157. Las diosas no están hechas para los ojos humanos

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 Los guardianes de la torre yacían muertos y manchaban la hierba con sus vísceras desparramadas mezclada con la sangre y los sueños rotos de un futuro que ya nunca compartirían. A pesar de que los dos cadáveres le proporcionaba un toque macabro a la tranquilidad que rondaba a la torre, a mí no me afectaba. Era capaz de mirar a los muertos sin sentir asco ni miedo ni siquiera inquietud. Si lo pensabas bien, ¿por qué debería sentirme así? Aquello era como si estuviera sentada en la oscuridad de un cine, viendo acontecimientos que nunca habían sido nada más que ficción.

Olvidándose de los guardianes derrotados, Breogán avanzaba en dirección a la torre y se le notaba cargado de una emoción fulgurante. La razón era bien simple, por lo menos a mi entender, en el interior de la construcción blanca se encontraba encerrada un ser querido ¿y acaso hay mejor sentimiento que el producido al ayudar a la gente que es importante para ti? En esos momentos, yo no podía saberlo porque no había nadie así en mi vida.

Me resultaba extraña la visión de la torre blanca, puesto que no parecía encajar ni en el verde de la naturaleza ni tampoco bajo el cielo cubierto de azul. Era como si se tratase de una construcción alienígena, abandonada a su suerte en un mundo indiferente. La soledad la rodeaba, acompañada de la morriña de una ciudad perdida en las estrellas, allí en donde vivían sus torres hermanas a las cuales nunca jamás las vería de nuevo.

La puerta negra me resultaba intimidante: era un lago dormido en una noche sin luna y me daba la impresión de que si Breogán se acercaba demasiado, se hundiría en sus profundidades para no regresar a la luz nunca jamás. A decir verdad, aquella obra me resultaba más impresionante que los muertos, sentía como de ella emanaba la electricidad de una magia peligrosa, una que hacía brotar en mí el deseo de conjurar algo magnífico y terrible.

Breogán acercó la mano a la puerta y, antes siquiera de que las yemas de sus dedos la rozasen, salieron disparados de la superficie pinchos que se hundieron en su carne, abriendo heridas profundas de las cuales brotó sangre. Poco importaba el daño sufrido, este se curó en nada y pronto fue como si nada hubiera pasado.

El hombre del cabello plateado contaba con un poder el cual le impedía que muriese y no podía evitar preguntarme cuál era el límite: ¿Era inmortal? ¿Podía la edad o la enfermedad acabar con su vida? ¿O acaso viviría para siempre jamás, incluso después de que el mismísimo tiempo hubiera fallecido? Me gustaba la idea de poder regenerar el daño sufrido, aunque no tanto el de convertirme en una mujer inmortal. La idea de algo sin fin producía en mi interior una sensación de vértigo y la perspectiva de vivir para siempre me causaba una desazón que, de ahondar en ella, no dudaba de que se convertiría en pánico. La carne humana no está hecha para el infinito.

Breogán se alejó unos pasos de la torre, sin parecer molesto por haber descubierto que la puerta no quería su toque. La máscara que anteriormente había ocultado su rostro cayó al suelo, rota por una sonrisa incontenible que rimaba resplandeciente en su mirada. La emoción lo embargaba y, pese a eso, no se dejaba dominar por ella, sino que se movía con los pasos seguros de quién sabe qué hacer para conseguir lo que más desea.

Breogán apuntó con la espada a la puerta, la limpia hoja brilló bajo el sol. Avanzó el pie derecho, clavándose con fuerza en la hierba. Al momento, alargó el brazo con el cual empuñaba el arma y esferas del blanco brillante bailaron a lo largo del filo.

La hierba alrededor de Breogán comenzó a ondear, movidas por una energía que se concentraba no solo en la su espada, sino que también fulgía en su corazón, alimentada por aquella ambición que pronto arrasaría con la isla entera.

La magia blanca se contorsionó, buscando una forma que pronto encontró: la hoja de una espada que se alargaba metros y metros hacia atrás de Breogán. Me quedé asombrada viendo aquella proeza, posé las manos sobre mi pecho helado y me pregunté cómo podría conseguir realizar algo semejante.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora