144. Desconfianza

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 Los ojos azules de Zeltia se quedaron fijos en el camarero y la boca se le abrió un poco., con rapidez giró la cabeza para mirar a Alarico y le dijo con una voz aguda:

—Alarico, ¿tú sabes qué es esto...? No es una persona, ¿verdad? ¡Es imposible que lo sea!

Me alegré bastante al descubrir la sorpresa en la Zeltia del pasado, aunque eso no quería decir que aquellos recuerdos fueran verdaderos. De todas maneras, consideraba que era un punto a favor de Alarico.

—No, no son nada más que muñecos. ¿No te lo mencioné? Esus es capaz de crearlos gracias a su magia demoníaca, lo hace para que trabajen en su club y así no tener que pagarle el sueldo a nadie —dijo Alarico y la verdad es que pareció una razón bastante mundana para crear aquellos terroríficos maniquís.

El mouro observó aquel local sumido en las sombras: la zona de las mesas en donde los muñecos imitaban conversaciones y en la pista de baile continuaban con aquella danza de movimientos adormilados.

A pesar de toda la mentira que impregnaba aquellas criaturas, en la música del pianista escuché una pasión que no parecía provenir de un ser artificial, ¿podría ser que él, o ella, fuera una persona de verdad?

Había otra cosa que llamó mi atención, al fondo vi una puerta bastante grande en cuyo interior habitaba una oscuridad plena. Me estremecí, ya que me daba la sensación de que desde aquella negrura algo me devolvía la mirada.

—Eso de no tener que pagarle el sueldo suena como una gran ventaja, pero creo que así se pierde el contacto humano. Además, se ven bastante inquietantes... —dijo la otra Zeltia y no pude estar más de acuerdo con ella.

—El problema es que Esus no tiene talento, si lo tuviera sería capaz de crear muñecos indistinguibles de personas humanas, baluras e incluso otros demonios. ¿Pero qué se puede esperar de un sinvergüenza como él? No es nada más que basura —le contestó Alarico.

—¡Espero que disfrutéis de las bebidas! —dijo el camarero muñeco y posó sobre la barra una copa triangular de la cual sobresalía un palillo en el que habían ensartado tres aceitunas y un vaso alargado. En el interior de este, flotaban hielos en un líquido de color marrón, y Zeltia lo cogió para darle unos sorbos de petirrojo a través de una pajita, blanca y roja, al instante asintió con la cabeza, en apariencia complacida. 

—¡Oye, pues para estar tan mal hechos los maniquís, la bebida está bastante rica! Si no fueran tan perturbadores de mirar, seguro que no me importaría tanto que me sirvieran copas... Y ahora que lo pienso, ¿qué pasaría con todos los camareros? ¿No sería un poco injusto que su trabajo se lo robara uno de estos? —se preguntó la otra Zeltia, dándole otro sorbo a su long island, con aire meditabundo

Una voz profunda retumbó en el club, una que auguraba problemas.

—¡Lamento mucho que no te gusten mis muñecos, muchacho! Lamento también que carezca de la pericia suficiente como para hacerlos semejantes a los seres humanos, pero pongo todo mi empeño para que crearlos de la mejor calidad posible. Esto tendría que contar para algo, ¿no?

La mirada de Alarico se dirigió hacia la puerta del fondo, desde la negrura surgió la oronda forma de Esus. La ropa que llevaba era la misma con la que vestía en la fotografía de Lambert: unos pantalones que dejaban a la vista unas piernas gruesas, el chaleco de azulado que conjugaba con las sombras del local y una pajarita debajo de la papada de sapo que lucía aquel demonio.

No pude evitar fijarme a Tras sentado sobre el hombro de Esus, el verdoso exhibía una gran sonrisa en su rostro mientras nos observaba con la curiosidad reluciendo en sus grandes ojos felinos. Me pregunté qué relación tenía con Esus: ¿Era un amigo, un lacayo, una mascota?

En cuanto viera de nuevo al trasno, tenía que hacerle unas cuantas preguntas. No solo porque me preocupaba que fuera amigo de un diablo, si Tras recordaba lo que había pasado en aquel local, eso significaría que todo lo que estaba viendo había sucedido de verdad.

No me hacía demasiadas esperanzas, ya que me imaginaba que pasaría como con las hermanas Forte. Ellas no se acordaban de que me habían visto antes de encontrarme en el medio del bosque, durmiendo en una cama con la cabeza vacía de memorias. Desgraciadamente, eso era un punto en contra de Alarico.

—No he venido a hablar de tus horrendas creaciones, Esus. Si eres tan inteligente como dices ser, ya sabrás que quiero el mapa que tú tienes y, pese a que no me guste nada, estoy dispuesto a negociar contigo —dijo Alarico, se le notaba en la voz el disgusto que le causaba conversar con el demonio. A pesar de esto, estaba dispuesto a solucionar el problema sin usar la violencia y eso era algo que yo respetaba.

—Esta es la Reliquia que tanto quieres, ¿no, muchacho? —preguntó Esus y lanzó un silbido.

De la oscuridad azulada del cual había surgido el diablo, aparecieron dos muñecos que portaban en sus manos un cuadro en cuyo interior se encontraba el mapa. No obstante, me fijé en que había algo raro en él, ya que la Reliquia no era nada más que un reflejo opaco de la que se encontraba fundida en mi carne. Me pregunté si aquello era una trampa de Esus, lo cual entraba dentro del reino de las posibilidades teniendo en cuenta de que se trataba de un diablo, o simplemente quería decir que no se encontraba activa.

—¿Qué quieres a cambio? —preguntó Alarico.

—Estoy dispuesto a negociar. El estado actual en que se encuentra el hotel no me da beneficios y, por eso mismo, mi único deseo es que esta desagradable situación se termine lo más pronto posible. Tu madre está enferma, en su lecho de muerte se podría decir, y solo hace falta que alguien le dé el golpe de gracia, ¿no es así, muchacho? ¿Por qué no la matas? Sé que el doctor es un Judas, así que él puede abrirte el camino a los aposentos de la Directora y entonces... —dijo Esus y se pasó el dedo gordo por su gran papada.

—Sabes por qué no puedo hacerlo... De alguna manera lo has descubierto —dijo Alarico.

La otra Zeltia observó al mouro, con una expresión pensativa, y entonces le dijo:

—Pero yo no sé por qué no puedes. Ayer rechazaste mi idea de envenenarla, me dijiste que ella es capaz de resistir cualquier veneno. Aunque si se puede hacer lo que dice el demonio, ¿por qué no matarla? ¿O acaso me estás ocultando algo?

—Es cierto que no te conté todo lo que sé... No es el mejor momento para hablar sobre esto, Zeltia, pero alguna vez se tiene que decir. Te oculté información porque no sé si puedo fiarme de ti —dijo Alarico y en el rostro de la otra Zeltia apareció una expresión dolorida.

—¿Cómo no voy a ser digna de confianza, Alarico? Vengo del exterior y tú sabes que no tuve ningún contacto con tu madre. Incluso esa balura y la loca de las bolas de fuego intentaron hacerme daño, ¿y no trabajan para ella? ¿Por qué iba a ponerme de su lado? Yo elegí ayudarte por cuenta propia, porque creo que tienes razón. ¿Por qué no confías en mí? No lo entiendo...

Entre Alarico y Zeltia se hizo un silencio incómodo.

—Conozco a cada persona que se encontraba en el hotel antes de colocar el muro de niebla y sé a ciencia cierta que tú no estabas entre ellas. Es imposible que pudieras haber entrado desde el exterior, ya que me aseguré de que mi hechizo fuera completa y absolutamente impenetrable. Entonces la pregunta es, ¿cómo pudiste atravesarlo? Lo más razonable es pensar que no lo hiciste, así pues, pensé que era bastante probable que mi madre te hubiera creado o puede que fuera Esus, quien ocultó durante todo este tiempo su verdadera habilidad al crear estos muñecos de mala calidad que pululan por su club. Todo para que yo no pensara que él fuera capaz de crear a alguien tan perfecto como tú, Zeltia. Sea como sea, no quise contarte nada que mi madre ya no supiera, ya que no quería correr el riesgo de que no fueras la persona quién dices qué eres —dijo Alarico.

Esus observaba la escena, luciendo una terrible sonrisa. 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora