141. Dime con quién andas...

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 En el salón de la casa del bosque estaban Zeltia, Alarico y Lambert, este último se sentaba en el medio de un sofá de cuero y vestía con una bata blanca, arrugada, manchada... detalles que me daban la impresión de descuido.

Delante del trío, se erguía una inmensa televisión sobre un mueble negro en cuyo interior dormía una videoconsola. Junto a esta había unos cuantos videojuegos, los cuales giraban sobre las mismas temáticas: disparos y fútbol.

El exterior de la casa me gustaba más que el interior, pues este lo encontraba vacío debido a la ausencia de plantas y de cualquier tipo de decoración que aliviase la desnudez del salón. Por si fuera poco, aquel espacio carecía de colores vivos, siendo todo de tonos apagados, lo cual convertía el lugar en uno propicio para el bostezo.

Para ser sincera, lo que acabo de decir sobre que no había ninguna decoración no es enteramente cierto. Detrás del sillón azul en donde la otra Zeltia se sentaba, había colgado un retrato que mostraba al propio Alarico, cuyo rostro relucía gracias a una gran sonrisa. Solo cubría su cuerpo un ceñido bañador, por lo cual quedaba a la vista sus marcados músculos de un hermoso moreno.

Lo atractivo de la imagen fue estropeado por el hecho de que me parecía raro que tuviera un cuadro de sí mismo colgado en el salón. Aunque desmemoriada como estaba, no sabía si era realmente extraño o no y, a decir verdad, lo único con lo que contaba para confirmar esa idea era mis propios sentimientos de impropiedad.

Las manos del doctor temblaban al sujetar un plato pequeño, en el cual había un trozo de tarta. El dulce era de color verde y la parte superior imitaba a la hierba del campo. Con movimientos cansados, Lambert cortó un trozo del dulce con una cuchara para llevárselo al hocico.

—Está rico, Alarico.

—El café también está bueno —comentó la otra Zeltia, sujetaba una taza de color celeste y se sentaba en un sillón que, de tan grande que era, la dejaba minúscula.

—¿Cómo está mi madre? —preguntó Alarico.

Lambert miró al mouro, aquellas pupilas rectangulares seguían siendo igual de inquietantes. Tengo que decir que no me gustaba un pelo sentirme de esa manera, Lambert no se lo merecía porque era un hombre que intentaba hacer lo correcto, aún teniendo en cuenta de que de esta manera su vida corría peligro.

—Ella resiste, pero ya sabíamos que la maldición que le echaste no la mataría, solo la debilitaría. También es evidente que solo es cuestión de tiempo que tu madre se deshaga de ella y una vez lo consiga... No hace falta que te diga lo que pasará...

—¿Tú estás cuidando a la Directora? —preguntó Zeltia y, dando un largo y sonoro sorbo, terminó el café.

Mi yo del pasado tenía una actitud despreocupada que contrastaba con aquella espinosa situación. Es decir, Alarico y Lambert hablaban sobre cómo vencer a la Directora y, siendo esta una moura despiadada, lo más seguro es que el fracaso significase la muerte de ambos. No obstante, aquella Zeltia actuaba como si aquello no fuera nada más que un paseo por el parque.

—Sí... Soy su doctor... Te debe parecer una broma que atente contra la salud de la Directora... No debería de hacerle daño a mi única paciente, sino protegerla y... —Lambert se quedó callado y cortó otro trozo de tarta.

La verdad es que siendo como era su médico, lo que debería hacer era cuidarla y no participar en confabulaciones contra ella. Es decir, era posible que lo mejor fuera encontrar una manera de enfrentarse a la Directora que no significase traicionarte ni a ti mismo ni a tu profesión.

No obstante, ¿no estaba justificado actuar de manera inmoral si con eso salvabas un gran número de vidas? Lo más seguro es que yo fuera demasiado ingenua, nada más que una muchacha que no sabía absolutamente nada sobre el mundo real.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora