muerte matando a su asesino, el malvado Maeloc.

Lo malo es que papá no quería que siguiera los pasos de mamá porque temía que terminara igual que ella: bien muerta. ¡Y eso a pesar de que él también fue un aventurero de los Hijos del Sol! Pero yo estaba completamente segura de que no moriría, de que conseguiría matar a Maeloc y tal vez incluso me convertiría en una heroína legendaria. Bueno, las cosas no sucederían exactamente así.

Por eso decidí que esperaría hasta cumplir dieciocho años para confesarle a papá que mi sueño era unirme a los Hijos del Sol. Sin embargo, tres días después de mi cumpleaños aún no le dijera nada, y mi vida seguía igual, trabajando como leñadora junto a él. En otras palabras, un muermo total.

Pero el 26 de febrero mi vida cambió por completo, a pesar de que el día comenzó de forma bastante habitual. Era domingo y, como todos los domingos, me permití el lujo de malgastar la mañana tirada en la cama leyendo un tebeo de Solman. Este superhéroe vestía con capa y calzones por encima del traje y tenía el poder del sol, lo que le permitía volar y lanzar rayos solares por los ojos. Sin embargo, lo que más me gustaba de él era que usaba sus habilidades para ayudar a las personas con sus problemas. En el número que estaba leyendo, Solman peleaba contra su archienemigo, el doctor Luna, quien planeaba activar la Mano de Helios, una superarma real, para destruir por completo la Ciudad Sol. Solo Solman podía detener la catástrofe.

Recuerdo que, en un instante, sentí como si algo me estuviera observando. Fue una sensación intensa, tan fuerte que me levanté de la cama con el corazón a toda pastilla y miré a mi alrededor. Nada, no había absolutamente nada. Estaba sola y, tan rápido como apareció esa sensación, se esfumó. 

—No fue nada... —murmuré, aunque más tarde descubriría que, en realidad, no era así.

Ya no tenía ganas de seguir leyendo el cómic, así que agarré la fotografía de mamá que tenía en mi mesilla de noche. No se la veía muy maternal, quizá por la dureza en su mirada o, tal vez, por las cicatrices que iban desde las comisuras de sus labios y le cruzaban las mejillas, formando una sonrisa bastante chunga.

La puerta se abrió con tanta fuerza que las cuatro paredes de mi habitación temblaron. De la sorpresa, la foto de mamá se me escapó de las manos, cayó al suelo y se le rompió el cristal. Una sombra gigantesca se abalanzó sobre mí bramando sonidos guturales. No era un monstruo, era papá y me venía pálido y tembloroso.

—¿¡Viste a tu hermano!? ¿¡Dónde está tu hermano, hija!?

—Pues lo más seguro es que se fuera al bosque a buscar trufas.

—¡¿De nuevo al bosque?! ¡Tienes que ir a por él, pero ya! —vociferó papá.

—¿Por qué no vas buscarlo tú? —pregunté, molesta porque papá entró en mi habitación comportándose como un toro bravo y se cargó mi foto de mamá.

—¡Porque si voy yo a buscarlo, el muy idiota se va a escapar de mí, y ya sabes lo que podría pasar si se acerca demasiado a la Barrera del Rey! —gritó papá.

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