74. Nuevo Huertomuro

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 Pues eso, al mirar a mi alrededor me doy cuenta de que no estoy en Agarimo. Estoy en la plaza de un pueblo que está mucho, pero que mucho más animado. La gente camina de un lado al otro con sonrisas en la cara y ojos llenos de ilusión, vestidos con ropas que tienen más colores que solo el aburrido gris.

Las casas son parecidas a las del pueblo de Agarimo: construcciones de uno o dos pisos de piedra, de aspecto fuerte. Pero no están abandonadas, sino que bien se ve que allí vive gente. Además muchas casas tienen flores enmacetadas adornando las ventanas y unas pocas incluso cuentan con pequeños jardines a los pies de la entrada.

Hay un restaurante llamado La esperanza que tiene las mesas esparcidas delante de su entrada: allí la gente disfruta del día entre charlas animadas tomándose sus cafés, sus cervezas, sus patatas fritas y aceitunas. ¡Qué cambio con respecto a Agarimo, aquel pueblo fantasma!

Me acerco volando al centro de la plaza: allí hay una preciosa fuente con una estatua en el centro de ella. Representa a una mujer de aspecto fuertote, con las manos apoyadas en la cintura y en la cara una expresión de mucha confianza. Leo la placa que tiene en la base: se trata de una tal Xoana. Una bastante diferente a mi Xoana, que esta es un poco delgaducha y enana.

—¿Por qué has querido venir a Nuevo Huertomuro, Xoana? —pregunta un tipo de unos veinte años para arriba.

Es elegante cual gato caprichoso y tiene el cabello perfectamente peinado, con unos ojos perfectamente azules y una boca perfectamente sonriente. Supongo que este se podría considerar como un tipo de los guapos, pero a mí ni fu ni fa.

—Rodolfo, ya te dije que tengo que hablar con alguien que vive aquí —dice Xoana. Ahora lo entiendo: estoy en el recuerdo de ella. Estoy siendo espectadora de los acontecimientos que la llevaron a perder a sus amigos. Todos ellos son agentes de los Hijos del Sol y se sabe bien por qué llevan puestos los uniformes de camisa blanca y pantalones azules.

—Sí, pero nunca nos dijiste quién era dicha persona. Bien sabes que soy más de la vida urbana que de la rural... aunque ahora me doy cuenta de que lo segundo también tiene su atractivo —dice el tal Rodolfo, comiéndose con la mirada a una muchacha rolliza que, al ver cómo es objeto de atención por parte del agente, se ríe y se le ponen las mejillas coloradas.

—Pues a mí me gusta. Este es un sitio tranquilo, yo cuando me retire quiero tener una granja como mis padres y... —comenta otro de los compañeros de Xoana, este es grande y con uno de esos rostros cuadrados y simples en los cuales es imposible que se esconda la mentira. No como el tal Rodolfo, que ese tiene pinta de ser muy zorro.

—¡Vidal, siempre nos andas con lo mismo! Que si la granja, que si tus padres, que si esa vaca que tenía que se llamaba Macarena... ¿No tienes otra cosa en la cabeza? —le pregunta la tercera y última de los amigos de Xoana.

Ella es bastante delgaducha y de pelo corto, me da la impresión con solo verla que se trata de una persona bastante nerviosa. Por lo menos es lo que me dice que tenga las uñas como comidas y que está ojerosa como si no durmiera en siglos.

Vidal pone una mano detrás del cogote y lanza una gran risa.

—Perdona Zaida, pero es que me gusta mucho el campo... Ya sabes que por eso me metí en los Hijos, para ganar los soles suficientes para tener mi propia granja —le dice y eso me parece un buen objetivo. Es decir, estar con Xoana me hizo darme cuenta de que eso de los Hijos del Sol es una cosa bien peligrosa y no sé yo si el peligro constante de perder manos y que te dejen agujereada merezca al final la pena.

Xoana mira a su grupo con una leve sonrisa en la cara. Pobrecita, poco sabe ella que dentro de poco, todos ellos desaparecerán y se quedará más sola que la una. Por lo menos hasta que llegue a la isla Limbo. Si pudiera hacer algo por ella, lo haría... pero esto no es más que un recuerdo y, además, también está la cosa de que soy un fantasma y nadie puede verme.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora