131. Decisión estúpida

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Esperé unos cinco minutos antes de volver a abrir la puerta de la habitación y cuando el tiempo pasó, asomé la cabeza al pasillo con cuidado para asegurarme que las hermanas se habían marchado. Allí no había nada más que soledad y silencio roto por el constante zumbido de las luces del techo.

La verdad es que su ausencia no me produjo demasiada satisfacción, pues prefería que ellas dos me hubieran acompañado a la playa. Cierto, pero mi orgullo me impedía hacerlo debido a las malas maneras en que me había tratado la chiflada de Melinda.

—Vamos, Tras. Hay que averiguar que marca el punto rojo.

El trasno caminaba a mi lado con paso acelerado y una gran sonrisa en su cara verdosa, creo que estaba contento porque íbamos de paseo a la playa. Aunque por desgracia, no lo hacíamos por placer porque el objetivo de la visita era buscar información sobre mi pasado.

—¿Por qué no quieres que vengan ellas, eh? ¡Cuantos más seamos, menos peligro! —dijo Tras y negué vigorosamente con la cabeza.

—Melinda no se fía de mí y me parece feo que me lo dijera a la cara —expliqué, pero el trasno me miró con una expresión de que no entendía ni jota de lo que le decía.

—¿Entonces es mejor que no te lo dijera o qué?

Volví a negar con la cabeza.

—¡Lo que tenía que hacer era confiar en mí y ya está! Yo no le hice nada para merecer esa desconfianza, ¿no lo crees?

Tras lanzó un hondo suspiro y me dijo:

—Los humanos sois muy raros.

Al llegar al ascensor, nos encontramos con otra persona, cruzada de brazos esperaba a que las puertas se abriera. No se trataba ni de Sabela ni de Melinda, sino Candea, que era la mujer que guardaba las puertas del exterior. Ella era alta y atlética, pero no con la constitución de Sabela, sino que era más delgada. Al escuchar nuestros pasos, giró la cabeza y nos hizo un gesto con ella que sirvió a modo de saludo.

—Buenos días, Zeltia. Supongo que tú eres Tras, ¿no es así?

El trasno hinchó pecho y habló con aquella voz aguda que a veces le salía:

—¡Sí, soy yo! ¡El guardaespaldas personal de Zeltia!

Me sentí un poco avergonzada ante tal aseveración.

—Eso está bien, en este hotel hay demasiados peligros. Tanto en la Zona Perdida como en la que estamos ahora. ¿Me presenté ayer? De no ser así, lo hago ahora: me llamó Candea y me encargo de la puerta de la muralla —anunció al tiempo que se abría el ascensor.

Música de toques tristes emanaba de su interior y con el miedo de que evocasen en mí recuerdos indeseados casi me vencí al deseo de bajar por las escaleras. Entré, si algo iba a necesitar en aquella aventura era valentía.

Candea pulsó el botón del vestíbulo, de inmediato el ascensor se puso en marcha y como no deseaba centrarme en aquella música cargada de tristeza busqué con rapidez algún tema de conversación.

—¿Qué es eso de que también hay peligro en esta zona? Pensé que estábamos seguras aquí —le pregunté.

Un gesto de tristeza surgió en la boca de Candea.

—No hay sitio en el mundo en el que estés completamente a salvo y este hotel no es ninguna excepción.

La puerta se abrió al vestíbulo y Candea salió a zancada de potro, avanzando a tal velocidad que me dio por pensar que no quería seguir hablando conmigo. Le ofreció un corto saludo a Rafael y se fue al exterior, al pensar en este lugar me estremecí porque recordé a los clientes que gastaban el tiempo parados en el jardín.

Me acerqué al mostrador. Rafael observaba la puerta por donde se marchaba Candea con una sonrisa boba en el rostro. Tan ensimismado estaba que tuve que dar unos tosidos para que se diera cuenta de mi presencia.

—Buenos días, Zeltia, ¿qué tal la vida en el hotel?

—Pues... un poco terrible —le dije con honestidad, aunque endulzada porque aquel "poco" en realidad no debería de estar ahí.

—Sí... No es un sitio demasiado bueno, ¿verdad?

—Eso dímelo tú, llevas más tiempo que yo aquí.

—Antes de que Alarico estropease todo, no se estaba nada mal —comentó Rafael y su rostro se vio contagiado por una mueca de malhumor.

—¿De verdad es tan malo ese Alarico?

Deseaba encontrar en él una visión más positiva de Alarico, pues nadie es malo al completo y creo que hasta el más malvado tiene una pizca de bueno en su interior.

—Nunca me cayó bien, es la clase de persona que se creía mejor que los demás. ¡Y solo por qué es el hijo de la Directora y además un mouro mientras nosotros somos humanos! ¿Te puedes creer que ni siquiera se dignaba a hablarnos? —preguntó Rafael y me dejó desilusionada, parecía que al final iba a resultar que Alarico no era una buena persona.

—Está bien... Otra cosa, me voy a ir a dar un paseo a la playa, ¿es bonita?

Rafael me miró como si hubiera dicho algo raro.

—¿La playa? ¿Seguro que quieres ir a la playa? No, no es nada bonita. Desde que Alarico nos encerró en la niebla está... un poco rara. No creo que te guste.

No era cuestión de estar segura ni tampoco de que me gustara o dejara de gustar, sino de obligación porque si la playa se encontraba marcada por un punto rojo era mi deber ir a investigar sí o sí.

—Me apetece dar un paseo por la playa —dije, aunque en esos momentos me encontraba un poco dubitativa entre ir o no ir. Pero al mirar a Tras me convencí de que lo mejor era continuar con el plan, además si nos encontrábamos con algún peligro el trasno se encargaría de salvarme. 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora