169. La Tierra Prometida

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No recordaba cómo lo había llegado hasta allí, pero de pronto me encontré caminando hacia las grandes puertas azuladas del Club Esus. Se levantaban altas y anchas, de un oscuro que fluctuaba como las profundidades del mar, se encontraban al final de un corredor impregnado del aroma a antiguo, uno que resultaba asfixiante hasta el punto de la náusea. 

Mis pies pisaban una pesada alfombra, una que devoraba el sonido de mis pasos alimentando la intensidad del silencio. Decorada por una infinidad de símbolos de caóticas connotaciones, los cuales escondían mensajes que en un instante creía entender y, al momento, desvanecerse el significado en la niebla de mi memoria, dejando solo atrás una sensación de inquietud imposible de borrar.

Sobre mi cabeza, maraña de rojo despeinado, surgía una sucesión de bombillas en fila, las cuales apenas emitían luz y convertían el corredor en un territorio de oscuridad. Territorio lúgubre con el toque de lo recientemente abandonado, presto a caer bajo la rutina de la interminable soledad. Resulta extraño, me resultaba agradable y pronto me di cuenta del por qué: ansiaba un mundo en donde la única habitante fuera yo.

Estas ocurrencias de dulce discurrir se vieron enturbiados por las notas rezagadas de un piano, melodía irritante que fluía a través de los resquicios de la puerta que conducía al Club Esus. Me vino a la cabeza la grotesca figura del diablo y fue inevitable sentir algo semejante al miedo. Él era peligroso y, si no me andaba con cuidado, podía acabar muerta.

—¿Por qué todavía me preocupo por esas nimiedades?

¿Qué importaba si moría? Una vez muerta, habría alcanzado mi propósito de deshacerme definitivamente de todos y cada uno de mis sentimientos. Por esto mismo, no debería de sentir ningún tipo de temor frente a mi ineludible fallecimiento, sino todo lo contrario. De todas maneras, no actuaba movida por ideas suicidas, ya que a pesar de ser inevitable, no hacía ninguna falta correr hacia ella.

Con la mente más despejada, entré en el Club Esus por segunda vez en mi vida. De todas maneras, estoy segura de que la primera vez no debería de contarla porque cuando lo había visitado, me hallaba sumergida en estado de inconsciencia. Convertida en triste marioneta, manejada al  puro antojo de Alarico ¿y quién me decía que todavía no lo era? 

El escenario que se presentó ante mí era diferente al que había visto en aquellos engañosos pero a la vez verdaderos recuerdos de Alarico. Por todas partes, había esparcidos globos de nieve; en el suelo, encima de las mesas, cubriendo la pista de baile e incluso dispuestos en ordenadas filas sobre la barra. 

Lucían en sus interiores los más diversos espacios: una ciudad de edificios de cristal, un paraje nevado y desolado, una cabaña que se levantaba al borde de un inmenso bosque, unas montañas rocosas, una urbanización urdida en la soledad... No entendía la razón del cambio, aunque me quedaba claro de que era importante. Otro detalle discordante: no había ni rastro de aquellas marionetas que imitaban a los humanos, siendo de esta manera el ambiente más solitario y melancólico, sentimiento aumentado por el maldito piano que no dejaba de sonar, sonar y sonar. 

A pesar de que he dicho solitario, lo cierto es que había dos personas más en el club: el molesto pianista el cual persistía en el necio tocar de su instrumento y, por más que intenté descubrir de quién se trataba, lo único que discernía era la silueta negra del escenario. 

La otra persona era una cara conocida; María se encontraba detrás de la barra, ofreciendo una estampa que no encajaba con el ambiente del local. Su rostro orondo se mostraba feliz, sus mejillas sonrojadas desprendían jovialidad y remataba el sentimiento con una expresión dulce e inocente, como la de aquel que no había roto un plato en su vida. Ella era la cocinera del restaurante del hotel, así como la dueña del Club Coconut. Me recibió con una sonrisa abierta que no devolví y me dirigió las siguientes palabras, de una amabilidad que no aprecié.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora