170. Una merecida recompensa

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Sin decir ni una palabra más, me aparté de Esus y María, ya que alargar aquella conversación solo serviría para aumentar mi irritación. No dudaba de que aquellos impresentables pretendían provocarme para crear en mí el miedo, la rabia y la desesperanza. No les daría ese gusto, lo que haría sería centrarme en encontrar la Tierra Prometida y, sin lugar a dudas, triunfaría, sin importar los obstáculos que se interpusieran en mi camino. 

Me alejé de ellos y, a cada paso que daba, la luz se volvía cada vez más débil. Esus y María permanecían  de pie y sin mover ni un músculo, cogidos de la mano y mirándome con expresiones hieráticas. Pronto, ambos se desvanecieron en la oscuridad y de ellos no quedó ni la silueta. Deseé que su desaparición significara que no volverían jamás, aunque sabía que era una idea necia y que no tardaría en enfrentarme de nuevo a ellos. 

La oscuridad se extendía a mi alrededor era como una vasta extensión sin fin, la cual devoraba incluso la substancia del Club Esus. Me sentí aislada, con la sensación de que ya no me encontraba en la discoteca e incluso de que me hallaba a miles de quilómetros de distancia de la Mansión sin Fin.  La sensación de soledad se intensificaba con cada paso que daba en la negrura y mi corazón latía con fuerza en mi pecho, como si quisiera huir del interior, mi cuerpo estaba tenso ante la idea de que nunca lograría escapar de la soledad que me rodeaba.

Aunque parezca contradictorio con lo que dije anteriormente acerca de mi paraíso personal, al encontrarme en una situación similar no podía evitar que resurgieran los antiguos miedos e inseguridades que creía haber superado. A pesar de que no me gustase admitirlo, aún conservaba rasgos de aquella vieja Zeltia, rasgos que me hacían dudar de mi capacidad para superar estos temores de forma definitiva.

Mi única esperanza era el Corazón de Belisa; si lograba tenerlo en mis manos, sería capaz de utilizar su poder para convertirme en la persona que realmente quería ser. Abandonaría mi humanidad, una carga que me impedía alcanzar mi verdadero potencial, para transformarme en alguien perfecto. Pensaba en el Corazón como si fuera la llave con la cual abriría una nueva puerta hacia una vida completamente diferente.

A mi alrededor brillaban los globos de nieve y las imágenes de su interior se movían como si fueran portales abiertos a realidades de mundos lejanos: desiertos, junglas, montañas... Paisajes deshabitados que nada me transmitían.

De pronto, me acordé del mapa que se extendía a mis espaldas. Era posible que fuera la clave para lograr encontrar la Tierra Prometida. Cerré los ojos y me concentré en la magia que impregnaba mi carne, pero por mucho que me esforzase todos los intentos terminaban en fracaso. No había ni una pizca de poder en aquel dibujo, como si en vez de un objeto mágico fuera un tatuaje ordinario.

—¿Y si lo es? —pregunté con amargura. Era bastante posible que, desde un principio, no fuera nada más que tinta sobre mi piel y sus habilidades extraordinarias, nada más que producto de la lengua mentirosa de Alarico.

Nada, nada más que nada. El silencio eterno y anodino. La nada, que es la verdad del universo, y mientras los soñadores imaginan un espacio plagado de monstruos terroríficos, la verdad es más simple y horrenda: no hay nada, solo el espacio indiferente a la vida y que, una vez que todos acabemos muertos, continuará existiendo de la misma manera. Soledad espantosa la del ser humano, encerrados en nuestra cárcel azul, gritando a la oscuridad en espera de obtener una respuesta que nunca llegará.

Me sentí inquieta por aquellos pensamientos, unos de los que no era capaz comprender su origen. Al final, le eché la culpa a mi necia humanidad, la cual se empeñaba en convertirme de nuevo en la idiota que había sido mi antigua yo. Me negué en redondo, no podía permitirme volver a atrás, ya que el único camino que me quedaba era continuar adelante. ¿Y qué importaba si el condenado tatuaje no me servía para nada? Decidí olvidarme de él, convencida de que no era nada más que un instrumento que había usado Alarico para controlarme, ¿para qué iba a regalarme el mouro una magia que me fuera útil? 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora