89. Desesperación

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 Carolina no pierde ni un segundo y camina a largos pasos al exterior de la cueva, en cambio Xoana se queda congelada, arrodillada al lado de la desmayada Casandra y con la mirada fija en aquella puerta que, con una exasperante lentitud, se va abriendo.

Parece como si Xoana estuviera hipnotizada por aquella desgracia que se derrama sobre nosotras y a mí me pasa lo mismo: no puedo apartar la mirada del sello abriéndose, que deja a la vista una niebla grisácea en cuya superficie bailan remolinos y comienza a derramarse en el interior de la cueva.

Hay algo de fascinación macabra en la visión de Caligo, el monstruo de la niebla, algo que es difícil de explicar. Sé que es algo malo, que nos va hacer daño, pero al mismo tiempo hay algo hermoso en aquella bizarra criatura.

Pero sé que tengo que irme de ahí, ya que puede que yo no sea nada más que una fantasma, pero bien sé que todavía quedan cosas en este mundo que son capaces de hacerme daño. Así que vuelo marcha atrás hasta la entrada de la cueva, sin dejar de mirar como poco a poco Caligo la va inundando con su niebla gris.

Xoana sigue hipnotizada por aquel peligro reptante y si se queda en el sitio la niebla la envolverá, no falta mucho para que eso suceda. ¿Y qué pasará en ese caso, qué pasará con ella, desaparecerá para siempre? No es algo que yo quiera averiguar.

—¡No te quedes embobada ahí, escapa, escapa de una vez! —le grito desde la entrada de la cueva y ella da un respingo, mira a su alrededor como dándose cuenta de dónde está en realidad.

Comienza a arrastrarse hacia atrás, hacia la salida, sin apartar la mirada de la niebla que acaricia el tobillo de Casandra y, como si hubiera una mano dentro de Caligo, ella es arrastrada al interior de lo gris.

—¡¡Casandra!! —grita Xoana y se lanza hacia delante para cogerla, pero la mano de ella se le escapa de entre los dedos y pronto Casandra se hunde en la niebla y desaparece.

—¡Escapa de una vez! —le grito y Xoana actúa, se levanta de un salto y corre al exterior.

Rubén ya está despierto, con la espalda apoyada en un pino. Anais, todavía llorosa, le está vendando la herida del estómago y ya le trató la de la frente poniéndole una tirita cuadrada. Al lado de la agente hay un maletín azul celeste, con un sol sonriente en él y en su interior hay tiritas, alcohol desinfectante...

—¡Tenemos que marcharnos, que Caligo salió! —grita Xoana, la niebla mana del interior de la cueva.

—¡Xoana, Orgullo Dorado se rompió! —gime Anais, mirando a Xoana con una cara desolada por la tristeza.

—¡Hay que irse ahora! ¡Caligo está aquí! —grita de nuevo Xoana histérica, se para en frente a la pareja, lanza miradas nerviosas atrás, la niebla aumenta de volumen poco a poco, pero sin pausa, pronto ya no se puede ver la entrada de la cueva, es todo Caligo y se está acercando a los agentes.

Rubén se levanta como si no tuviera un poco agujereado el estómago, resulta admirable que todavía tenga fuerzas. Pero su cara parece pertenecer más al de muerto en su ataúd, aunque quizás no sea correcto decir esto: en algunos de ellos, la muerte trae paz a su rostro.

—¡Tenemos que ir al cuartel ahora mismo, ahora mismo! —grita Rubén, con una mano sobre la venda que se está tiñendo de rojo.

Anais gatea para coger una de las partes de Orgullo Dorado que justo quedó en el medio de aquel pequeño claro que rodea la entrada de la cueva, ahora oculta por Caligo.

Es la parte de la espada que es todo filo, por lo que cuando la coge se corta. Anais se queda mirando la yema de sus dedos, en la que nace una herida por la cual sale y crece una única gota de sangre.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora