166. Engaños y mentiras

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 Me encontraba en el salón que ocupaba la parte izquierda del alargado hogar de Alarico. Estaba sentada en un sillón y con un café en las manos, el cual sorbía con lentitud mientras le daba vueltas a la revelación de que el mouro había matado a su propia madre.

Alarico se encontraba tumbado en el sofá y únicamente vestía el ceñido bañador. Tenía un tercio de cerveza en la mano y bebía de manera despreocupada, con una sonrisa en el rostro que no indicaba precisamente que se trataba de un matricida.

Lambert también se encontraba con nosotros, sentado en un sillón alejado de mí. Encogido y envejecido, daba la sensación de que, durante el poco tiempo en el que había permanecido dormida, habían pasado décadas para el hombre oveja.

—¿Me vas a devolver los recuerdos?

Realicé la pregunta ya sabiendo de antemano que no sucedería ni una cosa ni la otra. Era imposible fiarse del mouro, ya que no era nada más que un amigable enemigo que intentaría confundirme con el poder de sus palabras, combinado con el atractivo de su cuerpo. Para su desgracia, ya no era la enamoradiza y superficial Zeltia, así que por mucho que lo intentase, yo me mantendría firme en mi decisión de no confiar en él.

—¡Me encantaría poder hacerlo, Zeltia! Lamentablemente, en estos momentos no es posible. Tu memoria... No te cabrees conmigo, pero la perdí jugando al póquer contra Esus —confesó el mouro.

—¡¿El diablo?! ¡¿Por qué apostaste mis recuerdos?!

Me sentí avergonzada por aquella explosión de emoción, así que me obligué a aguantarme el cabreo que amenazaba con estallar en mi interior. Simplemente, no me parecía que pegase nada con la imagen que debería de dar una mujer con el corazón de hielo.

—¿Qué quieres que te diga? Tenía un póquer de ases, sería tonto si no apostase y en esos momentos era lo único que me quedaba de valor—dijo Alarico, rompió en unas risas que me irritaron incluso más. En aquellos momentos, hubiera preferido que él fuera el muerto y la madre la victoriosa.

—No le encuentro la gracia por ninguna parte. Aunque tratar con Esus seguramente sea una mejoría a hacerlo contigo —dije, con la intención de provocar una reacción en Alarico. Fracasé, fue como si no me hubiera escuchado o puede que sí, pero que no le importase lo más mínimo que le hubiera dirigido aquella pulla cargada de veracidad.

—¡Zeltia, tienes que dejar de preocuparte por todo! La vida solo se vive una vez, ¿sabes? Intenta disfrutar un poco, vamos, ¿tanto te cuesta sonreír? —me preguntó Alarico, lanzándome una sonrisa deslumbrante que no devolví.

—¿Por qué me robaste los recuerdos?

Alarico lanzó un suspiro y me dijo:

—¿Te acuerdas de lo que te enseñé en la Heladería Heladín? La forma en que nos encontramos fue más o menos la misma: tú apareciste de la nada delante de mí, pero no llegaron las hermanas Forte para armar barullo. En vez de eso, te hechicé para que te durmieras y tomé prestados tus recuerdos. Mira, necesitaba a una humana para poder poner en ella la Reliquia del mapa. Melinda no me sirve porque ya tiene la espalda ocupada y Candea... Digamos simplemente que ella no es demasiado compatible conmigo. ¿Entiendes?

Aquella respuesta era de todo menos satisfactoria.

—Los recuerdos que me enseñaste eran de verdad. En ellos, me corté el dedo con un vaso roto en el Club de Esus y, al regresar a la heladería, descubrí que me tenía una cicatriz. Eso significa que son reales, ¿no es así?

—Tienes razón, son 100% reales. Pero confieso que hice trampas; tú estabas inconsciente y, simplemente, jugué contigo como si fueras una marioneta. Haciendo que hablaras, caminaras y todas esas cosas. Vamos a ver, solo lo hice porque era necesario para que luego te enseñase esos recuerdos fabricados y hacer que confiarás en mí. ¡Es que necesitaba encontrar cuanto antes la llave de la Puerta Negra! Mira, pensé que robándote las memorias y creando falsos recuerdos sería la forma más fácil de hacerlo. Ah, la Sabela y la Melinda que viste en los recuerdos eran marionetas, ¿a qué no se diferencian nada de las de verdad, eh?

Alarico hablaba como si no hubiera hecho malo, cuando en la realidad era horrible. Me había usado a su antojo, como si en vez de una persona fuera un objeto, y ahora quería hacer como si nada hubiera pasado. Apreté los dientes, negándome el enfado que quería arder y logré calmarme, me dije a mí misma que no merecía la pena enfadarse con él. Eso no significaba que lo fuera a perdonar, ni de lejos.

—¿Y qué hay del collar?

—¿Qué collar? —preguntó, enarcando una ceja.

—Me contaste que tu madre te puso un collar para que no te alejaras de ella. Ella no te permitía irte de la Mansión sin Fin y tú querías hacerlo, por lo cual terminó poniéndote un collar que tenía el poder de impedir que te fueras de la Mansión sin Fin. ¿Es otra de tus mentiras?

Alarico lanzó una carcajada incrédula.

—¿En serio te conté eso? Bueno, me avergüenza decir que no es cierto. No me acuerdo de haberte dicho eso... Lo siento, sucedió hace bastante. ¿Acaso sabes cuánto tiempo llevas dormida?

Me quedé en silencio, sin querer formular la siguiente pregunta. En el pasado, Alarico había insinuado que le gustaba, pero cada vez me quedaba más claro que eso también había sido una mentira. Decidí callarme la boca, porque sería una verdadera idiota si creyese que eso era una posibilidad. Además, aunque así fuera, lo rechazaría sin pensarlo porque antes preferiría vivir una vida de castidad que tener una relación con una persona tan inmunda como aquella.

—Eres un gilipollas —le dije, casi de manera inconsciente.

No me gusta decir palabrotas, pero en aquel momento salió de mi alma. Alarico me miró con una expresión dolorida y me alegré de haberle tocado la fibra sensible.

—Esto es hacer de una montaña un grano de arena... Oye, si te he ofendido lo siento, no era mi intención. Tienes que entender que era la manera más rápida de ganarme tu confianza. Para ser sincero, en esos momentos me encontraba un poco desesperado e hice cosas que no debería de haber hecho. ¿Acaso no sabes la presión que era estar luchando en contra de mi madre? Ahora sé que debía ser honesto contigo desde el primer momento, sé que estuvo mal lo que hice y te juro que nunca más te volveré a engañar. Te pido perdón y, para resarcirme, te puedo ayudar a recuperar tus recuerdos. De todas formas, me parece que para Esus no tienen ningún valor. A menos que... —Alarico se quedó callado, con una expresión preocupada en el rostro, y no lo insté a que continuara porque ya me imaginaba cuál era la idea que había cruzado su mente.

—Ahora dime la excusa que tienes para no levantar la niebla.

Alarico suspiró, exhibiendo en su rostro una sonrisa cansada.

—Si lo hago, los Nuevos Dioses entrarán y seguramente acabaré muerto porque yo no soy fuerte. ¿Quieres la verdad? Todo lo que está sucediendo es culpa mía... Hace un tiempo, me enteré de que detrás de la Puerta Negra estaba el Corazón Dorado de Belisa. Ella fue muy importante para mí, estuve perdidamente enamorado de ella y supongo que todavía lo estoy —dijo Alarico, con la mirada gacha.

—¿Entonces tu madre no quería abrir la puerta para hacerse con su poder? —pregunté y el mouro negó con la cabeza.

—No, ella me prohibió que la abriera porque teme a Belisa. Pese a que ya está muerta, creía que si la Puerta Negra se abriese sucedería una segunda Maldición o algo peor.

Me removí incómoda en el sofá y observé a Lambert, este permanecía en un segundo plano de la escena. Casi era como si en realidad no se encontrase en el mismo salón que nosotros dos, sino a miles de kilómetros de distancia.

—¿Y no será así?

—Está muerta... —Se quedó callado durante unos instantes, con los labios apretados como indeciso de hablar o callar —. ¿Aunque cómo puedo saberlo? Ella era una de las Nuevas Diosas, así que es posible que de alguna manera continúe viva. No lo sabré hasta que abra la Puerta Negra.

—Si está viva, es posible que provoque una nueva Maldición, ¿no es así? —le pregunté y Alarico me miró directamente a los ojos.

—Si lo intenta hacer, la mataré. Te lo digo en serio, si no ha aprendido nada durante todos estos años no merece mi amor. Además, lo más seguro es que esté muerta y lo único que quede de ella sea su Corazón Dorado. ¿Qué me dices, Zeltia? ¿Me ayudarás? 



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