34. El demonio negro

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Y de pronto, ¡Sabela se perdió! Sabela y el cavernícola de su padre. ¡Imposible! ¿Qué clase de persona piensa en salvar el Reino si ni siquiera es capaz de no perderse cuando va caminando por la calle? ¡Qué cabeza hueca es la señorita esa!

Aunque para ser sinceras, ella estaba desmayada cuando se perdió. Creo que no le sentó demasiado bien eso de viajar de un lado a otro de la frontera con la Nación, lo cual es bastante comprensible.

A mí eso no me sucedió, ya que el pueblo donde me había criado estaba pegado a la Nación de las Pesadillas y en numerosas ocasiones se organizaban excursiones al interior. Eso era debido a que nuestro Líder quería que nos volviéramos más fuertes y pensaba que si lograbas sobrevivir en el interior de la Nación, te harías más duro.

En cambio, la pobrecita de Sabela no estaba acostumbrada a este tipo de viajes y permanecía en el suelo bien desmayada y su papá intentaba despertarla. Yo me aburría como una ostra, es decir, fue divertido ver a la Hermana del Dolor tan grande y con tan poco pudor.

Aunque al cabo de unos minutos de estar observando a la giganta caminando de un lado a otro, con la cabeza gacha y con algo de urgencia, como si estuviera buscando algo, pues el aburrimiento comenzó a aumentar y sentía la imperativa necesidad de realizar alguna actividad.

Veréis, es que a mí eso de quedarme quieta en un mismo lugar durante un largo tiempo de rato como que no me gusta absolutamente nada. Me pongo nerviosa, el cuerpo me empieza a picar y tengo que hacer algo, cualquier cosa, o me volvería loca y luego mi cabeza estallaría.

Pero me mantenía firme en mi sitio, porque creía que debía permanecer al lado de Sabela y su papá. Pero entonces descubrí horrorizada que caminaba por una calle, ¡completamente sola! Sabela y su papá no estaban conmigo: se habían perdido porque en vez de seguirme, se habían quedado en el sitio en el cual yo ya no estaba. Pero bueno, no se lo iba a tener en cuenta, que puede que en parte fuera culpa mía eso de que se perdieran.

Por la calle que caminaba había caídos: los veía en las ventanas de las casas, en las puertas de las tiendas, encima de los tejados... Pero no hicieron ningún intento de atacarme, ni siquiera de acercarse a mí. Era una situación bien rara, pero yo estaba bien: no tenía ni una pizca de miedo, porque me parecía que tenerlo sería contraproducente y era mejor mantener la cabeza en calma. Decidí que iría a la plaza donde Sabela había quedado con Maeloc, el problema era que no sabía dónde quedaba exactamente.

Entonces, escuché una voz detrás de mí que hizo que se me pusieran los pelos de punta.

—Melinda... cría estúpida, ¿se puede saber qué haces aquí...?

¡Reconocí inmediatamente la voz! ¡Era mi mamá! Mi larga búsqueda había terminado de forma abrupta y yo no podía estar más contenta, a pesar de que había sido llamada cría estúpida. ¡Y en esos momentos yo ya no era ninguna cría, que tenía 10 años más o menos!

Para ser sincera, no esperaba que fuera a encontrármela justamente ahí, en la Nación de las Pesadillas. ¡Mira tú que coincidencia! Pero una no va a quejarse cuando las cosas se tuercen a tu favor de una manera que se podría considerar como demasiado oportuna.

Nada más escuchar su voz, me di la vuelta y al fondo de la calle vi a mamá mirándome con su dureza habitual. ¡Era ella, sin ningún lugar a dudas, era ella! Con las cicatrices de su cara que formaban una sonrisa, con su cuerpo fuerte de mula y su pelo corto y rojo. ¡Estaba tan contenta que podría estallar de alegría!

—¡Mami! —grité yo.

Empecé a correr en su dirección, con los brazos en alto esperando abrazarla con tal fuerza que no la dejaría alejarse de mí nunca jamás. Pero entonces, ella se giró y se introdujo en una calle.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora