59. La aceptación de la muerte

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—¿Qué...? ¿En serio...? —preguntó Hacha, parecía que no confiaba demasiado en mis dotes de reducción.

—Creo que lo sé... a ver... La Hermana lo persigue porque le recuerda al cerdo de peluche que su madre le regaló —dije con una sonrisa triunfal que no encontró la recepción que me esperaba.

—¿Pero por qué lo persigue a él...? Podría perseguir a cualquier cerdo... ¿No? —me preguntó Belisa.

—¡Pues no! ¿No es cierto que de la madre no se supo nada desde que su hija se convirtió en una caída gigantesca? —pregunté.

Belisa y Hacha se lanzaron una mirada confusa.

—No sé a dónde quieres llegar, Sabela... —preguntó Hacha.

—¡Yo sé quién es la madre! Es ese caído que vomitó el Huevo Negro —dije.

—¿Estás segura de eso...? —preguntó Belisa.

—A ver... Yo creo que la madre está vomitando esos huevos para crear un cerdo que... como que sea el cerdo de peluche... para que ella vuelva a ser feliz... —dije y sabía estaba un poco cogido por los pelos.

—¿Y por qué la Hermana del Dolor va a por Fufu, cómo sabe dónde está? —preguntó Belisa.

—No lo sé —contesté.

—¿Y cómo hace el caído esos huevos? —preguntó Hacha.

—Supongo que es su habilidad especial... —dije y pensé que todo eso no importaba demasiado: solo eran pequeños detalles.

—¿Y por qué no hay más cerdos que hablan por ahí sueltos? —preguntó Belisa.

—Puede que los haya... o puede que salieran mal como el que vi antes. A ver, yo creo que lo que digo es cierto... Y si no lo es pues bueno, no se me ocurre nada más... —dije.

—Vale, pues digamos que es cierto... ¿Cómo hacemos para arreglar el desaguisado? —preguntó Belisa.

—Pues... podemos convertir a la Hermana del Dolor en una ascendida —dije.

—Claro, porque eso es supersencillo —comentó Hacha.

—Escúchame que estoy pensando mientras hablo... Puede que la Hermana persiga a Fufu porque es un regalo de su madre y... ¿qué pasaría si lo tuviera entre sus manos? ¿Puede que consiguiera ser feliz de nuevo?

—O puede que recordase lo que le hizo su madre y volverse peor —comentó Belisa.

—Quizás... pero quizás recuerde cuando era feliz junto a sus padres... y si de nuevo fuera capaz de sentir esa felicidad pura de su infancia, puede que cuando le cayera encima la Mano de Helios no fuera la desesperación la que le royera el corazón... sino felicidad y amor y cosas de esas... y así, ascendería y todos nuestros problemas se solucionarían —dije.

—Supongo... su gema del corazón es especial y no se rompe ni con la Mano de Helios... —dijo Hacha.

—¿Eso quiere decir que solo le queda ascender o caer? —preguntó Belisa.

—Eso creo... y si asciendo no creo que nos diera problemas. Por lo que dijo Mel, ella simplemente se marcharía a vete saber tú dónde... eso hizo el hombre de su historia que se pasó mucho tiempo meditando y al final acabó ascendiendo —dije y esperé que todo lo que decía fuera más o menos cierto porque si no no tendría ni idea de qué hacer.

—Pues... habrá que probarlo —dijo Belisa. 

—¡Yo creo que lo conseguirás, jefa! —decía Hacha, dando saltitos alrededor mía.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora