133. La heladería Heladín

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—Alarico... ¿Eh? —pregunté y sentí miedo de aquel hombre, lo cual considero que era bien normal, pues absolutamente nadie me comentó nada bueno sobre él.

Por poco salgo corriendo, pero pensé que lo mejor sería sacar mis propias conclusiones y no dejarme llevar por lo que mencionaban las lenguas ajenas. Es decir, Melinda también desconfiaba de mí y no había ninguna necesidad de hacerlo, así que era bastante posible que los rumores sobre Alarico fueran igual de infundados.

—¿De verdad no te acuerdas de mí? —preguntó, noté tristeza en su voz.

—Tengo amnesia, ayer aparecí en medio del bosque en una cama y no recuerdo nada de mi pasado.

No le comenté el hecho que recordaba su nombre por dos razones: la primera era que me daba un poco de vergüenza y la segunda, quizás más importante, es que no creía ganar nada revelando ese dato.

—Eso es terrible... Me apena que me hayas olvidado, no obstante no fue culpa tuya —dijo Alarico.

Aunque parecía haber sinceridad en sus palabras, supuse que no sería demasiado inteligente fiarme de él después de todo lo que me habían contado. Una duda se revolvía en mi mente y estaba indecisa entre callar o hablar porque era un poco ruda la pregunta que pensaba hacerle. Al final la hice, ya que en boca cerrada no entra nueva información.

—¿Tú tienes algo que ver? La Directora mencionó que no eras de fiar, ¿fuiste tú el que me robó mis recuerdos?

Supongo que no fue la manera idónea de preguntar, pero las palabras me salieron precipitadas y mareadas por el nerviosismo de lo inconsiderado de mi pregunta. Casi lamenté la cuestión lanzada cuando advertí una expresión de dolor en el rostro de Alarico.

—¿Por qué querría hacer que te olvidaras de mí, Zeltia? Los momentos en los que estuviste a mi lado fueron de lo más felices que tuve en hace mucho tiempo y cuando desapareciste fue terrible. Estaba seguro de que te habías cansado de mí, que nunca más contemplaría tu rostro, que jamás escucharía tu voz —me dijo Alarico.

Mi corazón dio un vuelco, daba la sensación que había entre nosotros dos algo más profundo que simplemente ser conocidos. Al mirarlo, sentía unas súbitas ganas de acercarme a él y besarlo, de borrar la tristeza que embargaba su rostro con aquel pequeño acto de amor.

Agité la cabeza y enterré tal deseo en lo más profundo de mi ser, pues era posible que lo hubiera conocido, aunque en aquellos momentos era un desconocido.

—¿Qué éramos nosotros? —le pregunté y al darme cuenta de lo que declaré sentí como me acaloraba de la vergüenza.

—Ven conmigo, hay mucho sobre lo que debemos hablar y no creo que este sea el mejor lugar para hacerlo. No será demasiado lejos —dijo Alarico.

Me mordí el labio porque podía ser peligroso seguirlo, no obstante era imposible para mí el no hacerlo, ya que cabía la posibilidad de que él desvelara partes de mi pasado.

—Está bien, vamos —contesté.

Caminamos hasta un edificio que se levantaba al borde de la playa, entre la arena y las hierbas salvajes, adjetivo que les quedaba perfecto porque la vegetación crecía desde atrás del edificio y se lanzaba por encima del tejado. Daba la sensación de que la madre naturaleza quería comérselo.

—Esto antes era una heladería, Zeltia.

No hacía falta que lo mencionara porque ponía Heladería Heladín con grandes letras a lo largo de la fachada, nombre que culminaba en un helado con piernas, ojos y sonrisa. El tiempo no le había hecho ningún favor a la mascota, pues aunque era posible que para los ojos de los habitantes del pasado se pudiera considerar como adorable, desde la perspectiva del presente era simplemente inquietante. Esto era debido a lo anticuado del diseño mezclado con el paso del tiempo que le había robado los colores y cubierto de grietas e imperfecciones varias.

—Ojalá hubieras probado los helados, eran deliciosos —decía Alarico.

Empujó la puerta de entrada, sonó una campanilla desafinada. Pronto lo seguí al interior, en un momento suspendido en un presente que no deseaba caminar hacia delante, sino retroceder al pasado. La Heladería Heladín esperaba el instante en que los empleados se pusieran en sus puestos de batallas preparados para la llegada de los clientes, que empezarían a pedir helados de fresa, pistacho, limón, chocolate... Pero eso no era nada más que un sueño del local.

—Me gustaría probar algún de los helados —dije y me acerqué al mostrador y en uno de los cubos en donde almacenaban los helados había una rata muerta.

—Sería una bonita cita —manifestó y me guiñó un ojo.

A pesar de las circunstancias, y de la rata muerta que acababa de ver, sentí un rebumbio de emociones complicadas en mi estómago. Deseaba poder confiar en él, no obstante las dudas me impedían hacerlo. Eran todas aquellas malas palabras que me habían lanzado la Directora y las hermanas, me hubiera gustado comenzar de cero con él y no tener aquellas cadenas en mi pensamiento.

Alarico se sentó en una mesa pegada a la ventana vacía de cristal, que daba una visión de la playa sumergida en la niebla. Se podían contemplar los cadáveres de los barcos olvidados y se adivinaba de forma imprecisa el comienzo del mar. Me senté en frente de él, cerca de la puerta por si tenía que huir corriendo.

—¿Qué sabes de mí? ¿Qué me puedes contar? —le pregunté y él dejó de mirar la playa para clavar sus ojos claros en mí.

—Sé bastante sobre ti, aunque no me siento demasiado cómodo contándotelo. Puede que suene estúpido, quizás revelarte lo que hemos vivido sea algo parecido a manipularte.

—Es peor que te los guardes para ti —le contesté, aguantando el ímpetu con el que las palabras querían saltar de mi boca, no deseaba mostrarme demasiado ansiosa ni tampoco comportarme de una manera rara.

—Entiendo que lo veas así, quizás pueda enseñarte parte de lo que vivimos juntos. Pero considero que hay recuerdos que es preferible que no te los revele, por el momento al menos —comentó Alarico y me dedicó una bonita sonrisa.

—¿Para qué hacer eso? Tampoco es que nos hubiéramos... —No terminé la frase y no fui capaz de continuar aguantando la mirada de Alarico. Me daba vergüenza pensar en las posibilidades que abrían aquellas palabras y prefería pasar lo más rápido posible a otro tema —. ¿De verdad puedes enseñarme algo que me ayude? Quiero recordar quién soy, por favor.

—Sí y lo haré, es cierto que sería injusto por mi parte negarte ese conocimiento. Lejos está de mi intención que confíes solo en mis palabras, deseo que lo observes por tus propios ojos para que seas capaz de comprender por ti misma que soy digno de confianza, que nunca te he mentido y nunca lo haré. Por favor, dame tu mano, Zeltia —dijo y me ofreció la suya, quedó suspendida por encima de aquella mesa de la antigua heladería.

Dudé, todo el mundo me había declarado que Alarico no era de fiar. Aunque al hablar con él, las dudas poco a poco se iban desvaneciendo.

—Está bien —contesté y confié en él.

Estreché su mano, el suave contacto de sus dedos hizo que mi corazón latiera con fuerza. 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora