150. Algo terrible

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 Temblaba, el vaho salía a cada expiración y danzaba ante mis ojos antes de desvanecerse, me frotaba los brazos, en un intento inútil de recuperar el calor, mientras la niebla me rodeaba y, poco a poco, a mí se me acercaba. La ropa que llevaba no era la adecuada para esta situación, si bien era cierto que mi chaqueta roja de botones abrigaba bastante, las piernas las llevaba al aire debido a la falda.

Ya no corría, me había alejado de la batalla lo suficiente como para no escuchar los chasquidos de Alarico ni los aullidos de Cate, por lo que continuar haciéndolo sería un derroche de energía. De hecho, el silencio se derramaba sobre mis hombros con una pesadez tal que me ponía los nervios a flor de piel.

A pesar de estar bien lejos de la monstruosa balura, era consciente de que el peligro no había desaparecido. Temía que algo estuviera acechando desde los bancos de niebla, esperando el momento idóneo para lanzarse sobre mí y hacerme daño. No obstante, en el gris no se atisbaba ni la sombra de un monstruo, lo único que se adivinaban eran las formas difusas de los barcos.

Cruzó mi mente una ráfaga de imágenes sobre un futuro terrible, desde el interior de la niebla saltaba una bestia indescriptible y, en cuestión de segundo, destrozaba mi cuerpo.

Aquella era la maldición de una imaginación exaltada, una que no paraba de darle vueltas a las más diversas posibilidades, que compartían entre ellas finales oscuros que, a cada latido de mi corazón, se volvían más terribles.

Me obligué a fijarme en las embarcaciones que me rodeaban, en un intento de distraer la mente de lo macabro de aquellos pensamientos. Uno tras otro, percutían en el interior de mi cabeza en un intento de destruir mi moral y la verdad es que hacían un buen trabajo.

—¿Por qué hay tantos barcos varados en la playa? ¿Un naufragio? ¿O puede que fuera una exposición?

Me estremecí, el miedo aumentaba por culpa de la premonición de que algo terrible sucedería, siendo inevitable cualquier intento de salvarme. Negué con la cabeza y, con el corazón latiendo a toda velocidad, me acerqué a uno de los barcos. La niebla se apartó, dejando a la vista el costado de un rojo desvaído, uno que había perdido toda la potencia, toda la pasión.

El nombre de la embarcación era Carlota y, sin saber por qué, una sensación de melancolía me invadió. Alguien le había puesto ese nombre, puede que fuera el mismo de una novia o una amiga, hija, madre o quizás la abuela. Toqué la madera, rugosa al tacto, y sentí una pena extraña por aquel barco inútil.

Miré a mi alrededor, descubriendo las sombras de las embarcaciones naufragadas que, desvanecidas en la niebla, era como fantasmas en pena. Retortijones en mi estómago, artefactos que perdieron su utilidad y los habían dejado de lado, olvidados y abandonados, no eran nada más que cadáveres perdiéndose en el gris.

Por encima de mi cabeza, la madera crujió. Levanté la mirada, una sombra se encontraba en la cubierta del barco Carlota, me miraba con unos ojos de una roja frialdad.

—No te acerques a mí —rogué dando un paso hacia atrás.

No se trataba de las sombras normales, sino la que imitaba a mi madre, siendo de esta manera más grande y de una apariencia más peligrosa. No podía dejar de fijarme en su alta estatura y los músculos marcados de sus brazos, sin querer imaginarme el daño que podría causarme uno solo de sus puñetazos.

La sombra saltó del barco y cayó a escasa distancia de mí. En esta ocasión, su rostro no se encontraba oculto, sino que mostraba uno de apariencia humana. Se trataba de una mujer de semblante duro y cabello rojizo, con una boca amargada en la cual se le hundían dos cicatrices, las cuales giraban tomando la apariencia de una sonrisa, sin absolutamente nada de calidez. Me di cuenta de que aquel era el verdadero rostro de mi madre, a pesar de que no había nada maternal en él. Solo una dureza inhumana.

No hui, me quedé mirando aquella cara mientras en mi interior se aglutinaba una extraña combinación de sentimientos: miedo, añoranza, tristeza... Sobre todo tristeza, una tan honda que las lágrimas fluían libres de mis ojos, bañando mis mejillas. No entendía el porqué, mi madre era una persona terrible y, por lo que había descubierto de los recuerdos de Alarico, yo había huido de ella.

—Mamá...

Sentí una punzada en el pecho, al bajar la mirada descubrí que la mano de aquella falsa madre me lo atravesaba. Dedos de puro invierno aferraban mi corazón, haciendo que el frío se volviera insoportable.

La mano se despegó de mí, sin dejar a su paso ni la más diminuta de las heridas. De hecho, ni siquiera me había desgarrado la chaqueta de botones, siendo lo único que me provocó una sensación helada que no solo contagiaba mi cuerpo, sino también mis propios sentimientos.

Cuando me caí al suelo, ya no me importaba para nada lo que me estaba sucediendo. Como si en vez de vivir la situación en mis propias carnes, lo estuviera viendo en una televisión tan pequeña que las imágenes eran casi indescifrables.

Al final, la pantalla se apagó y, a mi alrededor, solo había oscuridad. 



NOTA DEL AUTOR

¡Espero que os haya gustado el final de este arco argumental! Al escribir sobre el borrador, tuve que añadir bastantes partes nuevas porque la otra parte era demasiado sosa. Lo que llevó a darme cuenta de que el borrador sobre el cual estoy trabajando se me ha quedado anticuado, con lo cual he decidido volver a trabajar sobre el borrador en general y dejar de centrarme en los capítulos. Lo cual quiere decir que no publicaré en unas semanas o, a más tardar, un mes. 


Dato curioso (o puede que no): 

La primera protagonista de la novela que cree no fue Sabela, sino Xoana. Aunque originalmente tenía otro nombre, ella era la protagonista de una novela de fantasía que nunca terminé de escribir. 

Otro dato curioso (o puede que no): 

Sabela sí que se llamó siempre Sabela, pero la novela en la que aparecía se llamaba Diario de una heroína adolescente y no se parecía demasiado a las 900 vidas. Ella era bastante diferente, no era tan calmada como la versión final y solía perder los nervios bastante a menudo. 

Último dato curioso (o puede que no): 

Ramona, la madre de Sabela, Melinda y, aparentemente, de Zeltia, también fue la protagonista de una novela llamada Edén 13 y que sí que llegué a terminar. Pero el resultado final no me gustó nada, me resulta tremendamente irritante la forma en que está escrita. Y, en la primera versión de la historia, Ramona era un hombre que se llamaba Sorriso (Esta es una palabra en gallego que significa sonrisa). Sorriso, aún siendo un humano, tenía una boca de monstruo, pero en versiones posteriores se terminó convirtiendo en las cicatrices que tiene Ramona en el rostro. 


La verdad es que me resultó bastante divertido escribir estos datos curiosos. La verdad es que todo lo que llevo escrito y que terminó siendo Las 900 vidas es muchísimo, aunque de una calidad bastante mala. Pero al final todo el esfuerzo mereció la pena, ya que me gusta mucho escribir estar historia y aunque nadie me leyera, seguiría escribiendo y publicando hasta el final. 

¡Eso sí, me alegro de que haya gente que me lea!


Y en el siguiente capítulo aparece un nuevo personaje que será muy pero que muy importante. 



Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora