69. El Hotel Sargo

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Siguen a Anais por un camino estrecho que se interna en la naturaleza. Xoana va detrás de Rubén y, al lado de este elefante, ella parece incluso más pequeña. El camino no es más que un pedazo de tierra que se interna por territorios salvajes de helechos y ortigas nada amables: una de ellas incluso se atreve a rasgar con sus pichos la tela de la chaqueta de la pequeña agente.

—¿A dónde se supone que vamos? —pregunta Xoana.

Anais gira la cabeza y la mira con una sonrisa bastante grande, entonces dice:

—¿Pero no le has contado nada de lo que hemos venido a hacer aquí? ¡Menudo patán el tío este! ¿Verdad? ¡Es una misión!

—Eso ya lo sabía... —dice Xoana, haciendo durante un breve momento un puchero más de niña pequeña que de mujer hecha y derecha. Y yo vi cómo lo hacía.

—Pues eso es lo que vamos a hacer. ¿No te parece genial? A mí no me hace demasiada gracia. ¿Sabes el porqué?

—¿Cómo lo voy a saber? —le contesta Xoana, me parece a mí que en estos momentos está un poco gruñona. ¿Será por estar caminando por ese lugar estrecho, por la forma en que se porta Anais, porque nadie le dice a dónde van ni para qué van? Puede que sea una combinación de todo eso.

—Es que no me gustan muchos los sitios cerrados, me estresan un poco. Tenemos que enfrentarnos a un tipo o tipos malos en un edificio que antes era un hotel. ¿Te suena de algo el hotel Sargo? —pregunta Anais.

—¿Debería?

Anais agita la cabeza arriba y abajo, desbordando de emoción como la espuma desborda de una cerveza mal tirada.

—¡Claro que sí! ¡Salió en un episodio de Historias de fantasmas! ¿Te suena el programa de televisión de Zacarías Baca? Él y su panda van por todo el Reino buscando lugares encantados y viendo a ver si se encuentra con fantasmas y cosas así —dice Anais y a mí eso me parece interesante. Es decir, estaría genial encontrarme la gente esa que busca fantasmas que seguro que ellos tienen la manera de poder hablar conmigo.

—No, no me gustan ese tipo de programas. A mí me gusta ver películas... pero tampoco de fantasmas —añade Xoana y me siento un poco dolida.

¿Tendrá algo en contra de los fantasmas? No puedo hablar de nosotros como colectivo, pero como fantasma que soy puedo decir que, por lo menos yo, no busco nada malo. Y ser fantasma no es una elección, que es lo que pasa cuando te mueres. Aunque claro, si te suicidas con la intención de ser un fantasma...

—Pues es genial... Te lo digo porque hubo un programa en que fueron al hotel a donde vamos. Creo que se llamaba... esto... ¡El hotel del Abismo demoníaco! El dueño, que se llamaba Darío Pedra y era un tolay, levantó el hotel ahí porque pensaba que si hacía un agujero muy profundo ahí llegaría hasta el Abismo. Creo que su intención era hacer que los demonios salieran, crear un ejército y entonces conquistar el Reino —explica Anais.

—Menuda tontería... —comenta Xoana.

¿Por qué es una tontería? Es decir, los demonios existen porque Oni es una. ¿Acaso es que ellos no viven en el interior de la tierra? Supongo que esa es la razón, pero ¿es eso seguro? ¡Qué rabia que me da no saber nada de nada sobre el mundo! O por lo menos que me lo expliquen mejor...

—Pues eso, al final vinieron los de Historias de fantasmas. Querían hablar con los tíos que Darío sacrificó, porque en sus últimos años, y al ver que no conseguía tocar el Abismo, comenzó a lanzar al agujero a clientes. Pensaba que necesitaba sacrificar a gente para abrir la puerta al Abismo, ¡pero nada de nada! —dice Anais.

Pronto, el camino acaba de forma abrupta abriéndose a un claro. En medio de ese claro hay un pequeño edificio gris que parece estar como abandonado. Los cristales de las ventanas que están a tiro de piedra se ven bastante rotos y, además, rodean al hotel un mar impenetrable de malas hierbas. En la fachada, en letras rojas que perdieron su vitalidad hace mucho, se lee: Hotel Sargo.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora