63. El robot

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Sobre la superficie del monolito se lee: Campeón Número Ocho. Unas líneas aparecen en la negrura del objeto formando una puerta y una gran cantidad de humo sale despedido cuando se abre.

Bueno, el monolito está sobre el agente muerto, bien espachurrado. Y por la inclinación de la plaza, la sangre cae en líneas y da la sensación de que esos ríos rojos están jugando a las carreras. Me da un poco de pena el pobre Breogán, que pese a que no lo conocía de nada no parecía una mala persona.

El ambiente está como un poco tenso: cuatro agentes clavan sus miradas en el monolito ese como si en vez de objeto fuera un monstruo sediento de carne. Está más que claro de que habrá problemas. ¡Espero que Xoana no acabe malherida! Bueno, ni mal ni bien, que una herida nunca es buena.

La puerta del meteorito cae al suelo y del interior solo se distingue niebla bailando en espirales, en su blancura se vislumbra una sombra. Una pierna surge y al caer sobre una baldosa la rompe, los jirones de humo acarician el metal del pecho. Dos rubís centellean y, al desaparecer el vapor, surge una calavera grisácea con una sonrisa congelada.

—¡Buenos días, Hijos del Sol! Espero no haber interrumpido nada importante ¿Dónde está el sujeto ese llamado Breogán? ¡La Profesora me ha dicho que es el más peligroso de todos! Él será el primero en probar mis puños. —Su voz son chirridos de metal. ¡Es un robot! ¡Un robot de verdad!

—Demasiado tarde, chatarra. Tu peculiar medio de transporte ya se ha encargado de él —dice Casandra, su cola oscila a modo de péndulo y moja los labios con un poco de vino.

Ni la muerte de su compañero, ni tampoco la aparición del enemigo la afectaron en lo más mínimo. Eso me parece un poco mal, que acaba de espicharla alguien conocido. ¿Cómo se puede ser tan poco sensible? El robot recién llegado gira la cabeza en dirección al monolito y puede ver los pies surgiendo de debajo del monolito.

—¡Vaya, vaya, vaya! ¡Justamente como en El mago de Oz! ¡Afortunadamente se trata de Breogán, así que el daño no ha sido demasiado grande! —dice el robot y a mí me parece un poco de desprecio por el pobre agente muerto.

Xoana se frota los ojos, creo que nunca antes vio una criatura semejante a la que se chulea delante de ella. En eso somos iguales, pero claro... mi memoria solo va hacia una hora, más o menos, para atrás. No tengo ni idea de lo que viví en mi vida con memoria: a lo mejor ya me encontré con un robot de esos antes.

—¿Un robot? —pregunta la pequeña agente.

Al escuchar esto, el robot se golpea la carcasa del pecho que está decorada con la letra uve.

—¿Un robot? No seas idiota, muñeca. ¡Soy mucho más que un vulgar robot! Soy el siguiente paso de la evolución humana, ¡soy un cíborg! La mezcla perfecta entre carne y tecnología. ¡Me llamo Ventura y pateo traseros de humanos!

—No me llames muñeca —dice Xoana, sonriendo, pero al revés.

—Eres el octavo idiota que tiene el atrevimiento a enfrentarse a nosotros. ¿Sabes cómo acabaron tus siete hermanitos? —pregunta Casandra, sirviéndose una nueva copa de vino, llenándola hasta el mismísimo borde.

—¡Hay una gran diferencia entre yo y los demás! Ellos sí que eran robots de verdad, simplemente hechos para perfeccionarme a mí. ¡Ventura, el cíborg! ¡El octavo de la serie! Y todo el mundo sabe que el ocho es el número del poder. ¡De la decisión y del mando! Probaré que mi voluntad es más fuerte que la vuestra, Hijos del Sol.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué nos está atacando un robot? —pregunta Xoana.

—Estamos, por decirlo de alguna manera, ayudando a la Profesora a crear el soldado definitivo para el Reino. Ella nos pone a prueba de cuando en cuando con alguna de sus invenciones y nosotros estamos obligados a pelear. Órdenes del cuartel general... —dice Casandra que, la verdad, no parece demasiado contenta por la perspectiva de enfrentarse al robot.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora