94. La habitación de la moura

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—Pero qué... —murmuro y entro a toda velocidad en la habitación de Branca.

¡Es de verdad un bosque, de pinos, carballos, castaños, sauces! Aunque puedo ver que no es uno salvaje del todo: las malas hierbas no crecen entre los troncos, sino que parece estar cuidado y se pueden ver numerosas flores creciendo, dan puntos de color al verde y al marrón del conjunto.

No tardo nada en volar en dirección al cielo, en ponerme encima de las copas de los árboles y mirar a mi alrededor. ¡Estoy en una pequeña isla, rodeada por un mar que parece no tener fin! Pero no estamos en la isla Limbo: el museo no está por ninguna parte ni tampoco el pueblo.

Al sur, veo una playa que se extiende junto a un mar tranquilo de pocas olas, puedo ver figuras moviéndose por la arena y chapoteando en el agua. ¿Qué serán esas cosas? Me fijo un poco mejor y descubro que son baluras, ¿pero qué hacen ellas en la habitación de la Branca?

Al este, veo como el bosque termina y da paso a unas praderas onduladas en el cual hay más baluras que están jugando con animales: vacas, conejos, perros, caballos, cabras... ¿Pero qué clase de habitación es esta...? Más al fondo veo que hay una montaña, pero que tiene la punta como cortada.

Al norte, veo un árbol que se levanta por encima de los demás y es grande, pero grande de verdad. Supera en altura todos los edificios que se pueden ver en el pueblo, incluso me quedo corta al decir esto, porque aquel árbol es más alto que el monte en cuya cumbre está el castillo de la Profesora.

Por la forma que tiene, me da la impresión de que es un carballo, pero me parece a mí que es imposible que uno de estos consiga tener una altura tan gigantísima. Además, brilla bajo la luz del sol con unos bonitos tonos dorados.

Me dan unas ganas extremas de acercarme allí e investigar aquel extraño árbol, pero no es el momento para hacer turismo: las cosas están bastante mal en el pueblo y, aunque no sé si seré de mucha ayuda, por lo menos tengo que intentarlo. Así que bajo abajo y me encuentro a Ventura hablando:

—... pues sí, la puerta es una Reliquia que conecta con una dimensión que está como... uh... como apartada del resto de... oh... En fin, que aquí solo se puede entrar aquí por esta puerta, ¿te enteras? —pregunta Ventura y yo no me entero demasiado, pero tampoco es que importe.

—Más o menos —dice Xoana.

—Ya, ya... mejor dejar de lado la cháchara y te llevo con la Branca. ¡Y no toques nada! —advierte Ventura, apuntándola con un dedo acusador.

—Pues hazlo de una vez... —gruñe Xoana.

Entonces comenzamos a caminar... Bueno, a caminar ellos: yo a volar por encima de sus cabezas. Pues eso, van por un camino que pasa por el lado de la puerta y cruza al bosque, está empedrado con baldosas doradas y son todas del mismo tamaño y forma, es decir, son idénticas.

Llegamos a un cruce de caminos y se pueden ver unos carteles de flechas que apuntan a diferentes direcciones: Cascada-ducha, volcán-cocina, la playa de las conchas, el Árbol de la Vida, la puerta de salida, el campo de juegos, el dormitorio... y hay más sitios a los que se puede ir, pero no me da tiempo a seguir leyendo, porque Ventura pronto gira hacia la izquierda, dirección que lleva tanto al Árbol de la Vida como al dormitorio.

Entre los troncos de los árboles aparecen pequeñas niñas verdes y no tardo nada en reconocerlas. Aunque tampoco es demasiado difícil, solo conozco una clase de gente que son verdes, tienen como naricillas de serpiente y unos grandes ojos de gato.

Son baluras, pero la gran mayoría no son adultas como Perita y Clementina, sino niñas que van desde lo más chiquito, unos tres años, hasta lo más grande, de diez para delante. Como dije, algunas sí que son adultas, pero son muy poquitas comparadas con las niñas.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora