70. El Huevo Rojo

65 14 256
                                    

Pero antes de que se desmaye y se pegue un buen morrazo contra el suelo, Xoana se muerde la mano entre el dedo gordo y el de apuntar. Los dientes se hunden en la carne y hasta sangra, un poco bruto me parece a mí eso.

Entonces como se deshace del desmayo, aunque se le quedan las piernas con un poco de tembleque. Coge la Reliquia llave y la lleva hasta la cerradura y me asombra ver como antes de que se meta ahí dentro, su tamaño aumenta para poder encajar a la perfección.

—Cuéntame un secreto —dice la Llave Levei y la voz seria queda colgando en el ambiente. 

—¿Lo qué?

—Un secreto.

Xoana juega con un mechón de sus cabellos.

—¿Quieres un secreto? Está bien, te daré uno. Yo no soy de aquí... Vaya, es algo complicado de explicar. Lo que quiero decir es que vengo de otra dimensión donde las cosas son bastante parecidos, pero con algunos cambios... Por ejemplo descubrí que aquí mi madre está muerta, aquí nunca nací... Lo cual está bien, porque no sé qué haría si me encontrase conmigo misma. Tuve que venirme por culpa de una demonio que se llamaba Shega. Básicamente, me dijo que mataría a mi madre y a mi hermano si no me venía a esta dimensión... para siempre. Y esa es la razón de que esté aquí —dice, con un tono de profunda pena. Supongo que es duro estar separada de tu familia para siempre jamás.

Xoana desenfunda el revólver y la llave gira, por sí sola, en la cerradura. Arrampla con la Reliquia, se la guarda en el bolsillo, y sale de la habitación como un caballo desbocado. Tropieza y se derrumba en el medio del corredor. Buena razón tenía ese que dijo que las prisas no son buenas mensajeras.

El revólver Nenúfar se le escapa de las manos y gira hasta chocar contra el pie de Anais. Ella está sentada en el suelo, apoyada a una pared, con la cabeza gacha y con sangre que se le escurre de entre los cabellos. A su lado está Orgullo Dorado, que como de costumbre, no hace absolutamente nada.

—¡Ratas! ¿Estás bien? ¿Te encuentras bien? ¡Despierta de una vez que tenemos trabajo que hacer! —le grita Xoana y le pega un par de bofetones en los mofletes.

—No me pegues tanto... —murmura Anais, después abre los ojos que tienen una expresión perdida.

—¿Estás bien?

—Sí... —dice y se toca la sangre que tiene en la frente —, o quizás no...

—¿Qué pasó aquí? ¿Dónde está el hombre ese? —pregunta Xoana levantándose del suelo y ayuda a Anais a hacer lo mismo. De inmediato, Anais recupera la energía y dice:

—¡Buuu! ¡Tenías que haberlo visto! ¡Casi me lo cargo! Le rajé su garganta de idiota, y cuando iba ponerle punto final me golpeó en toda la cabeza. ¡Vaya! Creo que lo de la garganta debería ser suficiente como para matarlo, pero parece que la Reliquia que tiene le da bastante resistencia... de todas formas, a cada cerdo le llega su San Martín...

El corredor dormita iluminado por columnas de luces entrando por las ventanas que dejan a la vista el polvo flotante. Dirigiéndose al ascensor hay un rastro de sangre que dibujan imágenes de violencia. Me parece demasiado como para pensar que el tipo raro siga vivo, pero al final del pasillo Alfredo está de pie con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Tú! Te estás ganando un buen tiro... —dice Xoana.

Aunque no llega a disparar, porque se dobla sobre sí misma mientras un grito de dolor le cae de la boca. Se lleva las dos manos a allí donde recibió la picadura del monstruo.

Menudo desastre de misión, quizás sería mejor que el grandote viniera con ellas, pero el muy idiota se está comiendo unas manzanas en el exterior. De todas formas, no entiendo por qué no lo llaman por el walkie-talkie.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora